Hace unas semanas se publicaba
una viñeta en un periódico en el que los personajes leían un periódico lleno de
noticias sobre corrupción. Indignados ambos, le decía uno a otro “viendo toda
esta panda de sinvergüenzas da ganas de robar hasta hartarse” y el otro le
contestaba “sí, pero cuando vemos gente haciendo el bien ¿por qué no nos entran
las mismas ganas de imitarles?”. No se si ere este el texto exacto que se
enmarcaba en los bocadillos de la tira, pero sí el mensaje. Estamos llenos de
ejemplos negativos que nos sumen en la desmoralización, nos hacen pensar que
los que respetamos la ley somos gilipollas y que qué más da si la incumplimos o
no, cuando todo el mundo lo hace.
Hay en estos días de sombras
negras dos ejemplos que me parecen luminosos, para contrarrestar tanto mal, y
que debieran servirnos de estímulo y guía en nuestra zozobra. Uno, al que casi
nadie ha prestado atención, son los cuatro tarjeteros de Caja Madrid que no
hicieron uso de la misma, que no robaron a su entidad, y que como llaneros
solitarios vivían en medio de cuatreros que robaban reses y pastos comunales.
Alguien debiera entrevistarles, sacar a la luz su historia, y el ayuntamiento
de Madrid tendría que pensar en dedicarles algunas calles en su honor, porque
pocos son los honrados, y menos los alabados. El
otro ejemplo lo dio ayer la hermana Paciencia, en una rueda de prensa
conmovedora que a muchos, me incluyo, nos produjo vergüenza ajena, por lo
que ella decía y lo que suponía de interpelación, de golpe, de hachazo, a
nuestra occidental, petulante, orgullosa y soberbia forma de entender la vida.
Hace unos meses nadie conocía a la hermana Paciencia y, creo, dentro de unos
meses todos la habrán vuelto a olvidar. Paciencia lleva años, muchos años, en
África, trabajando con los más pobres de entre los más pobres. El Ébola le ha
hecho famosa, pero durante todo este tiempo ha estado cuidando a enfermos que
padecen males menos mediáticos, como el cólera, la malaria o la diarrea, que
matan cada año a cientos de miles de personas en África. En medio de la soledad,
sin que nadie se fijara en ella y los que a su lado trabajaban, Paciencia ha
hecho honor a su nombre, racionando los medios ínfimos de los que disponía,
fruto de la solidaridad de quienes donaban a su orden religiosa. Ellos, los
misioneros, y los cooperantes de organizaciones como Médicos sin fronteras han
sido los únicos, sí, los únicos, que han ayudado a estas personas, necesitadas
de todo. Es demagogia, ya lo se, pero con lo que algún tarjetero de Madrid
robaba en una noche loca Paciencia podría haber salvado a muchos. Quizás ella
lo supiese, o no, da igual. La llegada de Ébola destruye todo el trabajo
hospitalario desarrollado por Paciencia a lo largo de muchos años. El miedo se
extiende, los enfermos huyen y el recelo se instala en la sociedad. Sólo
quienes no pueden moverse, estuvieran infectados o no por el virus, permanecen
en sus camas, y Paciencia con ellos. El virus no distingue entre pacientes y
sanitarios, e infecta también a Paciencia y a otros misioneros españoles. La
repatriación y muerte del primero de ellos hace que el Ëbola se convierta en
noticia en España, que hasta ese momento apenas era poco más de un breve en los
resúmenes a mitad del telediario o una columna dispersa en internacional en los
periódicos. Paciencia sobrevive a la enfermedad gracias a sí misma y su
constitución, no por tratamiento alguno, y se convierte en posible donante de
suero inmune. Cuando el segundo misionero es repatriado se atisba la opción de
que la sangre de Paciencia pueda salvarle, y es entonces cuando las autoridades
se fijan en ellas y la traen a España, llegando tarde para poder ser efectiva
su carga antiviral en el viejo y agotado cuerpo de Manuel García Viejo. El
contagio de Teresa Romero, una de las cuidadoras de Manuel, dispara la alarma
sobre el Ëbola y lo convierte en noticia universal. La enfermedad se contagia
en occidente por primera vez y es entonces cuando nos empezamos a preocupar, no
antes.
Casi es seguro que hoy, maravillosa noticia, se
haga oficial la curación de Ébola de Teresa, en cuyo tratamiento ha jugado un
papel muy importante la sangre de Paciencia. Ayer pudimos ver a la hermana ante
los medios, nerviosa pero serena, alabando a todo el mundo y sin criticar los
errores cometidos en la gestión de la crisis ni la tardanza en traerla a España.
Y sobre todo, lanzando el mensaje de que es África quine necesita la ayuda, que
es allí donde hay que invertir recursos para acabar con la enfermedad, no en
controles en los aeropuertos. Su mensaje fue claro, sencillo y muy directo. ¿Le
haremos caso? Me temo que una vez que pase la crisis todo se olvide, África
vuelva a la nada informativa y nadie recuerde las luminosas palabras y obras de
Paciencia. Ojalá me equivoque. Ojalá!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario