miércoles, noviembre 30, 2016

Accidente aéreo en Colombia, partido suspendido


Ir a jugar un partido de fútbol y morir en un cerro colombiano. Partir de casa, en este caso Brasil, rumbo a lo que era una aventura deportiva para un equipo humilde, modesto, de categorías inferiores, que por primera vez en su vida iba a disputar una final de un campeonato internacional, y que un accidente aéreo trunque la vida de casi todos los pasajeros y tripulantes de la manera en la que estos sucesos se producen, Bruscamente, de golpe, a traición. Y dejando una sensación de absurdo en el ambiente que nadie puede eludir. Hoy seguirá el recuento de familiares que lloran a los suyos y el relato de historias diversas, fenecidas en un cerro colombiano.
 
Los accidentes de avión llenan las portadas de los medios cuando se producen. Son hechos esporádicos, de una frecuencia absurdamente reducida si miramos, simplemente, el número de vuelos que cada día parten y despegan a lo largo del mundo. Las cifras de muertos que ellos generan no son nada en comparación con las que se dejan en las carreteras, pero son muchos los que siguen pensando que volar es peligroso, inseguro y tienen un pánico atroz a subirse a un avión. Quizás el origen de ese miedo sea la irracional sensación de que volar es antinatural, lo que no deja de ser cierto, pero también es “antinatural” todo lo que hacemos a lo largo de nuestra vida, casi en cada momento, y lo que comemos y los objetos que manipulamos y las relaciones que mantenemos. Otra de las fuentes del miedo es que estimamos en muy improbable la posibilidad de sobrevivir en caso de accidente. Una vez estamos dentro del avión y despegamos, si hay algún problema, damos por sentado que no vamos a salir vivos de allí, que un impacto desde esa altura no nos da opción alguna, y nos sentimos vendidos. Y creo que por ese último aspecto es por donde viene el miedo real, la sensación profunda de pánico, y es el saber que cada uno de nosotros, como pasajeros, no controlamos en lo más mínimo nada de lo que sucede a bordo. Somos como una especie de carga, que no viaja en la bodega, pero que a veces es tratada como tal y que tiene la misma autonomía. Cuando subimos a un coche y nos lanzamos a la carretera, entorno mucho más hostil y peligroso, lo hacemos desde el puesto de conductor de nuestro vehículo, y eso nos da una inmensa sensación de poder, de autonomía, de responsabilidad. Pensamos, en lo más profundo, que cada uno de los que con nosotros comparten la vía, es una fuente de riesgo y potenciales accidentes, pero tapamos ese miedo con la autoconfianza de sujetar el volante y ser el rey de la carretera desde el trono en el que accedemos al acelerador. Y es esa sensación la que nos dota de cierta invulnerabilidad, muchas veces transformada en estúpida soberbia, que es el camino más certero al accidente. Esa frase de “yo controlo” es una de las más peligrosas que se pueden oír a lo largo de la vida, y si la escuchan antes de subirse a un coche, piénsenselo dos veces antes de entrar del todo. Montarse en un avión es exactamente lo contrario, es asumir que no controlo nada de nada, y de ahí surgen miedos atávicos a ser dominado, pese a que nuestro inconsciente sabe que hay miles de personas trabajando en todo momento para que no pase nada, y que su principal celo es velar por nuestra seguridad. Este miedo a no controlar es uno de los factores que cobrará relevancia cuando se empiece a expandir el coche autónomo, y está por ver si influirá o no en su uso y éxito comercial.
 
El día después de un accidente de avión es el de los lloros y la consciencia de las ausencias por parte de los familiares. Las noticias empiezan a fijarse menos en el punto de impacto y más en los lugares donde los seres queridos se agolpan para llorar juntos. En esta ocasión el accidente, marcado por el mundo del deporte y la juventud, generará sensaciones aún más dramáticas que en otras ocasiones, pero la pena y el llanto de los que se quedan aquí serán tan intensas como las vistas en accidentes pasados. Mis condolencias a los familiares, el recuerdo a las víctimas, y la confianza en que las investigaciones nos ayuden a saber qué ha pasado y, así, evitar que se vuelva a repetir.

martes, noviembre 29, 2016

La esperanza de un pacto por la educación


¿Es posible alcanzar un pacto nacional por la educación? Responder afirmativamente a esta pregunta sería uno de los anhelos más buscados por la sociedad española que, paradójicamente, ha encontrado en el sistema educativo una de las herramientas más útiles para el enfrentamiento y la adoctrinación. Desde esos presupuestos partidistas, sesgados y cerriles las normas educativas se han diseñado, durante décadas, a la contra de los demás, sin buscar en ningún caso la excelencia educativa, la formación de los estudiantes y su futuro como personas cultas y letradas. En ese abandono al estudiante, y al docente, sí que ha habido consenso.
 
Por eso el acuerdo alcanzado ayer entre el gobierno y las Comunidades Autónomas para bloquear la LOMCE resulta un atisbo de esperanza, una buena noticia. Ya le tocó en su momento a Rafael Catalá, como Ministro de Justicia, desmontar las reformas que llevó a cabo Ruíz Gallardón, y que supusieron el enfrentamiento de todos contra todos en el mundo de la judicatura. Es ahora Méndez de Vigo el dinamitero que tiene que desmontar una ley, la LOMCE, que parte de unos supuestos bastante correctos, pero que los desarrolla de una manera tosca, y que la personalidad de su impulsor, el ministro Wert, acabó por convertir en ariete de enfrentamiento. La gestión de Wert, nefasta desde el punto de vista de la comunicación y el entendimiento, fue uno de los símbolos de la errada manera de entender la mayoría absoluta, en este caso por parte del PP en la pasada legislatura. Es la educación una materia en la que muchos grupos sociales se ven implicados, con diferentes incentivos, con reparto de competencias entre administraciones, con coberturas legales y financieras dispares, y que desde hace años no funciona. Tratar de organizar y arreglar este desmadre requiere mucha mano izquierda, sensatez, paciencia y capacidad de escuchar. Y Wert, que tonto no es, demostró carecer de esas virtudes. Se empeñó en contra de todo el mundo de sacar un proyecto que, sobre todo, se veía como una revancha de las reformas socialistas. El tema de la religión, algo menor en cualquiera de estos debates, volvió a ser uno de los argumentos sobre el que más se escribió en aquellos tiempos, y las reválidas, o como quieran ustedes llamar a las cada vez más necesarias evaluaciones, que habrá que crear sí o sí, se diseñaron de espaldas a todo el mundo. Consecuencia: el bloqueo, el caos y la incertidumbre absoluta para unos maestros y alumnos que no sabían qué temarios, pruebas e hitos tenían en su currículum escolar. Hubo una ventana para el consenso hace cinco años, cuando Gabilondo, el último ministro socialista de educación, trató de forjar un pacto educativo, pero entonces fue el PP el que no quiso sumarse. No quedaba mucho para las elecciones de noviembre de 2011 y era obvio que se iba a hacer con la mayoría absoluta. Eligió no atarse las manos para hacer su propia reforma. Cinco años después, lo único que se puede afirmar con seguridad es que hemos perdido cinco años en materia educativa, y en este tiempo se han roto muchos puentes entre los muy diversos actores de todo este complejo entramado. Reconstruirlos será una dura tarea que atañe a todos, y que corresponde liderar al Ministerio, no tanto por recursos y competencias, que no las tiene, sino por ser la cabeza visible de eso que llamamos “educación” en su vertiente orgánica, ser la sede frente a la que se manifiesta todo el mundo. Carece de poder, pero mantiene autoridad. Y los primeros pasos de Méndez de Vigo a este respecto, acuciados por la realidad de no tener mayoría absoluta, son esperanzadores.
 
No esperen soluciones mágicas e instantáneas, porque no existen en ningún campo, y en este menos. Puede haber leyes, mejores, peores o el caos español, pero sea cual sea la norma que se acabe pactando, y ojalá sea así, tendrá defectos. Pero con ellos, uno de los compromisos debiera ser, si se alcanza el pacto, que el acuerdo no se toque en muchos muchos años, otorgando la estabilidad que el sistema necesita para que padres, profesores, pedagogos, alumnos y en general, todos los que trabajan en el apasionante y difícil mundo de la educación puedan trabajar en el día a día para mejorarlo. Y se requiere la implicación de todos, de todos, para lograr una educación de calidad. El acuerdo de ayer es el primer paso de un largo camino.

lunes, noviembre 28, 2016

Fidel Castro ha muerto, su régimen aún no


Poco les puedo añadir lo mucho publicado a lo largo de este fin de semana sobre la muerte de Fidel Castro, una de esas noticas esperadas desde hace mucho tiempo, con artículos escritos desde hace años, y que no salían a la luz dada la longevidad del personaje, mítica, causante de numerosos chistes. Pero lo que en España en los setenta se denominaba “el hecho biológico” tiene que llegarnos a todos, sea cual sea nuestra condición e ideología, y Fidel tenía que morirse. Así ha sucedido, y las reacciones han ido desde las condolencias privadas, lógicas, a las manifestaciones de duelo y elogio de su figura, incomprensibles, y las de alegría por su deceso, de mal gusto.
 
Revisando imágenes y recuerdos, a lo que más se me asemeja lo vivido este fin de semana es a la muerte de Franco, otro gallego, que también detentó el poder absoluto y no dejó respirar a la oposición. Ambos personajes parecen contrapuestos pero, en el fondo, son lo mismo, sujetos ávidos de poder, rencorosos y desconfiados, que todo lo quieren para ellos y de nadie más se fían, que construyen un régimen inmovilista basado en la adoración a su persona, en el culto a la figura del líder. Cada uno encontró una coartada ideológica para revestir su mandato, opuesta la una de la otra, pero que en el fondo les daban igual. Pocas cosas son tan parecidas al lacrimógeno anuncio de Arias Navarro que la alocución de Raúl al dar a conocer la muerte de su hermano. Incluso, dado el atraso en el que se vive en Cuba, es el paso del blanco y negro al color la diferencia más significativa, dado que la estética de ambos mensajes es propia de eras antediluvianas. Las imágenes de una Habana quieta y en silencio se parecen mucho a las de un Madrid de finales de los setenta, en las que el miedo al régimen y al incierto futuro se suman a la inquietud de una población que, desde hace décadas, nada puede hacer sin que el Caudillo, Comandante, o como quieran denominarlo, les otorgue su permiso. A lo largo de esta semana veremos imágenes de multitudes desfilando frente al malecón y en las plazas de la Habana rindiendo homenaje y llorando la figura del “padre de la patria” que todo les dio, como vimos aquí plazas de oriente a rebosar aclamando a un decrépito dictador y riadas de fieles que acudieron a su velatorio, compungidos, llorosos, pocos sinceramente, muchos de manera forzada para que el resto les vieran, mientras estuvieran prietas las filas de los leales al régimen. Puede que dentro de unos años encontrar castristas en Cuba sea algo tan remoto y exótico como descubrir franquistas en España, y ojalá sea así, porque eso querrá decir que su reinado de fuerza, opresión y dictadura habrá terminado del todo, acabando por salir de la conciencia de los ciudadanos a los que ellos convirtieron en súbditos. Ahora es imposible que eso se de en Cuba, como era impensable ser antifranquista público a finales de los setenta. Será el tiempo el que logre extirpar esa memoria opresora. Bien es verdad que el contexto de ambos países, temporal y geográfico, es muy distinto, y que los caminos recorridos y venideros no serán iguales, porque no pueden serlo, pero lo cierto es que los paralelismos entre ambos personajes se me antojan tan evidentes que no puedo sino imaginar que, en el fondo, el hermanamiento entre España y Cuba es tan profundo que, hasta en las desgracias políticas, nos parecemos. Fíjense también que ambos dictadores murieron en la cama, entubados, sin soportar revueltas ni asonadas. Sin hacer frente en vida a juicio alguno por los males causados a sus ciudadanos. Ambos fueron poderosos y dieron miedo hasta su último aliento.
 
Lo más importante es lo que va a suceder ahora en Cuba, a sabiendas de que en 2018 Raúl Castro deja el poder, y sin que se sepa claramente qué es lo que el irracional de Donald Trump tiene pensado respecto a la isla, el régimen y, vaya vaya, las impresionantes posibilidades de negocio que se abren. Los Castro y las fuerzas armadas cubanas han organizado un régimen que, atrincherado y envuelto en miseria, ha demostrado ser mucho más duradero de lo que nadie esperaba. Es por ello que, si tiene lugar, la transición debiera ser lenta. Pero ojalá tenga lugar, los cubanos, sea cual sea su ideología y origen, puedan volver a reencontrase en su país y se hagan los dueños de su destino, salgan a las calles y sean libres. Ojalá.

viernes, noviembre 25, 2016

La invasión del Black Friday


Es asombroso cómo importamos modas ajenas y las hacemos propias a una velocidad e intensidad que nunca hubiera sido capaz de imaginar. Realmente el poder de los mitos culturales es inmenso y, en una época de globalización y comunicación instantánea como la que vivimos el frenesí al que se dan estas adaptaciones resulta más que curioso. Noviembre se ha convertido, de hecho, en un mes muy americano, porque ya lo comenzamos con las calabazas de Halloween y lo despedimos con la locura del “Black Friday”. Prueben a preguntar a sus padres, tíos y demás qué es eso y a ver lo que son capaces de pronunciar y entender.
 
El origen de esa expresión viene de las ganancias que registraban los comercios en EEUU al dar por comenzada en esas fechas las ventas navideñas, y para estrenarlas, poner como señuelo una rebaja sustancial. Así, los números rojos de las cajas registradoras se transformaban en negros, y las ganancias eran festejadas. El nombre de la “celebración” es un poco confuso, porque un día negro normalmente se asocia a una jornada de fuertes caídas bursátiles. Además si tuviera algún sentido especial, del que carece, sería en todo caso en EEUU, dado que el día anterior, el cuarto jueves de noviembre, se celebra el día de Acción de Gracias, que es la festividad familiar por antonomasia en aquel país, más importante en este sentido que la Navidad. La importación del Black Friday ha sido fulgurante en España. Apenas hace cuatro o cinco años nada se sabía de ese día por aquí, salvo los que conocían las tradiciones norteamericanas, que siempre muestran a estas dos fechas en sus películas y series. Y ahora… no hace falta darse una vuelta por la calle para ver cartelones Black en casi todos los escaparates. Vea su móvil, su bandeja de entrada de mensajes y la avalancha de promociones web. El día de la locura consumista se ha colado por completo en nuestra vida, ha entrado de manera arrolladora y reclama su sacrificio en forma de colas, compras y tarjetas desplumadas. Hoy el ambiente comercial en cualquier ciudad española será muy similar al que se registra en Macy’s y otros muchos establecimientos de Nueva York, con cifras de venta e impacto que ya hacen de esta jornada una de las más importantes de todo el año en cuanto a volumen de ventas. Además, como aquí somos exagerados para estas cuestiones, hemos convertido el viernes en macropuente consumista, con ofertas que duran todo el fin de semana e incluso varios días de la semana que viene. En EEUU, hace no muchos años, cuando empezó el disparo de productos tecnológicos, se creó el llamado “CiberMonday” el lunes posterior al viernes negro, centrado en los descuentos de productos informáticos y las compras por internet. Eso hoy en día tiene poco sentido, dado que portales de venta como Amazon y las webs de venta online de muchísimas cadenas van a ser también las grandes protagonistas de hoy y de este fin de semana. Ofertas que asaltan la pantalla cuando se visita cualquier web, columnas y cabeceras de publicidad que chillan ofertas irresistibles a un solo golpe de click… el desenfreno de gasto de esta jornada puede llevar a muchos a la ruina y a no pocos a la amargura al no encontrar el chollo que buscaban. Hay, como en el cómic de Asterix, resistentes galos que no se suman a esta locura, bien porque no les gusta o porque simplemente no pueden bajar más sus precios, pero son minoría. Hoy la fiesta comercial será una locura en muchos sitios.
 
Mi consejo ante un día como este. No se vuelva loco, y compre lo que necesite. Y si no necesita nada, nada tiene que comprar. Vi ayer un tuit muy ingenioso que comentaba un anunció de crédito de una entidad específicamente creado para esta jornada, y decía el autor de la frase “compra con el dinero que no tienes aquello que no necesitas”. Y le doy toda la razón. No se deje obnubilar por ofertas que parecen chollos y que, en muchos casos, no lo son, no se arruine con un montón de cosas que de nada le sirven. Exija garantías, etiquetas, comprobantes y las condiciones habituales de los días de rebajas, y no deje que su tarjeta de crédito, que no es “black” acabe laminada y descubierta.

jueves, noviembre 24, 2016

La muerte de Rita Barberá


Ha querido la casualidad que, en su muerte inesperada, Rita Barberá emule a uno de esas estampas dibujadas por Hopper. Sola, en su habitación de hotel, en un entorno aséptico y nada personal, en una ciudad que le era ajena, ha muerto Rita en medio del vacío que se extendía en torno a su persona, con la sensación de estar rodeada de ausencias, de ecos de gritos y abrazos pasados, que hoy eran miradas esquivas y roces indeseados. Como esos personajes que retrata genialmente el pintor americano, que dejan su vida pasar mientras la vida pasa al lado suyo sin llegar a tocarles. La muerte de Rita ha sido, en ese sentido, muy triste.
 
La mujer que todo lo tuvo y que finalmente casi todo lo perdió. Es Rita el retrato fiel de la política en España durante estas últimas décadas, una política entrada algo en el servicio a los demás, y volcada sobre todo en el engrandecimiento del partido propio, el valor que se situaba por encima de todos los demás. Barberá llegó a la alcaldía de Valencia y ya nadie le pudo sacar de allí hasta que fueron sus propios errores los que la expulsaron. Popular, con un toque populista, disfrutó de los años del boom inmobiliario y llenó la ciudad de extraños edificios, que serán su recuerdo más imperecedero, y de eventos carentes de sentido. Se le subió el poder a la cabeza a medida que revalidaba mayorías absolutas y empezó a ser una versión cómica de sí misma. Sus apariciones públicas iban, poco a poco, convirtiéndose en esperpentos, en los que una mujer poderosa exhibía una estética y formas impropias de una líder de un ayuntamiento y de una regidora electa. El derrumbe de la burbuja dejó su ayuntamiento, como todos los demás, sin un euro en las arcas, y sin el poder del presupuesto la imagen de Rita, como la de otros muchos alcaldes, empezó a colapsar. A medida que caían los precios de los pisos y el levante se convertía en un monumento a la locura inmobiliaria surgían más y más noticias de operaciones corruptas en las que, o se le mencionaba o se le intuía. Y daba la sensación de que era imposible que nada de lo que se estaba rumoreando hubiese sucedido sin su permiso o, al menos, consentimiento. Valencia se convirtió en el centro de la corrupción, quizás porque antaño fue el centro del exhibicionismo burbujero, y caso tras caso iban cayendo antiguos presidentes de la Comunidad, de las diputaciones y de todo tipo de entidades públicas, que dejaban manchadas a su paso y marcha. A medida que avanzaba el tiempo se cerraba un cerco de sospechas sobre Rita, y la pérdida del poder municipal tras las elecciones de 2015 le dejó sin la más preciada defensa. Decía a todos que era honrada y que todas las acusaciones contra ella eran falsas, pero cuando se vio fuera del Ayuntamiento lo que más buscaba era un lugar en el que protegerse, dando la imagen de que, en el fondo, tampoco confiaba tanto en su inocencia. Y lo encontró en el Senado, donde fue nombrada representante de la Comunidad Valenciana por designación autonómica, y con ello el aforamiento que le permitía jugar con cierta ventaja ante unas actuaciones judiciales que, ahora sí, le nombraban directamente a ella. Por cada acusación, caso y titular, Barberá se convertía en una apestada política, y una máquina de perder votos en medio de la infinita campaña electoral nacional. Presionada por los suyos para que les dejara en paz, Barberá se atrincheró, y optó por la renuncia de la militancia para desentenderse del partido, su partido, pero mantener el escaño senatorial, su último parapeto, la última almena desde la que contemplar su destrozado castillo.
 
Ayer, a su muerte, sorprendente, los que fueron los suyos y la apartaron por interés propio la loaban como en España se hace a los muertos, sin tacha alguna. Los que fueron sus adversarios políticos a lo largo de tantos años se mostraron respetuosos en el momento de su muerte y duelo. Y hubo quienes no se comportaron así, cegados por su sectarismo, que les hace ver que sólo ellos poseen la verdad suprema, y que los demás son, somos, despreciables a la hora de construir su soñado paraíso estalinista. Murió sola Barbera, en medio de las sombras. Ella, que todo lo pudo ser, cayó por obra y gracia de su ansia de poder. Descanse en paz ahora y sea la historia y los jueces los que determinen su trayectoria política y presuntas corruptelas.

miércoles, noviembre 23, 2016

Trump, contra el comercio


Poco a poco, despacio y no sin sobresaltos, vamos conociendo algunas de las cosas que quiere hacr Donald Trump cuando el lunes 20 de eneros sea investido como presidente de los EEUU. Algunas noticias son sobre su entorno familiar, como la absurda idea de Melania y su hijo de permanecer en la torre y no mudarse a la Casa Blanca, con el consiguiente caos de seguridad, y otras tienen que ver también con su familia, o mejor dicho, sobre la gestión de sus negocios, y los conflictos de intereses que surgen. ¿Cómo hacer que Trump y su clan no desfalquen las cuentas públicas en su propio beneficio? Menuda pregunta más interesante.
 
En lo que hace a políticas de las gordas, palos y zanahorias. Zanahorias para Hillary, porque parece que no le va a perseguir ningún fiscal general, y de momento tampoco la frontera sur va a ver algo parecido a un muro, aunque sobre este tema lo cierto es que no ha negado nada, simplemente nada ha dicho. Lo que se ha declarado, sin duda alguna, es que retirará a EEUU del TPP, el tratado comercial transpacífico, una de las obras de Obama, que busca reforzar lazos comerciales entre los países ribereños de ese mar, que actualmente representan la mayor parte del PIB y riqueza del planeta. De todas las soflamas reiteradas por Trump en su campaña, hay pocas dudas de que la misoginia y el proteccionismo son las verdades más profundas que se esconden tras sus duras palabras, teniendo que dejar análisis más profundos para más adelante, cuando sus hechos le delaten. Y el mal del proteccionismo, que tanto auge tiene entre los extremos ideológicos de nuestro mundo, es uno de los caminos más rápidos para el empobrecimiento mutuo y la creación de recelos sociales y políticos. Todos los países del mundo comerciamos, necesitamos cosas que hacen otros y les vendemos cosas que nosotros hacemos. Se comercia con bienes, servicios, capitales y personas, y a veces uno gana más que otro y en otras ocasiones es el otro el que gana más que uno, pero esos vínculos creados entre unos y otros nos permiten a ambos ser más productivos y crecer. ¿Cuál es el freno al comercio? Principalmente son dos, el no admitir que, como la vida misma, es un juego en el que siempre se gana, y de ahí la tentación de aislarse para que nadie me perjudique, y el recelo que supone entablar contacto con otras sociedades y personas, de orígenes, ideas y lenguas distintas en la mayoría de las ocasiones, que no son “de los nuestros” y que muchas veces se ven antes como enemigos que como aliados. Esos frenos, muy escondidos en el interior del alma humana, son los que han logrado frenar los acuerdos comerciales a lo largo de la historia, y están del actual fracaso de la OMC, la Organización Mundial del Comercio, organismo internacional formado por muchísimos países, cuyo fin es el de fortalecer las relaciones comerciales, rebajar aranceles mutuos y aumentar la prosperidad de todos. El fracaso de la OMC se ha traducido en el surgimiento de Tratados Comerciales parciales, de unas zonas con otras, de unos países con otros, en los que se regulan esos aranceles y las características de los productos que se van a intercambiar. Pero fijémonos en la bilateralidad. Canadá ha firmado, tras una difícil aventura por Valonia, un tratado comercial con la UE, que sólo tendrá vigencia entre ambos mundos, Canadá y UE. Si un tercer país quiere comerciar con alguno de los dos, las reglas de ese acuerdo mutuo no le incumben. Así, la falta de acuerdos comerciales globales parcela el mercado, complica las reglas, crea una maraña de normas y frena los intercambios globales. Los tratados son un parche, ni mucho menos la solución perfecta.
 
Y frente a esa solución parcial, las voces proteccionistas (que como si fueran niños ansían vender mucho fuera pero no comprar nada del exterior) elevadas sobre altares nacionalistas, populistas, izquierdistas, derechistas y todos los “-istas” que deseen, claman contra esos tratados. Y con Trump se les ha aparecido su particular virgen María, bien es cierto que transmutada de sexo. La decisión del futuro presidente supondrá empobrecimiento, primero de los propios norteamericanos, y luego del resto de los países. Y no logrará su objetivo de hacer que la producción vuelva a casa, no. Puede penalizar las importaciones chinas, y Apple quizás no haga los Iphones allí, pero se los llevará a África, cosa que agradecerán mucho las naciones que acojan las plantas. O las trasladará a EEUU, y los producirán robots, no personas. Trump se equivoca.

martes, noviembre 22, 2016

Terremoto, y susto, en Japón


Finalmente ha quedado en poca cosa, afortunadamente. Ayer por la noche las alertas estaban disparadas al conocerse la noticia de un terremoto de intensidad 7,3 en la zona de Fukusima, en el noroeste de Japón, que se sintió con intensidad en Tokyo, y que despertó todos los fantasmas de lo sucedido el 11 de Marzo de 2011. La alerta de tsunami se decretó inmediatamente y, pese a que se ha producido ese fenómeno, su intensidad ha sido muy leve. No hay balance de daños pero parece que no hay víctimas mortales. El susto con el que nos fuimos ayer a la cama se ha diluido, en parte. ¡Qué buena noticia!
 
Sin embargo, el miedo a que se produzca un desastre mucho mayor que entonces sigue presente en todos, especialmente en los japoneses. Tokyo es la mayor conurbación del mundo, una megalópolis de treinta y cuatro millones de habitantes, sí sí, han leído bien, que se arraciman en torno a su bahía y que tienen pendiente sobre sus cabezas la amenaza de un gran terremoto que, en parte, puede destruirla por completo. Las medidas que se toman en la construcción en aquel país son de las más severas del mundo para tratar de paliar, en la medida de lo posible, los efectos de semejantes amenazas, pero todo tiene sus límites. En el desastre de 2001 vimos como las berreras defensivas ante los tsunamis no sirvieron de nada cuando éstos adquieren una virulencia propia de una película de Hollywood. Sin embargo, ese mismo días vimos rascacielos del centro financiero de la capital oscilar, de una manera aparentemente peligrosa, pero que mostraba una elasticidad fantástica, la mejor de las armas para poder resistir un envite de semejante calibre. No hubo apenas víctimas en Tokyo y los cerca de 18.000 muertos que causó aquel maldito desastre natural se produjeron en las zonas costeras, arrasadas sin piedad por un mar desatado. Los ojos de todo el mundo se centraron rápidamente en Fukusima, su central y el riesgo de contaminación nuclear, pero muy pocas personas murieron en el entorno de la central y es difícil saber el número de las fallecidas desde entonces a causa de las radiaciones, tanto en el proceso de control de la instalación como en los años posteriores, pero la cifra de 18.000 fallecidos por el efecto físico del terremoto y tsunami es certera, devastadora y asombra por su magnitud. Imaginar las consecuencias que un gran seísmo puede tener sobre la ciudad de Tokyo, dada su dimensión y población, resulta mareante, pero son los japoneses los primeros en ser conscientes de que, tarde o temprano, un acontecimiento de ese tipo tendrá lugar y que, de una manera o de otra, por mucho que se trate de paliar, parte de su ciudad será arrasada. En mente se encuentra clavada la angustia ante una futura condena, que se sabe incierta en el tiempo pero segura en su crudeza, y un estoicismo admirable para sobrellevar las posibles pérdidas y luchar todo lo posible para protegerse ante ellas y sobrevivir después. Quizás sea algo propio de las culturas asiáticas, donde el régimen y la fortaleza de la sociedad es mucho más importante que el individuo, justo al revés que en occidente, donde somos cada uno de nosotros el centro de interés de nuestras vidas y las de los demás. Por eso tragedias privadas o públicas tienen un efecto mediático, y profundo, mucho más intenso. O quizás se deba a otro tipo de causas que se me escapan, pero lo cierto es que la actitud de la sociedad japonesa ante ese futuro destino me parece encomiable.
 
