En la era de la mal llamada
postverdad sólo faltaba que los Oscar contribuyeran a la ceremonia de la
confusión, y así ha sido. Escuchando desde la cama la retransmisión de RNE podíamos
oír todos como, de la voz de Warren Beaty, salían claramente tres sílabas, las
de La La Land, otorgándole el premio a la mejor película, tras haber cosechado
el de director (el más joven de la historia) y actriz principal, pero luego ha
venido el caos, porque Beaty ha leído el sobre equivocado, el del anterior
premio, el de Emma Stone, y
la película realmente ganadora ha sido Moonlight, tras una escena impropia de
la organización de Hollywood.
Diciendo por adelantado que yo
hubiera dado el Oscar a La Llegada, reconozco que tanto la película ganadora
como la no son excelentes, en un año de una cosecha muy superior a la media de
los últimos. No he visto Manchester frente al mar ni Fences, pero su otras dos
nominadas, Figuras Ocultas y Comenchería, y también son de un altísimo nivel. En
algunos medios de comunicación y opinadores se ha establecido algo así como una
dicotomía entre La la land y Moonlight, de tal manera que el gusto por una
excluye el de la otra, y creo que no es cierto. Son películas muy distintas,
radicalmente opuestas en apariencia y forma, pero que realmente tampoco distan
tanto una de otra. Cierto es que tras ver La la land uno sale feliz del cine,
tras contemplar una historia completa, de principio y final apabullante, en la
que no se alcanzan exactamente los sueños de los protagonistas pero que sí
terminan por lograr algunas de sus aspiraciones, y entre medias, una historia
de amor de ida y vuelta aderezada por una producción luminosa y llena de ritmo.
Tras ver Moonlight uno sale desesperanzado del cine, dolido. La película muestra
tres episodios de la vida de un chaval negro, que habita en un suburbio de
Miami, cerca de un mar nada paradisíaco, en el que su homosexualidad será más
determinante que el color de la piel. Conde destellos de redención en algunos
de sus tramos, la realidad que muestra la película es la de una amarga Luz de
Luna, bajo la que nada parece poder crecer, como narra la también dura y bella novela
de Torborg Nedreaas. El protagonista carga contra el sino del lugar en el que le
ha tocado vivir, de su familia, por llamarlo de alguna manera, y trata de
escapar buscando un hogar alternativo, un amigo especial, pero apenas lo
consigue. De una manera opuesta, también como en La la land, busca su sueño,
que no está lleno de oropeles ni triunfo, sino que es una mera lucha por la
supervivencia en un ambiente de hostilidad como resulta difícil imaginar. En su
camino encuentra a algunas personas que le ayudan, y el las glorifica, pese a
que nada tengan de santos ni benditos, y a otras que le hacen la vida
imposible, hasta marcarle casi del todo y convertirle en una sombra muy
parecida a lo que nunca deseó ser. Al final, como en La la land, se produce un
encuentro entre dos de los personajes, que ven como sus vidas, transcurridos
los años, han derivado hacia caminos que no imaginaron ni, en gran medida,
fueron capaces de escoger. Pero ambos encuentran un momento para redimirse. No
es una película fácil, ni por la forma en la que está narrada, ni por los
silencios que a veces dicen tanto como incomodan, ni por ciertos trucos de cámara
que, a mi al menos, me ponen algo nervioso, pero contiene belleza, resulta
arriesgada, cuenta una historia compleja de una manera diferente, no resulta
maniquea ni simplista en ninguno de sus temas de forma, como pudieran ser el
racismo o la homofobia, y cuenta con unas grandes interpretaciones y un
espectacular uso de la banda sonora. Frente a La la land, película que les
recomiendo que vean porque es excelente y merece mucho la pena, Moonlight es
pequeña, pero ambas son capaces de contar, de una manera soberbia, una buena
historia. Y eso, y poco más, es lo que yo le pido a una película para que me
guste.
Una reflexión sobre el error, que
puede que sea lo más recordado de esta ceremonia (y de muchas otras que le han
precedido). Más allá de las bromas virales que ahora mismo inundan las redes,
el fallo muestra hasta qué punto nuestra era está tan llena de incertidumbres
que, ni teniendo la respuesta somos capaces de estar seguros de ella. Un error
lo tiene cualquiera, pero ante millones de espectadores de todo el mundo, los Oscar
la han pifiado de una manera que, de suceder algo así en España, nos supondría
el bochorno absoluto, el hazmerreír de medio planeta y, de propina, 100 puntos
básicos de la prima de riesgo. Menuda munición le han proporcionado al
insensato de Trump para criticarles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario