Hace unos días les comentaba que la misión lunar china Chang’e-6 había logrado aterrizar con éxito en la cara oculta de la Luna y que, con ello, cubría una de las etapas más importantes y complicadas de su viaje. Era la primera vez que un objeto humano se posaba en esa zona de nuestro satélite y, tras varias misiones fracasadas de agencias privadas, China volvía a demostrar su capacidad para alunizar, en este caso en una zona muy alejadas de los tradicionales objetivos de las misiones lunares. Toda la Chang’e-6 era una misión extremadamente difícil y cada uno de sus pasos, de fracasar, supondría el final de la misma, dado que el objetivo no era meramente llegar, sino el retorno de muestras lunares.
Esta semana, la cápsula con, se estima, unos dos kilos de material extraído de la superficie y los primeros metros de la corteza de la cara oculta de la Luna ha llegado a suelo chino, por lo que los científicos de ese país ya tienen muestras que nadie posee en el resto del mundo y el programa espacial chino puede presumir de haber conseguido un éxito absoluto en todos los pasos que se propuso desarrollar dentro de la misión. La arquitectura de todo el proceso replicaba, a escala, la de las misiones Apollo, con un orbitador lunar del que se desprendía un módulo de descenso que tocaba suelo en la cara oculta, recogía las muestras y las depositaba en el contenedor situado en la parte superior del módulo, que despegaba, dejando al resto en la superficie lunar, y se reencontraba con el orbitador, para conseguir con el salir de la órbita del satélite y encaminarse rumbo a la tierra, siendo la parte de la nave que contiene el contenedor de muestras la única que, finalmente, alcanzaría la superficie de nuestro mundo. Es evidente que si cualquiera de estos pasos hubiera fallado el objetivo final se habría frustrado, y que la consecución de cada uno de ellos supondría que la tecnología espacial china habría franqueado una nueva barrera en su camino hacia el control de las misiones lunares. El gobierno de Beijing tiene sobrados motivos para festejar el éxito conseguido y presumir, ante propios y extraños, de un programa espacial que ya ha hecho algo que aún nadie había conseguido. Es extraordinario. Y lo es también la velocidad a la que, en no demasiados años, China ha recortado la enorme distancia que le llevaban EEUU y Rusia en lo que hace a capacidades espaciales. Ahora mismo, con la UE y sus lanzadores en un extraño punto muerto y Rusia, extrayendo oro de la tecnología Soyuz, que aún rinde, China está muy por delante de ambos y ya sólo EEUU le lleva una ventaja en aspectos relevantes, pero esa ventaja cada vez es menor. Lo que hace SpaceX de Elon Musk es, ahora mismo, la tecnología punta en lo referente a lanzamientos y viajes suborbitales, pero de cara a misiones más allá de nuestra órbita terrestre la ventaja norteamericana respecto a China se ha reducido notablemente. Los éxitos de NASA y JPL en la investigación marciana y el logro de depositar rovers en el planeta rojo son los principales hitos que aún quedan lejos para las capacidades chinas, pero en lo que se refiere a la Luna, ahora mismo, tras el éxito de esta misión, China está en condiciones de mirar a EEUU de tú a tú en lo que respecta a innumerables asuntos relacionados con el control de vuelo, maniobras de acoplamiento y desacoplamiento y gestión de trayectorias. Evidentemente no tiene mucho que ver mover sondas a hacer que naves tripuladas sean capaces de desarrollar misiones equivalentes, pero es verdad que lograr lo que se ha hecho supone que China está en condiciones de planificar una misión tripulada en todo lo que hace a los temas de vuelo. Queda el pequeño, nada insignificante detalle, de la existencia de una nave que de soporte vital a los astronautas chinos en su periplo, y un sistema de aterrizaje y despegue lunar capaz de mover los cientos de kilos asociados pero es seguro que los técnicos chinos llevan tiempo trabajando en ello.
De hecho, los planes públicos de Beijing son los de llevar astronautas chinos a la Luna en el año 2030, dentro de poco más de cinco, y la experiencia dice que China suele acabar cumpliendo los planes que anuncia. La verdad es que, soterrada, existe una carrera entre EEUU y China por ser el primero en volver al satélite, en lo que sería una competición de prestigio global, y esta semana, con el éxito de esta misión, China ha dado un golpe de autoridad sobre la mesa y ha metido una enorme presión a su rival norteamericano, que tiene un programa lunar de la NASA que no acaba de arrancar y una iniciativa privada con el mismo objetivo que aún está muy verde. La cosa en el espacio cercano se pone apasionante.
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