En contraposición, se me ocurren dos localizaciones occidentales que se enfrentan a un riesgo potencialmente igual de devastador y que, me da, no están tan concienciadas. Una es California, donde vive tanta gente como en Tokyo o más, que espera al Big One y se prepara con medidas similares a las de los japoneses, pero con una cultura vital muy distinta. Y otro, más cercano, es Nápoles y el conjunto de poblaciones de su área, que tienen al Vesubio como amenaza constante. Varios millones de personas viven ahí, creo que sin ser muy conscientes de lo que tienen debajo de sus pies. En esos dos puntos, junto con Tokyo, es cuestión de tiempo que se produzca una gran tragedia. Que tarde lo más posible y nos de tiempo a prepararnos.

lunes, noviembre 21, 2016

Arrival, La Llegada, excelente película


Partiendo del hecho de que me gusta la ciencia ficción, acudí a ver la película Arrival, en castellano “La Llegada” con bastante ilusión y ganas, confiando en encontrar, por fin, una buena historia que me llegase en un marco avanzado y fantasioso, y a ser posible con un poco de adultez, por así llamarlo, dado el infantilismo expresado en sobredosis de efectos especiales que, muchas veces, tratan de ocultar la carencia de una verdadera historia. Y ya desde sus inicios Arrival es una película diferente, sensible, humana, que atrapa, y que empieza a generar preguntas, y tarda mucho en ofrecer respuestas.
 
El argumento de partida es sencillo y visto en varias ocasiones. En medio de nuestro mundo, de repente, aparecen unas naves espaciales que provienen de otros mundos y con ellas, otros seres. Se sitúan en doce puntos aleatorios del planeta y aparentemente no hacen nada salvo estar ahí. El gobierno de EEUU contacta con una experta en lenguajes para tratar de establecer algún tipo de comunicación con ellos, y a partir de ahí se desarrolla una trama en la que la geopolítca, la ciencia y los sentimientos juegan un papel fundamental. Pero sobre todo Arrival es una película sobre comunicación, sobre cómo es posible hacernos entender unos con otros, y entre nosotros y mundos diferentes. Los seres que ocupan esas naves poseen un lenguaje, y una especie de grafía, pero que no tiene nada que ver, ni estética ni conceptualmente, con los que poseemos nosotros, y no podemos olvidar que es el lenguaje lo que nos permite entendernos, aprender y expresarnos en cada momento de nuestras vidas. Sin él estamos amputados, nos sentimos discapacitados. Es la sensación que tengo cada vez que me veo forzado a utilizar el nefasto inglés que se, la de un ser inferior, la de alguien que trata de hacerse entender y no lo logra. Sin el lenguaje nada somos. Y si lo malinterpretamos corremos unos riesgos enormes. Las sutiles diferencias que hay entre una advertencia y una amenaza, entre un aviso y una imposición… miles de problemas pueden surgir en cada momento al utilizar esa herramienta tan potente, pero también tan subjetiva, que es el lenguaje. A todos estos inmensos retos, imposibles, se enfrenta la protagonista de la película, encarnada por una soberbia Amy Adams, que empieza a utilizar no tanto estrategias basadas en su dominio de las lenguas, sino trucos y tretas que serían las que alguien usaría en un país completamente extranjero, con carteles, gestos, movimientos de las manos, y todo un repertorio de acciones que tratan de hacer comprender a los visitantes quienes somos, antes de saber qué es lo que ellos desean. La película avanza en este relato mientras, en paralelo, crecer la incomunicación entre las distintas sociedades de la Tierra que, enfrentadas cada una de ellas al mismo reto con sus extraterrestres, empiezan a divergir sobre cómo actuar y, si es necesario, defenderse de lo desconocido antes de correr nuevos riesgos. Ambas tramas se acaban juntando en un final tenso, emocionante, y en el que uno de los factores que ronda a lo largo de toda la película, y que por supuesto no se lo voy a revelar, resulta ser crucial para encontrar una salida. Pese a ello, no se puede decir que, aunque lo parezca, la cinta tenga un final feliz, y eso se debe a la propia complejidad de la historia y a lo real que muestra tanto nuestras emociones como los miedos que las oprimen.
 
Heredera de “Encuentros en la tercera fase” y “Contact” es ese trasfondo místico, si quieren ustedes, el protagonista principal de una película lenta, pausada, ajena al torrente ruidoso que llena muchas salas de cine, que trata al espectador como un adulto inteligente como pocas veces se ha visto, y que no requiere para su comprensión saber nada de física, sea teórica o cuántica, como por ejemplo si pasaba en la también notable “Interestellar”. El reparto, corto, lo hace muy bien, pero debo reiterar mi aplauso para Amy Adama, sobre la que gravita toda la acción, que encarna a un personaje complejísimo, tortuoso, lleno de matices y dolores, que es la clave de bóveda de una película en la que los extraterrestres, sobre todo, podemos ser cada uno de nosotros. Véanla y juzguen por sí mismos.

viernes, noviembre 18, 2016

Saludos al chino que me espía


La última noticia surgida en torno al apasionante mundo del espionaje masivo y la ausencia de privacidad en la que vivimos tiene que ver con China, no con la NSA norteamericana. Resulta que cientos de millones de smartphones diseminados por todo el mundo tienen un software secreto que rastrea su contenido y envía SMS a China para que desde allí los analicen. No quiero imaginarme el aspecto de la bandeja de entrada del servidor chino, y supongo que los espías orientales tendrán un software que les cribará la información para que no se la tengan que leer, aunque es sabido que allí la explotación de la mano de obra es un clásico.
 
Lo más curioso de este asunto es que la tecnología que usan los chinos para espiarnos ya es muy obsoleta. De hecho ni es necesario instalar aplicaciones espía para controlarnos. Hemos llegado al paraíso del espía en el que el sujeto investigado le cuenta al ávido de información todo lo que este quiere saber sin que haya que engañarle, extorsionarle o someter a ningún tipo de chantaje. Son cientos de millones las personas que, en cada instante, cuentan en aplicaciones públicas y gratuitas dónde están, qué hace, qué compran, comen, usan, gastan, en qué emplean su tiempo… esa información, de valor comercial infinito, es ofrecida por los ciudadanos de una manera no sólo despreocupada, sino más bien orgullosa, como una orgía de hedonismo o narcisismo de la que es imposible escapar. Si uno no participa en esas redes, no comparte fotos ni interactúa es visto, en muchos lugares y situaciones, como un asocial, un enfermo, un retraído, alguien en quien no se puede confiar. Es justo el mundo al revés, hemos pasado de la defensa de la privacidad a la ostentación pública de nuestra vida, al exhibicionismo descarnado de lo que hacemos en cada instante, por el mero placer de hacerlo y por recolectar unos “me gusta” que a casi todo el mundo le ponen a cien cuando se muestran en su pantalla. Y todo esto coincide con la posibilidad tecnológica de poder tratar ese enorme volumen de información. De nada sirve tanto dato si no hay manera de utilizarlo, para nada vale una gasolina sin motor de combustión. Ahora mismo millones y millones de euros, pongan la moneda que deseen, viven convertidos en software y hardware de altísimas prestaciones, que exprimen de manera automatizada, a través de potentes algoritmos, la información que cada uno de nosotros generamos. Esa tecnología, deslumbrante, busca lo que todas en cualquier negocio, arañar algo de beneficio que la haga ser rentable. La invasión de las ofertas personalizadas, de la publicidad on line destinada de manera efectiva a cada uno de nosotros no es sino la punta de un enorme iceberg que, poco a poco, va a conseguir crear el sueño de los comerciales, que no es sino personalizar el producto a cada consumidor individual. Se acabaron los estudios de mercado, la segmentación de la población en clases, capas, estratos o sectores, el tirar ofertas a lo bruto diseñadas para grupos de población que, pese a la destreza del análisis, nunca son homogéneos. No, el paraíso es la venta personalizada, adecuada exactamente a los gustos de cada uno de nosotros, de tal manera que el precio también sea personalizado y que, así, el vendedor pueda extraer el mayor excedente del consumidor posible, porque ha logrado satisfacerle como nadie lo había hecho hasta entonces, porque el consumidor se ha sentido escuchado, aunque sea sólo por unas máquinas frías y distantes.
 
Pero no puedo olvidarme del chino que me espía. Quiero desde aquí mandarle un saludo y, ya puestos, pedirle un consejo. Dado que sabes de mi vida tanto como yo, y tienes la ventaja de observarla desde la distancia, con la perspectiva que eso aporta, ¿qué me aconsejas que haga con ella? Porque muchas veces no tengo ni idea de lo que hacer, escoger, opinar, sentir o padecer, y no tengo nada claro cómo gestionar mis asuntos y preocupaciones. Se que te tienes que estar aburriendo bastante con la vida que te ha tocado espiar (ya lo siento, casi todas las personas que conozco son mucho más divertidas e interesantes que yo) pero, ahora que no nos oye nadie, ¿te animas a darme algún consejo? Me vendría bien. Saludos desde la distancia (bueno, no tanta….)

jueves, noviembre 17, 2016

La triste gira de despedida de Obama


Seguro que cuando fue organizada, intuyo que hace ya varios meses, la gira de despedida de Obama por Europa se pensó como un momento dulce, uno de los más sentimentales y agradecidos para el casi ya expresidente norteamericano, dado el entusiasmo con el que han sido recibidas sus palabras y estancias cada vez que ha pisado nuestro continente. Quizás haya sido, de los recientes, el presidente que menos caso real le ha hecho a Europa, pero eso no ha impedido que sea de los más aplaudidos y vitoreados, preventivo y ridículo Premio Nobel inclusive.
 
Como pasa muchas veces, la realidad se encargar de transformar nuestros ilusos planes en otra cosa muy distinta. Esta gira, que ayer transcurrió por Grecia y hoy por Alemania, es triste, muy triste. Obama pisa por última vez el continente sabedor de que en su triplex dorado de Manhattan maquina Trump cómo establecer su gobierno, y que partes de las medidas de su predecesor desea arruinar. La derrota demócrata empaña notablemente el balance presidencial de Obama, y él lo sabe. Su implicación en la campaña, muy intensa, no ha impedido que Hillary, que fue su secretaria de estado, haya fracasado, quedándose muy por detrás en votos respecto a los que consiguió Barack en sus dos elecciones. Además del plano interno, sabe Obama que la relación trasatlántica va a sufrir mucho, sean cuales sean las decisiones futuras de Trump, dado que su elección rompe el invisible pero necesario vínculo de confianza entre los socios. Esto de la relación trasatlántica no es sólo la presencia de bases norteamericanas en Europa, que también, sino los fuertes lazos comerciales, personales, de ideas y sentimientos que unen a las dos orillas de lo que llamamos occidente, que somos muy distintas, pero compartimos una misma fe en la ley, la democracia, los derechos humanos, al libertad y la economía de mercado. Esas son algunas de las características que nos definen, y que día a día tratamos de ejercer, proteger, cuidar o, al menos, no destruir. Junto a nosotros, vecinos o no, existen regímenes donde esas ideas no se dan, o simplemente se vetan. Mantenemos excelentes relaciones comerciales con ellos, fruto de la necesidad y el egoísmo mutuo, pero China o Arabia saudí, por citar sólo dos, son países donde no nos gustaría vivir por mucho dinero que tuviéramos. Hay algo más que el dinero, algo mucho más importante. Y es ese algo más lo que está en riesgo, sobre el que se ciernen nubarrones de tormenta que amenazan con descargar. El ascenso de los populismos, las manifestaciones de xenofobia, asociados antes al Brexit, ahora a Trump, la renacionalización, el apelar constantemente a “lo nuestro” frente a los demás, son síntomas peligrosos de regresión, y bien sabemos en Europa, nuestra querida Europa, hasta qué punto somos capaces de generar infiernos que comienzan con meras declaraciones de superioridad racial. Más de una vez EEUU ha venido a salvarnos de nuestros propios demonios, tanto por su interés propio como por un anhelo de lucha por la libertad, y los cementerios que jalonan media Europa son recuerdo imborrable de ese pacto de sangre que tenemos entre los dos mundos. No debemos olvidar a aquellos que cayeron para que nosotros podamos ser libres, y debamos ejercer esa libertad con cabeza y sentido.
 
Hoy Obama se reunirá con Ángela Merkel, quien se ha convertido, a su pesar, en la única luz de libertad que queda en nuestro mundo. Tras la renuncia de Reino Unido, el misterio sobre el futuro de EEUU, el potencial desastre político que es Francia y la irrelevancia del resto, Merkel, Berlín, se convierten en nuestra gran esperanza para poder reconquistar terreno al populismo. Será un trabajo duro, llevará mucho tiempo, pero es una batalla ideológica en la que no podemos desfallecer, y siempre tendremos que estar. Se lo debemos a los caídos, sí, pero también a nosotros mismos y a las generaciones que nos van a suceder. Si caemos en los errores del pasado les dejaremos un mundo mucho peor que el que hemos conocido. Será no sólo el fracaso de Obama. Será, sobre todo, nuestro propio fracaso.

miércoles, noviembre 16, 2016

Trump y la burbuja del mercado de bonos


Podemos pasarnos media vida analizando las consecuencias de la victoria de Trump, porque son incontables las facetas de la vida en la que este cambio, potencialmente radical, puede generar efectos. Una de ellas, desde luego, es la economía. Poco se sabe de las ideas del personaje al respecto, más allá de una llamada primaria a la reindustrialización del país, levantamiento de aranceles y medidas punitivas a todo lo que suene extranjero. Unas ideas muy nacionalistas que, de llevarse a la práctica, supondrían mayor pobreza para los estadounidenses y, de rebote, para todos los demás. Confiemos en que no se hagan realidad.
 
Lo que de momento ha desconcertado a muchos es que las bolsas, que el 9 empezaron con grandes pérdidas, se han comportado de una manera extraña. Las americanas no dejan de subir y encadenan máximos históricos con una facilidad y redundancia que asusta, y son las europeas las que más flojean, especialmente la española, que lleva más de un 3% de pérdida desde el día electoral. A lo que pocos están mirando, y es muy importante, es al mercado de bonos, de títulos de deuda pública. Desde la elección de Trump el interés que pagan esos bonos no deja de subir, y las primas de riesgo periféricas también crecen. Y esto es malo, y para un país endeudado como el nuestro, muy malo. Desde hace tiempo se viene hablando de la burbuja del mercado de bonos, burbuja alimentada por las compras de los bancos centrales, que adquieren títulos de deuda sin control, y también cebada por el miedo al riesgo global. Eso hace que particulares y fondos de inversión se lancen a comprarlos sin medida, y el tipo de interés que se obtiene por ellos resulte ridículo, e incluso negativo en muchas ocasiones. Ese interés negativo, irracional, sin sentido, es el reflejo más evidente de esa burbuja de los bonos, que no es sino una forma de decir que se están comprando demasiados por parte de demasiada gente. Tarde o temprano esos bonos alcanzarán su precio más alto (y con él el interés más bajo) y empezará el proceso de venta. Como siempre, el primero que lo haga será el más beneficiado y el último lo perderá todo. Desde hace tiempo se viene advirtiendo por muchos analistas y entidades que ese proceso de desinversión de bonos tendrá que llegar, inexorablemente, y que cuanto más tarde lo haga más violento y peligroso puede ser. Una venta masiva de bonos puede hacer que carteras de inversión de todo el mundo registren grandes pérdidas y que los titulares últimos de esos bonos, los inversores, paguen el pato de la burbuja. Y ya se sabe que en estos asuntos la metáfora del “aterrizaje suave” es exactamente eso, una metáfora, nada cercano a la realidad. Esa venta de bonos también tiene mucha relación con el fenómeno de la inflación, ese monstruo que sigue ahí, escondido, sin que nadie le encuentre aunque se trate de despertar por todas las maneras posibles. Y mira por donde en los últimos meses empiezan a verse tasas de inflación positivas en varias economías occidentales, en parte por la subida de los precios del petróleo desde sus mínimos, pero tasas positivas en todo caso, que hacen ruinosa una inversión en bonos que rente negativo. Ante la inflación, toca vender esos títulos para generar un rendimiento que nos compense la subida de precios.
 
¿Será Trump el desencadenante de este proceso de venta masiva de bonos? Pudiera ser. Su anunciada política económica, a la que antes me refería, también es inflacionaria, y sólo por el hecho de la incertidumbre que genera su presencia puede darse la ocasión para que se genere un proceso de venta que alcance la dimensión necesaria para iniciar el pinchado de la burbuja. O no, que en esto no hay leyes escritas. En todo caso el bono español a 10 años ha pasado del 1,2% al 1,5% en apenas tres días, la mayor subida en bastante tiempo, y recuerden, debiendo como debemos un 100% del PIB, esto puede ser para nosotros un golpe muy duro. Para saber más sobre este asunto, muy importante, lo mejor es que lean a Kike Vázquez, que sabe muchísimo más que yo sobre esto (y sobre otras muchas cosas).

martes, noviembre 15, 2016

Trump, mentiras y medios de comunicación

Este viernes Ramón Espinar ganó las primarias de Podemos en Madrid, imponiéndose a la candidatura errejonista de Rita Maestre y Tania Sánchez. A Espinar le descubrieron, hace unas semanas, un chanchullo con un piso de protección oficial, con el que especuló gracias a, entre otras cosas, los favores de su padre. Esta noticia, que dio mucho que hablar en los medios, no ha tenido repercusión en la elección de Podemos, si por repercusión entendemos que Espinar hubiera perdido. Podría pensarse incluso que le ha llegado a favorecer, dado que sus fieles se han movilizado en masa. Nunca lo sabremos exactamente.

