Esta semana EEUU ha vivido un fracaso en su proyecto espacial. El intento de lanzar la cápsula tripulada Dreamliner de Boeing se ha vuelto a aplazar por problemas técnicos de todo tipo y está por ver si mañana se volverá a testar, como se prevé. Esta cápsula es la alternativa a las Dragon que lanza SpaceX, la empresa de Elon Musk, que sí se han mostrado efectivas a la hora de llevar astronautas a la Estación Espacial Internacional. La NASA buscaba tener dos opciones posibles por si una fallaba, y lo cierto es que una no deja de fallar mientras la otra funciona como es debido. El coste duplicado de la inversión, por ahora, no rinde como es debido.
Mientras tanto, China está avanzando en sus planes espaciales con un ímpetu notable. El gran objetivo actual de los vuelos tripulados de ambas potencias es volver a la Luna, y en el caso de EEUU la cosa cada vez está más lejos. El programa Artemisa de NASA retrasa sin cesar sus vuelos orbitales en torno al satélite y ahora mismo, no existe un módulo de alunizaje digno de tal nombre, ni de fabricación NASA ni del proyecto Starship de Musk, que están grandioso como experimental. China, por su parte, ha puesto en 2030 la fecha de la llegada de un ciudadano asiático al satélite, y de momento sus planes avanzan con paso firme. La táctica está siendo, por lo que parece, combinar largas estancias de astronautas chinos en órbita baja, en su estación espacial, acostumbrándolos a todo tipo de tareas y misiones y, por otro lado, dominar mediante sondas los procedimientos de aterrizaje en la Luna y todo lo relacionado con las órbitas de transferencia que permiten llegar y salir de allí. Este es el objeto fundamental de las sondas Chang’e, y de paso, realizar misiones científicas de primer orden. Ahora mismo tenemos a la 6 en una que puede pasar a la historia, porque su intención es la de traer muestras lunares a la Tierra tomadas de la cara oculta del satélite, la que siempre se encuentra en oposición, y que puede poseer interesantes recursos minerales, útiles para futuras misiones. LA arquitectura de la misión es muy similar a las Apolo de los sesenta, sólo que sin presencia humana alguna. China ya posee un satélite en torno a la Luna que le permite actuar como transmisor de comunicaciones, por lo que tiene cobertura completa de la misión en todo momento. La sonda, una vez que abandona la órbita terrestre y se encamina a la Luna, tiene tres partes. Una de ellas se queda orbitando el satélite, mientras que las otras dos, unidas, descienden y alunizan. La principal hace de módulo de descenso y tiene instrumentos como palas y taladros, que buscan perforar el suelo lunar y obtener muestras, tanto del regolito superficial como de lo que él cubre. Tras lograrlo, las muestras se depositan en la parte superior de la nave, en la más pequeña, que es la que, cuando termina la recolección, se eleva a la órbita lunar, dejando el módulo de descenso y el instrumental en Tierra. En órbita, el contenedor de muestras se encuentra con la fase que se quedó orbitando y, unidas, reemprenden en camino de vuelta a casa, con el contenido buscado. Es una misión de una enorme complejidad, y los recientes fracasos de sondas privadas que han intentado posarse en la Luan muestran hasta qué punto cada uno de los pasos de todo este proceso es realmente arriesgado y puede convertirse en el último de la misión. Pues bien, hasta el momento la misión es un absoluto éxito y se encuentra ya en su parte final. De hecho, el contenedor ya ha despegado de la Luna con sus muestras y, hasta donde se, se encamina al encuentro del orbitador para unirse y, a partir de ahí, realizar la maniobra de escape de la órbita del satélite para poner rumbo a la Tierra. Si todo va bien no pasarán muchos días antes de que la carga útil de la misión haya retornado hasta nosotros. Si eso se produce, China podrá presumir, con todas las de la ley, de haber logrado algo que, hasta ahora, nadie ha conseguido, de una manera automatizada y efectiva. Todo un éxito que muestra hasta qué punto la tecnología de vuelo y control robótico de Beijing está a un nivel puntero, y es capaz de desarrollar una misión de tal complejidad.
Sí, sí, traer rocas no es llevar y retornar humanos, eso es mucho más complicado, pero lo cierto es que China, con una misión como está, demuestra tener el control y procedimientos necesarios para embarcarse en un proceso tripulado, y sabemos, aunque falten detalles dada la opacidad del régimen, que llevan tiempo trabajando en la nave y, sobre todo, en los módulos de descenso lunar y retorno, en una arquitectura que replique lo ya comentado. Con este nivel de desarrollo y el ímpetu político que el gobierno le da al tema, que un chino llegue a la Luna en 2030 no es ningún disparate, sino una previsión bastante fiable. Sería un gran triunfo para esa nación.
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