Hay un montón de cosas interesantes sobre las que debiera escribir, pero se ve que el circo en el que lleva metido demasiado tiempo la política española reclama su cuota de protagonismo, y Sánchez, el gran prestidigitador, vuelve a lograr sorprender a propios y extraños con sus decisiones. Es innegable su capacidad para lanzar órdagos y tomar decisiones anómalas, imprevisibles. La carta de ayer, con una presunta dimisión en diferido es una de las gordas a lo largo de su trayectoria, y deja demasiadas preguntas en el aire para las que nadie, yo menos, tiene respuestas.
Sánchez debiera dimitir, sí, pero no por presuntas investigaciones judiciales sobre su entorno, que ya veremos si se sustancian en algo o no. De eso se encargan los juzgados y sus enrevesados y lentos procedimientos. Debiera irse por haber engañado a todo el país y decir que nunca aprobaría una amnistía a los sediciosos del Procés que ha impulsado por el mero hecho de seguir en el poder. Ese es el mayor de los engaños políticos que ha llevado a cabo. La corrupción que pueda rodear su gobierno, las ramificaciones de casos como el de Koldo Ábalos y demás son cuestiones convencionales dentro de la política de este país, donde la ausencia de corruptelas sólo es segura en la ausencia del poder. En su carta Sánchez se muestra como el perseguido, el herido, el acusado injustamente, y proclama la necesidad de ser querido por el pueblo frente a las horda que le persiguen, al conspiración que lucha contra él, cosa que no deja de ser una excusa bastante cutre una vez que en la trayectoria política española todos los partidos han tenido casos de corrupción, con juicios y condenas que han llevado a dirigentes del PP, PSOE, PNV, CiU y lo que usted desee a prisión con condenas relacionadas con la malversación, fraude y todas las figuras asociadas a la corrupción. Ahora, que empiezan unas investigaciones en el entorno de la familia del presidente, que pueden concluir en algo o no, se muestra herido el prócer y redacta un escrito de escaso nivel literario en el que el populismo se destila en cada uno de sus párrafos. Me resulta del todo absurda la idea de que se sienta acosado por algo, el que lleva situado muy por encima de todos los demás desde hace años y se encarga de dictaminar qué comportamientos son los que se pueden considerar democráticos y cuáles no. El fangal en el que se ha convertido la política española es responsabilidad de todos sus miembros y, por nivel de importancia, desde el que más manda al que menos, por lo que las excusas propuestas por Sánchez para darse los cinco días de reflexión resultan difíciles de tragar, y hacen pensar a casi todo el mundo que estamos ante otra cosa. ¿Una pirueta de doble salto mortal para movilizar a los suyos? ¿Un golpe de efecto para, en el inicio de la campaña catalana, logra acaparar todos los focos y quitárselos a Puigemont para que su partido logre un resultado suficiente para sus intereses? ¿Un “prietas las filas” para que las elecciones catalanas y europeas no sean un calvario que suponga el fin efectivo del gobierno? Supongo que desde ayer por la tarde todo el mundo se hace preguntas de este tipo, a decenas, sin encontrar una respuesta, y que muchos dan por sentado que, detrás de este extraño arrebato, hay una táctica calculada, porque si uno quiere dimitir dimite, si no quiere hacerlo no lo hace (como bien demostró el impresentable de Rubiales hace un tiempo) pero no realiza un ejercicio de disuasión dilatada en el tiempo dejando que las especulaciones se disparen en todos los sentidos. Además de anómalo, es una manera de que las teorías conspirativas, Pegasus mediante y demás, se crezcan en el sucio mundo de las redes sociales, a las que habrá que prestar poco caso hasta que se acabe el plazo dictado por Sánchez, ya que ayer por la noche no eran sino un campo de batalla entre rendidos admiradores del mártir presidencial y sus opuestos. Una charca llena de depredadores. Algunos de ellos incluso se hacen llamar periodistas.
Mi apuesta es que, al 99%, Sánchez no dimite, que está montado un espectáculo para recibir un baño de masas de lo que considera el votante progresista (que destrucción de sentido la que ha sufrido ese término) y así movilizarlo para que vote unificado en las catalanas y europeas, que es lo que puede garantizarle una cierta estabilidad más allá del verano. Lo cierto es que ahora todo el mundo está sorprendido, alguno se hace el listo haciendo creer ahora que vio detalles ayer que ni él ni nadie vislumbró, y todos estamos a la expectativa. Como destructor de tramas y creador de giros de guion Sánchez no tiene precio. Netflix debiera contratarle si, ya lo dudo, se va.
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