A escala, el caso Espinar me recuerda mucho a Trump. Por cada delito que le descubrían la magnate, por cada falta, abuso y prueba de indecencia que le era aireada, arreciaba más el ruido de su campaña y los gritos ensordecedores de sus fans, que veían conspiraciones mediáticas por todas partes. Parecía que todo funcionaba al revés de lo establecido, y que esas noticias de delitos y faltas, nada allenianos, que hasta ahora suponían la muerte política del candidato, eran justo lo contrario, más gasolina que echar a las ardientes brasas de sus encolerizados partidarios. Y él, en los mítines, se reía de todos ellos, de los suyos y los demás, despreciaba las noticas sobre sus males y lanzaba nuevas soflamas. El resultado electoral final, que sigue teniéndonos a muchos entre asustados y deprimidos, ha sido, sobre todo, la victoria de esa ira social frente a las noticias de corrupción del candidato y, de rebote, el fracaso de los medios de comunicación, que no supieron, como muchos otros, ver la bola que se estaba organizando y, lo peor, se han mostrado irrelevantes. Portadas y portadas de grandes periódicos de prestigio inmaculado denunciando cada uno de los delitos de Trump, que sólo han servido para que el magnate consiguiera publicidad gratuita y no gastase recursos propios para la campaña. Los lectores de esos medios ya sabían cómo era el personaje, y no le iban a votar, pero se suponía, hasta la semana pasada, que esas cabeceras ejercían una influencia sociológica en los votantes, que iba mucho más allá de su censo de lectores. Ese supuesto se ha mostrado falso, y aún más, contrario a la realidad. Muchos votantes de Trump también lo han hecho para pegar una patada no sólo a lo que ellos llaman el “stablishment” de Washington, su versión de la casta, sino para golpear también a esos medios de comunicación clásicos, que consideran infectados por la corrupción y la mentira. En la era de la presunta información, el ruido de las webs cubre a los medios y resulta ser insuperable. Muchos de los votantes de Trump se informan a través de webs propias, de origen reciente, ideología extrema y llenas de afines a sus teorías. Sólo escuchan lo que aquellos en lo que creen les cuentan, y no salen de ahí. Por lo tanto, lo que el Washington Post o cualquier otra cabecera publique no son nada más que mentiras, calumnias y basuras propagadas por los poderosos que tratan de derribar al candidato del pueblo, al inmaculado, a Trump, a quien porta la incómoda verdad que tanto ofende en los círculos de Washington. Seguro que esta retórica les suena mucho, a expresiones tipo “la máquina del fango” que usaron los afines a Iglesias para calificar las informaciones sobre el piso de Errejón. Y sí, suena tanto que es exactamente lo mismo.

Por ello, el resultado de la victoria de Espianr y, sobre todo, el de Trump, muestra un peligro que hasta ahora ni nos habíamos planteado, que es el de la pérdida de credibilidad de los referentes que, durante décadas, han sido los creadores de la opinión y, también, los que han controlado los excesos del poder. La fragmentación de las audiencias, el sectarismo creciente y la negación de la realidad supone, tras la derrota económica, otro golpe muy serio a la existencia de periódicos y medios serios, que ven como su espacio se achica frente al auge de populistas al mando de micrófonos y webs, que inventan una realidad y, lo peor, tienen un gran mercado donde poder venderla.

jueves, noviembre 10, 2016

Sin artículos hasta el Martes 15

Viaje imprevisto a Elorrio.... Mañana viernes y el Lunes 14 no habrá entradas del blog. Hasta el Martes 15!!!

Donald Trump, Presidente de EEUU


 
Realmente ni idea. Varios de los analistas que hasta hace un día auguraban la victoria de Hillary explicaban ayer en detalle en muchos medios lo obvia que se les había hecho su derrota. No esperen de mi este camaleónico y absurdo discurso. No soporto a Trump, Hillary me parecía el mal menor frente a él y, pese a ser una mala candidata, confiaba en su victoria, pero temía su derrota, a modo de un Brexit II. Tras bastantes horas nocturnas delante de la televisión viviendo la noche electoral americana, era obvio que la derrota de Hillary no tenía paliativos, que Trump había ganado y que, otra vez, todo lo que sabíamos no servía para nada.
 
Por eso ese “ni idea” que queda tan mal como respuesta. Y que en este caso se amplifica hasta el infinito dado el carácter de mentiroso compulsivo de Trump. A lo largo de este año y medio de sucia campaña lo hemos visto decir, desdecir, acusar y violentar la realidad tanto como el lenguaje y la nobleza de los que se cruzaban a su paso. Podía decir una cosa por la mañana, la contraria por la tarde y mandar a la mierda al periodista que le preguntase por la noche sobre ese mismo asunto. Su programa electoral son una serie de banalidades proteccionistas, un montón de ideas radicales ajenas a la realidad, e imagen, mucha, muchísima imagen, bajo la que está sepultada su personalidad, que quizás nadie conozca en realidad. Por eso, cuando ayer realizó su discurso de aceptación de la victoria, en el que exhibió un tono moderado, serio, presidencial, resultaba ser una especie de caricatura de sí mismo, una burla del personaje que ha sido durante no sólo la campaña, sino toda su vida. ¿Cuál es el verdadero Trump al que nos vamos a enfrentar? ¿Ha organizado el magnate toda esta campaña como el mayor truco publicitario de la historia, para forrarse, a sabiendas de que iba a perder y luego disfrutar de todo el dinero y fama amasado? ¿Le ha salido el tiro por la culata al ganar? ¿Va a gobernar él o simplemente va a firmar todo lo que le pongan y se va a dedicar a darse una vida de órdago en la Casa blanca? Las preguntas se pueden suceder, una y miles, y apenas tengo respuesta alguna. No tenemos ni idea de qué es lo que piensa sobre la inmensa mayoría de los asuntos de importancia, tanto nacionales como internacionales, e incluso es probable que no tenga opinión alguna al respecto, que le traigan al pairo. Comentaba ayer un articulista de El País el símil que supuso la presidencia de Berlusconi en Italia, que a todos nos avergonzó, y que hizo daño a la imagen y economía de los italianos, pero no pudo ir más allá dado que Italia es lo que es y da para lo que da. Y señalaba la frase de Indro Montanelli, veteranísimo periodista italiano que tuvo que sufrir a Silvio como jefe. Decía de Berlusconi que no tenía ideología, sino intereses. Su campaña, su gobierno, no era más que un bluf,  una estructura de imagen creada para sostener su imperio mediático, su ansia de poder y su ego arrollador, pero que gobernar, lo que es gobernar, no le interesaba. Sí figurar como presidente, pero en el día a día Silvio delegaba, y en vez de desarrollar las tareas de estado se iba a sus fiestas del “bunga bunga” y pasaba de todo y de todos. Como un césar decadente, Silvio vivía rodeado de laureles, bacanales y concubinas, y encarnaba un poder que no ejercía. ¿Es esa la idea de la presidencia que tiene Trump? Puede que la utilice para reflotar sus ruinosos negocios, que se embarque en nuevos y decida hacerse con un poder mediático que, pese a haber fracasado estrepitosamente esta noche, puede serle muy tentador para erigirse como altavoz, y propaganda, de su marca empresarial. O puede que gobierne, o que haga apartamentos en la Casa Blanca y le adose una torre llena de neones y casinos. A saber.
 
Lo peor de Trump, y de sus variados amigos a este lado del Atlántico, no es su victoria, sino el hecho de que millones de personas, desesperadas en muchos casos, desoídas, sin alternativas, seguramente muy cabreadas con todo, hayan recurrido a él para dar un golpe al sistema democrático, para reformarlo o, quizás, derribarlo. Trump encarna el problema del populismo, de la demagogia, del simplismo infantil para aclamar a unas masas que, como nos pasa a todos, no entienden la realidad que les ha tocado, pero buscan un caudillo que les saque de sus problemas. Con un Senado y Cámara de Representantes republicanos, Trump tiene, potencialmente, un poder inmenso. No tengo ni la menor idea de qué es lo que hará con él.

martes, noviembre 08, 2016

Esto no es “El Ala Oeste de la Casa Blanca”


Pase lo que pase en las elecciones norteamericanas de hoy, y crucen los dedos para que Trump pierda, el resultado de la contienda deja muchos heridos y daños en todas partes, no sólo en aquel país. Aunque más tarde que en Europa, el populismo ha arraigado en los EEUU y tiene posibilidades de hacerse con el país. El ganador o ganadora se va a encontrar al frente de una nación dividida, rencorosa, en la que muchos creen que si su candidato no gana es porque las elecciones están amañadas, porque el sistema se las ha arrebatado. Nunca pensé que vería comportamientos tan zafios en la política de EEUU.
 
