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miércoles, mayo 08, 2024

Paul Auster, escritor

Más de una vez contó Paul Auster una anécdota referida a su infancia que le marcó para el resto de su vida. Era un crío y, junto al resto de compañeros del cole, estaba en una excursión por el campo. De repente, se desató una tormenta y el grupo, alumnos y profesores, empezaron a correr por el descampado en el que se encontraban en busca de refugio. En ese momento cayó un rayo e impacto en el chico que estaba más cerca de Auster, matándole en ese mismo instante. La conmoción para todos fue enorme, y para Auster dejó un poso para siempre, por el trauma de lo vivido y, sobre todo, por su absurdo, por el puro azar que había supuesto esa muerte, que perfectamente podía haber sido la suya.

Eso le animó a llevar una vida activa que le hizo trabajar de casi todo y residir en varios países, especialmente en Francia, durante años en los que perfeccionó su estilo, porque escribir siempre estuvo entre sus amores más profundos. Afincado definitivamente en Brooklyn, un barrio que en sus tiempos no era ni mucho menos la zona residencial de lujo que es hoy en día. Perteneciente a Nueva York, situado en el lado este de la ciudad, tiene a Manhattan en frente, aunque gran parte de la historia lo ha tenido de espaldas. Auster situó gran parte de sus historias ahí, en el entorno urbano que conocía, en el que hizo deambular a sus personajes a la búsqueda de destinos esquivos en los que la suerte y las casualidades realizaban la mayor parte del trabajo que era propio del narrador. Sus novelas son fáciles de leer, pero eso se debe a que Paul era un escritor excelente, que conseguía narrar con una naturalidad asombrosa lo que quería. Sin frases alambicadas, trazo corto, toque ligeramente poético pero nada almibarado, sus textos son una delicia para el lector y, para el que gusta de la escritura, un reto, porque aunque no lo parezca, escribir sencillo y claro es una de las cosas más difíciles del mundo. En esa sencillez Auster planteaba a sus personajes problemas profundos, los ponía en tesituras difíciles, y no eludía dilemas morales de gran dimensión, pero eran perfectamente accesibles para el lector, que no tenía que enfrentarse a muros en forma de párrafos densos e inabarcables. Su técnica era tan depurada como transparente, llegando a lograr ser liviano en la descripción de situaciones de gran complejidad. Quizás por ello, y porque era casi imposible saber cómo se iban a resolver sus tramas hasta que el azar empezaba a jugar, disfrutó de un gran éxito comercial, que le convirtió en uno de los escritores más famosos de su generación. Ha sido raro el caso de Auster porque en él se ha dado una gran calidad literaria y un nivel de ventas propio de las estrellas. Su rostro era famoso en medio mundo, y las incursiones que hizo en otros géneros como el ensayo o el mundo del cine contribuyeron a darle fama global. Durante los ochenta y noventa los lanzamientos de novelas de Auster se convirtieron en fenómenos editoriales que trascendían por mucho el mundo de las letras. Sin embargo, no dejó que la fama le volviera loco, sabía que se debía a sus escritos y lectores, y que la vanidad inevitable que se asocia al éxito no es sino otra muestra del azar que tanto le gustaba, que a veces no tiene nada de merecimiento, y que con la misma fuerza con la que llega se puede ir. Estudioso de la literatura norteamericana, publicó algunos ensayos al respecto, demostrando que el bagaje de lecturas que tenía era enorme, y que en su campo, el de las letras, era todo un intelectual además de un creador. Su producción se fue espaciando a partir de la década de los dos mil, a medida que su vida personal se fue enrevesando. Su segundo matrimonio, con la escritora Siri Hustvedt, convirtió a ambos en una especie de pareja real de las letras norteamericanas. En todo momento ella siguió una carrera literaria propia, separada de la de su marido, y él no se inmiscuyó para nada en las novelas y ensayos de su mujer. Trabajaban juntos, pero cada uno en lo suyo.

El cáncer de pulmón que se le detectó hace unos años fue el inicio de una época de amargura total en su vida. Su hijo y nieto fallecieron hace poco, ambos por problemas relacionados con las drogas, en una serie de episodios truculentos hasta más no poder. Eso, y el tratamiento médico, le fueron debilitando y, finalmente, la semana pasada, el autor fallecía en su casa de su barrio de su ciudad. Deja una obra enorme cuya vigencia está más allá de las modas, una manera de escribir inimitable y apenas sucesores en el estilo y tramas. Su pérdida es enorme. Otro Nobel que la academia sueca decidió perderse, y que, esta vez sí, los Príncipes de Asturias supieron premiar.

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