Es probable que tengan a alguien conocido, o en su entorno cercano, buscando piso para comprar o alquilar. En ese caso es bastante probable que les haya comentado la pesadilla que vive en medio de un mercado desatado en el que los precios no dejan de subir y la oferta es, cada vez más cara. Si se trata de compra, los requisitos del banco para conceder la hipoteca será un tema recurrente, pero si el tema es de alquiler, los temas de conversación se pueden extender por materias tan absurdas como el casting al que el alquilador le ha sometido, junto al resto de candidatos, o la manera de descubrir dónde están las vistas a la calle en el sótano que ha visitado, donde lo único que sobra son ceros en el precio a pagar al mes.
Lo cierto es que el acceso a la vivienda y su coste se está convirtiendo en un señor problema, sobre todo en aquellos sitios en los que la gente desea vivir, léase aquí grandes ciudades. Hay tres grandes diferencias con la burbuja que vivimos a principios de siglo. Una es que se construyen muchas menos viviendas al año que entonces, por lo que la oferta no crece. Otra es que no se construyen pisos en descampados aislados que luego quedarán convertidos en islas, la demanda requiere que las promociones estén en zonas consolidadas, ya habitadas, por lo que en medio del desmadre sigue habiendo promociones de la época burbujil que siguen ahí pudiréndose. Y la tercera diferencia, enorme, es que no existe una burbuja hipotecaria, los bancos están siendo serios y no conceden hipotecas a lo loco, como sucedió entonces. Este último aspecto es fundamental y garantiza que, pase lo que pase en el mercado, no se producirá un arrastre financiero en caso de desplome de ventas, como pasó entonces, liquidando el sistema de cajas de ahorro. Pero si uno mira los precios de venta y alquiler tiene la extraña sensación de que estamos replicando lo que vivimos en esos años, con unos valores cada vez más altos, que expulsan a franjas cada vez mayores de demandantes de un mercado en el que la exclusividad no deja de aumentar. La demanda de vivienda crece en un país como el nuestro en el que la población aumenta con fuerza, fruto de la llegada de inmigrantes que mantienen el dinamismo del mercado de trabajo y ocupan más de la mitad de los empleos que se crean. Grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Málaga, Valencia o Zaragoza ven como el número de sus residentes crece año tras año y la demanda de lugares donde vivir también lo hace. El alquiler, que antes cubría parte de esa demanda, ahora empieza a ser residual, porque el mercado de pisos en oferta para alquiler residencial clásico está cayendo en picado. La causa, simplificando, es doble. Por un lado, las cada vez más garantistas normas para defender al alquilado hacen que el arrendador se lo piense dos veces antes de sacar su piso al mercado, con el miedo de que si se lo queda alguien que luego pueda tener un componente pícaro se acabe metiendo en un problema irresoluble. Por otro lado, gran novedad, la explosión del mercado de viviendas turísticas está convirtiendo a la mayoría de la oferta de alquiler en nicho de residencia temporal de fines de semana o de días sueltos entre ella para que los que vienen de visita a la ciudad los ocupen. El rendimiento económico de un piso turístico es muchísimo más alto que el de un alquiler convencional, y la tentación de sacar dinero de esa manera es elevadísima. En una ciudad como Madrid, en la que el turismo ha explotado como industria en estos últimos años, hay ya decenas de miles de pisos dedicados a esto en zonas como el centro, donde la oferta de alquiler y venta convencional ya es casi inexistente, y la mancha de este tipo de vivienda no deja de extenderse a barrios aledaños, a medida que las zonas turísticas clásicas se colmatan y la demanda no frena. Los ayuntamientos empiezan a ver que se está creando un enorme problema en el que el negocio del turismo, que genera enormes ingresos para las ciudades y sus comercios, cada vez canibaliza más a la propia vida de los que viven en ellas de manera permanente, y les impide acceder a barrios que, si en un tiempo fueron de esos “de toda la vida” ahora son casi más zonas de exposición y alterne. La presión para regular este tipo de pisos crece y la actuación fuera de la ley de muchos de sus dueños, también.
Dice la teoría económica que sólo hay dos vías para contener los precios, aumentar la oferta o contener la demanda. En el caso del alquiler y compra residencial la construcción de nuevos pisos es algo lento, demasiado, por lo que será necesario actuar más intensamente en el parque de vivienda ya existente, y habrá que restringir de manera seria el negocio turístico para que el número de los dedicados a alquiler convencional crezca, pero mientras la demanda de ocio y vacaciones siga creciendo como lo está haciendo en estos últimos años va a ser difícil que el fenómeno se frene. Hay que construir mucho más y ser muy severo en las inspecciones sobre lo que ya existe, pero eso no creo que sirva a corto plazo para los miles que buscan, no encuentran y no pueden pagar lo que les piden. Esto es un serio problema.
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