Mi personal doctorado en política, estadounidense y general, además de por muchos libros leídos, proviene de haber visto las siete temporadas de “El Ala Oeste de la Casa Blanca”, una serie de los años noventa que dibujaba una corte de Camelot en Washington en la que políticos idealistas y asesores que trabajaban día y noche hasta el extremo se desvivían por el bienestar de su país y por tratar de sobrevivir a las contradicciones que la política real imponía sobre sus ideales. Era un serie falsa, en la que los guiones, excelentes, te hacían pensar que en aquellos pasillos que se recorrían a la velocidad del rayo mientras los debates eran igual de intensos colgaban fragmentos de obras de Shakespeare, que eran recitadas por los actores. Era una serie falsa porque, ante la duda, los protagonistas se decantaban por su ideal, costara lo que les costase, y se iban contentos a la cama porque se sentían satisfechos de haber cumplido con su deber. Era una serie falsa porque cada personaje, por encima de sus ambiciones, ideas y egoísmos, que los tenía, ponía el bien común de la nación y llevaba grabado en fuego el ideal del “civil servant” que no abunda entre los funcionarios y demás servidores públicos que en España somos, y esa noción de servicio hacía que sus vidas privadas se agostasen, se quemaran día a día en el altar del gobierno, para que éste pudiera hacer lo debido para con sus conciudadanos. Y dentro de tanta falsedad, de tanto idealismo, por el que fue criticada en su tiempo, cada capítulo ofrecía una lección moral de entrega y planteaba un dilema, del día a día de la gobernanza de un país moderno, y entregaba al espectador un argumentario de respuestas posibles que, casi siempre, eran insatisfactorias, porque decidirse por una de ellas implicaba sacrificar acciones, proyectos futuros o promesas del pasado. En cada trama los personajes, desde la posición más alta del Presidente a la de cualquiera de sus asesores, descubrían que el poder, ese poder maravilloso al que habían accedido tras las elecciones, no era sino una cárcel de responsabilidades, exigencias y alternativas para, siempre, determinar quién sería perjudicado en última instancia. Poder es decidir, y decidir es escoger perdedores. Y eso se veía sin parar. Muchas veces uno estaba tentado de actuar de manera distinta ante los problemas que planteaba la serie. “Yo hubiera hecho otra cosa” pensaba al verla, pero me daba cuenta que el guion me trataba, trataba al espectador, con honestidad, como un adulto, poniéndole en el brete de saber lo que dolía a los protagonistas cada paso que daban y lo que le dolería a cada uno de nosotros si hubiéramos optado por otra alternativa. La serie enseña no sólo política, que también, sino sobre todo humildad. Porque ni desde la posición presuntamente más alta del gobierno ni desde la más baja se tiene todas las claves y resortes, y hay problemas que, simplemente, no tienen solución, y muchísimos más para los que sólo hay alternativas malas o peores, nunca buenas. La serie es una vacuna contra el populismo, el simplismo, las recetas mágicas y la demagogia.
 
La campaña que hemos vivido estos meses en EEUU comparte con la serie los decorados, la imagen presidencial y el imaginario que Washington y Nueva York ofrecen como soberbios fondos de imagen, pero ha sido exactamente lo contrario al espíritu de la serie. Meses y meses de griterío, mentiras e insultos por parte de un candidato populista, xenófobo, machista y derrochador, frente a una candidata que no emociona y que posee un pasado, como mínimo, turbio. En pocas elecciones ambos candidatos han sido tan rechazados por los votantes, y en veinticuatro horas uno de ellos se hará con las riendas del país y de parte del mundo. Que haya suerte, y que gane Hillary. Como mañana es fiesta en Madrid lo analizaremos el jueves.

lunes, noviembre 07, 2016

El invierno del descontento populista


2016 será recordado, quizás, como el año en el que los populismos llegaron al poder, o al menos lograron condicionar el designio de las naciones en las que arraigaron. La victoria del Brexit y el papel de Trump en las elecciones de EEUU, las gane o no (ojalá esto último) son el mascarón de proa de un movimiento que, encarnado en Podemos en España, Le Pen en Francia, Alternativa por Alemania en Merkelandia o el movimiento de Orban en Hungría, no deja de configurarse como una nueva corriente ideológica que, desde posiciones aparentemente opuestas, mantiene un mismo discurso proteccionista, nacionalista, rancio y, sobre todo, falso.
 
El por qué de este surgimiento es uno de los debates de nuestro tiempo. Las causas son múltiples y enrevesadas, pero si queremos simplificar dos de ellas me parecen las más relevantes. Una es el fracaso de la política tradicional a la hora de colmar las aspiraciones de la clase media, que ve a esa política como un nido de corruptos y fracasados, visión que, tristemente, ha resultado ser cierta en bastantes casos. El otro factor es el devastador impacto que sobre ese estrato de población, la clase media, ha tenido la Gran Recesión que vivimos desde 2008, y nada lo explica mejor que este gráfico y artículo que les enlazo, que debiera ser de lectura obligada por políticos, economistas, sociólogos y cualquier persona interesada en lo que nos pasa. El gráfico representa el crecimiento de los ingresos reales, a lo largo de las dos décadas que van de 1988 a 2008, por percentiles de distribución de la renta. Las rentas bajas del planeta están a la izquierda, suponen poco sobre el total, y las rentas altas a la derecha, representan la mayor parte del total. ¿Y Cómo es el gráfico? Muy curioso. Partiendo casi de cero, presenta una curva ascendente hasta más o menos el 70%, lo que quiere decir que, en estos veinte años, las rentas muy bajas y medias del planeta han experimentado un gran crecimiento, y eso se ha traducido en que millones, cientos de millones de personas, de África, Latinoamérica y sobre todo Asia, han salido de la pobreza y se han convertido en nueva clase media global. También se ve en el gráfico un intenso ascenso de la renta de los porcentajes que van del 98 al 100%. Es decir, los más ricos del planeta se han enriquecido aún más en estos veinte años, lo que también vemos cada día al comprobar como a las fortunas locales añadimos millonarios provenientes de China y otras nacionalidades. El crecimiento de la renta de los más ricos es elevado, sí, pero menos que el experimentado por los más pobres, por lo que en este tiempo la desigualdad global se ha reducido. Pero lo más importante de este gráfico es que hay una franja de rentas, la situada entre el 70% y el 90%, que en todo este tiempo no ha visto crecer sus ingresos. Esa franja de población corresponde a las clases medias de los países desarrollados, el núcleo de nuestras sociedades. En todo este tiempo ese grupo de población ha visto su prosperidad frenada, mientras veía como los ricos no dejaban de serlo cada vez más y cómo la competencia crecía a su alrededor, bien proveniente de otros países que producían más barato o de inmigrantes y franjas de población que accedían a niveles de vida hasta entonces sólo imaginados por esas clases medias. Si uno ve el gráfico descubre que, prácticamente, no hay descensos de renta en ninguna de las franjas, todos hemos ganado, pero comparativamente, es obvio quien se siente como perdedor del juego frente a los claros ganadores.
 
¿Qué implica todo esto? Que la odiada globalización de estas décadas ha sido el mayor regalo económico y de prosperidad que ha visto el planeta en muchísimo tiempo, pero que ha supuesto, también, la pérdida de privilegios de unas clases medias occidentales que, durante mucho tiempo, no tuvieron a nadie que les hiciera sombra. Ahora eso ya no es así, y las expectativas de esa clase media, de esos votantes, son malas, y se sienten perdedores de un juego que, en la práctica, es el primero en el que no ganan. Y es en ese contexto en el que el populismo arraiga, y cuenta sueños de grandezas perdidas a un auditorio deseoso de reverdecer un pasado imposible. El mundo ha cambiado, y negarse a ello sería un terrible error que, por lo visto, muchos quieren cometer. Lean el artículo, merece mucho la pena.

viernes, noviembre 04, 2016

Rajoy y el gobierno del Gatopardo


Es bueno revisitar a los clásicos, sus lecciones permanecen inalterables a lo largo del tiempo. La novela de El Gatopardo, de Lampedusa, narra la dulce decadencia de la nobleza en una Italia que empieza a gestarse como país. Ante el arrebato de los nuevos poderes que vienen para suplir a los antiguos, renovarse lo justo para amoldarse a ellos es la mejor de las estrategias. Ese “cambiemos algo para que todo siga igual” que tiene el personaje principal como emblema y, casi, escudo de su casa, se ha convertido en una cita obligada cuando hablamos de adaptación, de cambio impostado, forzado por las circunstancias.
 
Rajoy ha demostrado ser un alumno muy aventajado del Conde de Lampedusa, y ha hecho de la frase de dicho noble su emblema absoluto. Esta legislatura será muy distinta de la anterior, la que duró cuatro años, pero el gobierno que la encabeza no es muy diferente. Se ha visto Rajoy forzado a cambiar algunas de las piezas que no daban más de sí, especialmente a un gris Pedro Morenés, que ha pasado sin pena ni gloria por un Ministerio de Defensa cada vez más devaluado, y a Jorge Fernández Díaz, que ha sido un mal Ministro de Interior, reprobado por el Congreso, criticado por casi todos, amante de hablar demasiado, cuando su cargo es de los que más prudencia requiere, y cegado por una fe religiosa que, cumpliendo la ley, no debe salir del ámbito privado. El relevo de Margallo en exteriores es más complejo, y se junta ahí tanto la locuacidad del personaje, a veces excesiva, como su edad y el rumoreado enfrentamiento que mantenía con la vicepresidenta. Aprovecha Rajoy estos relevos para incorporar figuras nuevas a su gabinete. Alfonso Dustis, diplomático, y hasta ahora representante de España ante la UE, en un nombramiento que tiene lógica en Exteriores. Introduce a Dolores de Cospedal, que todas las quinielas daban como ministrable, al cargo de Defensa, puesto devaluado y que tiene poco contacto con el resto del gobierno, excepción hecha de Hacienda. Más parece un retiro dorado que un incremento de poder de la, por ahora, secretaria general del partido. Y nombra a Juan Antonio Zoido, exalcalde de Sevilla, como responsable de Interior. Está por ver qué papel juega en ese puesto. Se ve Rajoy forzado a hacer dos nombramientos nuevos en los ministerios que estaban vacantes, y ahí es donde introduce algo de sangre nueva, con Dolors Monserrat al frente de Sanidad, en lo que es un guiño a Cataluña, en una cartera con competencias muy reducidas, aunque con importante parl de coordinadora entre Comunidades Autónomas, y eleva a Íñigo de la Serna, hasta ahora alcalde de Santander, al Ministerio de Fomento, donde se requerirá un elevado perfil de gestor y austeridad y control de gastos. En lo que es el núcleo duro del gobierno, la economía, pocos cambios. Montoro y Guindos continúan, reforzado algo este último al asumir las competencias de Industria, ministerio que queda troceado para colocar a Álvaro Nadal, no a Alberto, al frente de Energía, Turismo y Agenda Digital. En el resto de carteras no hay cambio alguno, aunque Soraya cede la portavocía para que sea Íñigo Menéndez de Vigo, Educación, el que nos cuente cada semana los acuerdos del Consejo de Ministros y sea la cara del gobierno.
 
