Es curiosísimo comprobar cómo, a
medida que la ciencia y tecnología conquistan nuevas cimas y se traducen en
dispositivos cada vez más complejos y útiles, los humanos seguimos atados a
supercherías propias de la época de los chamanes de las tribus antiguas, que
miramos con soberbia superioridad pero que, en el fondo, son igual que
nosotros. Si
se derrumba la bolsa por temores a una tercera recesión en Europa aparece el
rumor de que Mario Draghi va a comprar títulos de deuda pública soberana y
corporativa y los mercados se dan la vuelta, subiendo más de un 2% como
pasó ayer. Puro chamanismo.
Creo que cada vez es más claro
que el complejo panorama económico en el que nos encontramos no tendrá salida
efectiva si no planteamos tres líneas de actuación que, siendo las de siempre,
son vistas con recelo. En Japón se llaman flechas, en occidente política, pero
son lo mismo. La primera de ellas, la relajación monetaria, la inyección masiva
de liquidez, es la única que se ha puesto en práctica a lo largo de estos años.
Ha servido para cortar la hemorragia de los mercados, y situar los tipos de
interés a tasas históricamente bajas en todo el mundo pero, como reverso, ha
propiciado la aparición de burbujas, que son discutidas por algunos, en
mercados como el de deuda soberana o incluso en los bursátiles, a donde se ha
dirigido gran parte de esa abundante liquidez, que busca una rentabilidad que
hoy en día muy pocos productos pueden ofrecer. El sobreuso de la política
monetaria ha hecho que, ante cualquier problema, se tire de ella como vulgar
bálsamo de fierabrás, y a corto plazo funciona, propiciando rebotes como el de
ayer, pero sus efectos cada vez son menores y las distorsiones que genera,
mayores. La segunda pata es la política fiscal, entendida en muchos lugares
como austeridad, sinónimo para casi todos de recortes, pero que no tiene porqué
ser así. En el caso de España una inteligente política fiscal implica
obviamente reducir gastos, pero se pueden eliminar muchas estructuras
superfluas sin afectar a los servicios sociales, y reducir impuestos (como las
sangrantes cotizaciones sociales) que seguramente serían recuperados por un
crecimiento derivado de las mayores contrataciones. El rediseño por completo de
un IRPF que no funciona como es debido también es política fiscal, eso sí, de
la compleja, y nadie quiere ponerlo en marcha. Se han realizado retoques estéticos
pero no de fondo. Esta segunda flecha tampoco se ha utilizado en exceso en Japón
ni en otros países, y tiene mucho margen de actuación. Y la tercera flecha, que
es la de las reformas estructurales, sigue esperando en el baúl de los
recuerdos a que alguien vaya a recuperarla. Cada una de las medidas es difícil
de aplicar de menos a más, y genera efectos en el corto plazo (monetaria) medio
(fiscal) y largo (estructural) por lo que para una agenda política clásica esta
es la menos útil y atractiva. En España hemos realizado reformas estructurales
necesarias, como la del mercado de trabajo, pero incompletas y aisladas, lo que
ha generado efectos no deseados. Una flexibilización de la contratación como la
vigente sin la figura del contrato único, que habría que implantarla ya,
abarata costes y dinamiza la producción, sí, pero segmenta aún más el mercado
entre fijos y temporales, y debilita a la larga la demanda agregada. Una reforma
de este tipo, realizada de manera incompleta y aislada, puede ser
contraproducente a largo plazo. Debe integrarse en un paquete muy amplio y con
horizonte temporal alargado, mucho más desde luego que una simple legislatura.
Quizás por eso no se aplican.
Japón y, en Europa, Francia, son
buenos ejemplos de países necesitados de intensas reformas estructurales que,
con matices distintos en cada uno de ellos, deben sacarles del atasco competitivo
en el que se encuentran sumidos desde hace años. Imprimir billetes y las
compras masivas de deuda del BoJ o el BCE pueden aliviar la fiebre de estos
enfermos, pero sin esas reformas no se curarán. Realizar cambios es duro, las
personas, como las sociedades, tienen costumbres e inercias, y se resisten,
pero de no hacerlos el futuro económico (y demográfico) se presenta oscuro y, potencialmente, mucho más doloroso. ¿Serán
esos países, seremos todos, capaces de hacer frente a estos retos y reformas? Confío
en que sí.
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