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jueves, mayo 29, 2025

Dos tragedias

Ayer, mientras el desgobierno que padecemos se hundía sin cesar en la montaña de porquería que suponen todas sus tramas, cada vez más al descubierto, pudimos contemplar en directo dos tragedias humanas espantosas, que se saldaron con víctimas mortales, y que demuestran hasta qué punto el instinto de supervivencia, que nos mantiene en pie y a salvo cuando actuamos en soledad, se puede convertir en nuestro peor enemigo cuando son multitudes las que se enfrentan a un riesgo mortal. El individuo puede llegar a ser racional, la masa nunca, y el desastre está servido ante aglomeraciones y sometidas a presión vital. Mucha palabrería para enmarcar tragedias sin consuelo posible.

En el muelle de la restinga, en el Hierro, siete mujeres murieron cuando el cayuco en el que se encontraban, junto a muchísimas más personas, estaba apenas a cinco metros de la orilla del espigón, una distancia mínima, casi nula, frente a todo lo que ese grupo de personas había llegado a navegar desde que partieron de las costas de África, probablemente las senegalesas. En un momento dado se produce, a esa distancia tan enana, una aglomeración de personas en el lado del cayuco que está más cercano a tierra, y la barca empieza a zozobrar. A partir de ahí sólo la cabeza fría y la quietud pueden contener el desastre, pero no están por ningún lado, el miedo se dispara a medida que la borda se acerca al agua y algunas personas empiezan a caer. El colapso es muy rápido cuando la histeria se desata, y toda la barca se gira, cayendo al agua la gran mayoría de los que en ella estaban. El giro se mantiene por inercia y las personas que estaban metidas en lo más hondo de la embarcación, buscando un refugio frente al sol inclemente, quedan ahora, de repente, atrapadas entre el agua y el barco, que completamente girado, les impide salir a la superficie. Algunos de ellos aprovechan una mínima cámara de aire que se forma en el momento del brusco giro para aguantar, pero otros no son capaces de contar con tanta suerte y se ven hundidos sin remedio. En el agua la histeria es total y el personal que está en el muelle corre, se tira al mar, lanza salvavidas, hace lo que puede, pero a penas es capaz de mantener un mínimo control de la situación y de minimizar daños. Muchos de los inmigrantes se encuentran en estado de shock ante lo sucedido y no son capaces de reaccionar. Con enormes esfuerzos, se logra volver a girar la nave para que deje de ser una trampa para los que aún se encuentran en ella, pero ya es tarde, y no son pocos los cuerpos que, en el fondo del cayuco, yacen ya ahogados sin remedio. Inmigrantes y personal de emergencias tratan de recuperarlos, pero en la escena se ve como alguno de los que en ello están, de repente, se quedan fríos, aturdidos, inertes ante lo que ven, y no hacen nada. Están anulados, y deben ser retirados por el personal especializado, sacados de allí antes de que se caigan al agua o sufran cualquier otro tipo de contratiempo que ponga en peligro sus vidas y las de todos los que están en ese momento siendo rescatados, y las de los propios rescatadores. El episodio transcurre a una gran velocidad en tiempo real, pero parece detenido por momentos en fragmentos de terror y desastre personalizados, en los que hay rostros que expresan incredulidad, miedo, angustia… y también la nada, el vacío que se nos queda muchas veces en la cara cuando contemplamos algo que nos supera, el bloqueo que nos impide reaccionar. Lo sucedido es de una gravedad enorme, pero como bien señaló ayer Carlos Franganillo en su informativo, lo que pudimos contemplar es lo que muchas veces sucede de manera anónima en el mar, en las suicidas travesías que la desesperación y las mafias espolean para buscar el paraíso del rico occidente. A veces tenemos constancia de cayucos que se sabe que salieron y que no han llegado, pero en otras ocasiones sólo los rumores sostienen que algunos partieron, sin que se haya sabido nunca su destino ni, desde luego, hasta dónde llegaron. Ayer pudimos ver en directo esa tragedia, pero a sabiendas de que sucede, a escondidas, en medio del mar, de manera recurrente.

En el mismo día, no a la misma hora, no cerca, una multitud hambrienta y desesperadas asaltaba un almacén de provisiones en Gaza en busca de comida, una nave industrial que era reventada por una avalancha de desesperación y necesidad de comida, en una escena propia de películas apocalípticas de esas que tanto venden, pero que no es cinematografía orquestada, sino realidad provocada. No se cual fue el balance de lo que allí sucedió, pero sí es fácil hacerse a la idea de hasta qué punto de humillación se encuentra sometida la población de Gaza para que pueda suceder algo así. También en directo, el desastre, el horror, la desesperación. No hace falta decir nada más.

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