No hay relevo generacional, pocas sorpresas, y el perfil de los nombrados es, en general, continuista, aunque sí poseen un carácter más fácil y pueden ser propensos al diálogo. Esa palabra, junto a negociación, va a ser la tónica de esta legislatura, y de su uso y frutos dependerá la duración de la misma y, por supuesto, la del gobierno. Por sus hechos y decisiones les conoceremos, por lo que es pronto para juzgar a los nombrados. Lo que hay que reconocer a Rajoy es que, desde luego, sabe guardar un secreto, y quizás hoy, en un lluvioso Madrid, alguno de los nombrados cuente detalles de cómo se enteraron de su cargo y, más interesante aún, con cuánta antelación. Luego, por favor, que se pongan a trabajar.

jueves, noviembre 03, 2016

Trumpazo bursátil


Octubre fue un buen mes para la bolsa, frente a la ganada fama de desastroso que posee. El Ibex encadenó subidas y volvió a romper la barrera de los 9.000 puntos, reduciendo las pérdidas anuales a poco menos del 3%, en un año de lo más convulso que, recordemos, empezó con descensos muy pronunciados y generalizados. Sin embargo, en las últimas semanas, las caídas han vuelto, y tras la pérdida del lunes y el batacazo de ayer la situación de las bolsas vuelve a ser delicada. El 9.000 se ha vuelto a perder y los mercados, rojos, tienen una pinta fea, sobre todo por las noticias que llegan del exterior.
 
¿Empieza a cotizar la posibilidad de que Trump gane las elecciones en EEUU? No lo descarten. Si algo nos ha enseñado este 2016 es a ser muy muy modestos con nuestras previsiones. Todavía recuerdo el impacto que me produjo el despertar de finales de junio en el que me enteré que el maldito Brexit había ganado en Reino Unido, y seguro que más de uno recuerda ese aciago día en los mercados, el peor en la historia del Ibex, con una bajada del 13%. Casi todos confiábamos en las encuestas que, aunque justas, daban de manera casi unánime una victoria de los partidarios de la unidad y, sobre todo, confiábamos en la racionalidad del votante. Craso error. El votante hizo lo que quiso, como siempre, y en este caso, el resultado fue sorprendente y descorazonador. ¿Fue el Brexit un anticipo de la victoria de Trump? No se qué decirles, pero ambos asuntos empiezan a adoptar unos paralelismos que, como mínimo, me asustan. Hace unas semanas se daba por segura la victoria de una gris Hillary frente a un salido y desatado Trump, que se enfrentaba a todo y a todos. Hoy las cosas están mucho menos claras, porque Trump sigue con su discurso, desvariado, pero que no le resta voto alguno por increíble que parezca, y el fantasma de los correos electrónicos de Hillary ha vuelto a despertar de la mano de un FBI cuya actuación en este final de campaña resulta cuanto menos extraña. Eso ha hecho que los sondeos se ajusten y la ventaja de varios puntos que llevaba Hillary en casi todos ellos vaya menguando como las reservas de agua en verano. Y claro, lo que parecía imposible hace unas semanas empieza a ser, como mínimo, probable. La victoria de Hillary supone, sobre todo, continuidad, en los bueno y en lo malo, y eso da certidumbre a los mercados, lo que más necesitan. Trump es lo desconocido, en todos los sentidos, y de lo que ha dicho al respecto de la economía, sus palabras se traducen en un programa que en gran parte podría secundar Pablo Iglesias (de hecho sus pelos y peinados son la mayor de sus diferencias). Proteccionismo, antiliberalismo, subsidios internos, intervencionismo, y un montón de vagas referencias a reindustrializar su país. La situación en la que se encontrarían los organismos reguladores norteamericanos, empezando por la FED, ante un presidente que no dudaría en meterles la mano (en eso si hay certeza de su experiencia) sería muy delicada, y es probable que la economía del país sufriera inicialmente un duro shock en caso de victoria del quebrado magnate. ¿Podría ese shock ser beneficioso a medio plazo? Quizás, enseñaría al bocazas de Trump cómo se las gasta la realidad que pretende domesticar cual toro de rodeo, y después de unos cuantos bandazos y saltos quizás se aplacase y entrase en razón. O no. Y en todo caso en esos bandazos íbamos a salir perdiendo todos. Nos conviene, a nuestras carteras y horas de sueño, que las cosas no se desmadren, y con Trump en la Casa Blanca la tranquilidad desaparecería por completo.
 
Hay un episodio de Los Simspon, de las primeras temporadas, en el que Lisa o Bart, no recuerdo bien, viajan al futuro, y Trump es Presidente!!! Como todo está en Los Simpson ese escenario de pesadilla adquiere una verosimilitud que estremece. Las ventas de estos días pueden ser un movimiento de precaución de las carteras, que anticipan lo que pueda pasar el próximo martes, y quieren ir aún más a liquidez de lo que están para, en caso de sorpresa negativa, eludir parte de las pérdidas. Y en caso de victoria demócrata, retornar al parqué y hacer comprar a precios reducidos. En todo caso, seamos prudentes, crucemos los dedos y que haya suerte la semana que viene, créanme nos va mucho en ello.
 
Y como dirían Tip y Coll, mañana hablaremos del gobierno

miércoles, noviembre 02, 2016

Contaminación y tráfico en Madrid


Mañana la de hoy que aparece despejada y tranquila en Madrid, fresca, pero nada para lo que debiera ser un 2 de noviembre. Si miro por la ventana de la oficina veo algunos cirros altos en el cielo, trazas de estelas de aviones y una cierta brumilla al fondo. La contaminación no es hoy especialmente destacada, al menos en su faceta visible, y es imposible distinguir las emisiones de óxidos de nitrógeno, ozono y otros componentes nocivos, que son invisibles al ojo humano. Las calles están llenas de coches y así estarán todo el día. No hay cambios meteorológicos previstos hasta el fin de semana.
 
El Ayuntamiento de Madrid, o más bien su inexistencia, que ya dura casi cinco años, se ha vuelto a pillar los dedos con el protocolo anticontaminación y todo lo relacionado con la medición de emisiones y las medidas que hay que tomar al respecto. Los altos niveles de óxidos de nitrógeno desde hace varios días dispararon las alarmas e hicieron ponerse en marcha los escenarios denominados I y II del protocolo. Esos escenarios consisten, en su primer grado, en una reducción de la velocidad en la M30 (primer gran anillo de circunvalación de la ciudad) y el espacio que por ella queda cercado, llamado almendra central. Tras persistir las altas concentraciones, se decretó el escenario II, que impide el aparcamiento a los no residentes en esa almendra, por lo que los parquímetros dejan de funcionar. Hasta ahí son medidas que habíamos visto ya en marcha el año pasado y que, muy importante, se pueden tomar con los recursos de los que dispone el Ayuntamiento. Ayer, durante todo el día, con las emisiones aún altas, existía el riesgo de que se decretase el escenario III, que consiste, a todas las restricciones anteriores, sumar la prohibición del acceso a la almendra a los vehículos según tengan matrícula par o impar, en función del dígito del día en el que se aplique la restricción. Y esta medida, que se ha puesto en marcha en algunas otras capitales europeas, es novedosa por completo en España. Y ahí es donde me empiezan a surgir las dudas, porque sospecho que no hay infraestructura preparada para controlar el acceso por matrículas. ¿Hay pórticos instalados con cámaras en todas las entradas a la ciudad que controlen las matrículas que acceden? Dudo de que exista un sistema de control similar y que funcione como es debido. En Londres, por ejemplo, se paga por acceder al centro, pero todos los accesos están controlados tecnológicamente y ese pago resulta efectivo. Me temo que si se pusiera en marcha la medida de las matrículas aquí su eficacia dependería de lo que trabajasen los empleados municipales encargados de vigilar el tráfico y aparcamiento, y de lo rápido que fueran sus ojos para captar placas y poner multas. ¿Existe así mismo una coordinación entre el Ayuntamiento, Comunidad y demás responsables para adecuar el transporte público a la salvaje demanda que supondría una medida de este tipo? Frecuencias, servicios de refuerzo, líneas adicionales… ¿está todo eso pensado y preparado para ponerse en marcha de un día para otro? Tengo mis serias dudas al respecto, tantas como me surgen a cada pregunta que me hago, o leo, sobre las consecuencias reales de implantar una medida tan restrictiva y novedosa.
 
Y la duda más gorda de todas es cómo piensan los servicios municipales que esa medida, o cualquier otra, pueda ser llevada a la práctica si ayer no se supo de su implantación o no hasta casi las 12 de la noche. Es imposible que nadie pueda planificarse con semejante grado de improvisación. Se anunció que a las 21 horas se sabría lo que iba a suceder, en un sentido o en otro, pero hubo casi tres horas de retraso, en las que mucha gente se fue a la cama. No puede ser que esto se decida de esta manera y con un sistema tan precario en lo que hace a seguridad jurídica e informativa. Hemos escrito protocolos de actuación en una norma, probablemente opiados de otra, sin tener ni idea de cómo gestionarlos y aplicarlos. Así no se puede seguir.