Este fin de semana las IDF descubrieron, en un túnel, los cadáveres de seis de los secuestrados que permanecen retenidos por Hamas en Gaza. Habían sido asesinados por sus captores horas antes de que el ejército israelí pudiera llegar a ellos. Jóvenes, cuatro fueron secuestrados en el escenario de guerra del festival musical del 7 de octubre. Uno, de nacionalidad norteamericana, era famoso en EEUU porque los padres han aparecido en varios actos demandando su liberación, el último en la convención demócrata de hace un par de semanas. Esto ha causado un gran impacto en Washington y, como se imaginarán, mucho más en la propia Israel.
Ese impacto se está traduciendo en frustración y protesta, porque la guerra se acerca peligrosamente a su primer año y el balance de la misma es desolador. Pocos son los secuestrados que han sido recuperados con vida, bastantes más fallecidos, y de los noventa que quedan retenidos las esperanzas de que vuelvan a casa con vida decaen día a día. Gaza es un infierno, arrasado por las IDF, con cerca de cuarenta mil víctimas palestinas y ningún sitio en el que los dos millones de habitantes que quedan puedan vivir, más allá de escombreras. En Cisjordania los brotes de violencia van a más y las incursiones militares israelíes han causado decenas de muertos entre los palestinos y destrozos significativos en varias de sus infraestructuras. La disputa en el norte del país sigue en un juego de amenazas y amagos entre las IDF y Hezbollah, con muchos de los residentes de esa zona evacuados y con el miedo a que una guerra abierta se pueda declarar en la zona, convirtiéndola en otro erial. Las relaciones de Israel con toda su vecindad, que se estaban normalizando gracias a los acuerdos de Abraham, están en su punto más bajo, con los gobiernos árabes no haciendo nada a favor de los palestinos, pero sin colaborar en lo más mínimo con las autoridades hebras. La imagen de Israel en el mundo se ha deteriorado de forma notable, y el apoyo que las potencias occidentales han mantenido tradicionalmente a esa nación se está convirtiendo en algo tóxico para las formaciones que las llevan a cabo, con electorados y bases sociales que cada vez protestan con mayor intensidad. En EEUU el interés en que se acabe la guerra es máximo, sobre todo para los demócratas, que son los que tienen el corazón más partido entre las afinidades israelitas y la solidaridad palestina, y saben que cada día que siga la guerra tienen un frente de voto que se les puede escapar. En medio de todo este desastre, en la propia Israel, la división social no hace sino crecer sin freno. El gobierno de Netanyahu, asociado a los más extremistas, no hace sino ahondar su separación de la mayoría laica del país, y las manifestaciones que todas las semanas se suceden, principalmente en Tel Aviv, aumentan de intensidad y convocatoria. Esas protestas, organizadas periódicamente para exigir la vuelta de los rehenes, se han convertido en un movimiento organizado en contra del gobierno de Netanyahu. Parte de la sociedad israelí cree, y me da que con cierta razón, que de mientras dure la guerra Netanyahu seguirá en el poder sin dar explicaciones sobre su gestión y sus corruptelas. Indirectamente se beneficia de la misma, y sus incentivos para que termine son escasos. Si eso se junta a que su gobierno se sustenta en grupos extremistas que tienen odio a todo lo que no sea sionismo, y están encantados con las acciones militares contra los palestinos, tenemos a una nación embarcada en una contienda de rumbo confuso, final incierto y daños reales. El hartazgo se está transformando, como les comentaba, en frustración. Y en división. Ahora mismo el país está totalmente partido entre los partidarios de Netanyahu y sus políticas y los que le odian, o lo que es similar, entre el ultranacionalismo y el liberalismo.
Para hoy está convocada una huelga general en el país para paralizar la economía como protesta contra el gobierno. El aeropuerto internacional de Tel Aviv, el de más tráfico, estará cerrado, y el sector tecnológico, uno de los puntales de la economía nacional, se ha unido a la convocatoria que aúna a movimientos sindicalistas con muchas otras facciones, ideológicamente opuestas, pero comúnmente unidas frente a lo que consideran traición de su gobierno a los secuestrados y rumbo de hundimiento de la nación. Nada iba a ser igual en Israel tras los atentados de Hamas del 7 de octubre, eso era obvio, pero era difícil imaginar un escenario peor para los palestinos y la nación israelí apenas una decena de meses después de la masacre.
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