Una de las maravillas del tiempo
en el que vivimos, y de la que no somos conscientes para nada, es la victoria
que hemos infringido a las bacterias, y los millones de vidas que, cada día, se
salvan a cuenta de ello. Hasta hace menos de un siglo las tasas de mortalidad
eran disparadas, las infantiles inimaginables y la esperanza de vida sumamente
reducida. Varios eran los factores que influían, pero el más determinante eran
las enfermedades, que se cebaban sobre una población indefensa. La selección
natural funcionaba, al inmenso coste de vidas perdidas antes citado, y los
individuos resistentes sobrevivían mientras que el resto moría. Cánceres,
problemas cardiacos y otros males eran mucho menores porque muy pocos llegaban
a la edad de poder padecerlos.
Esta segura existencia en la que
vivimos se asienta en dos patas: la vacunación y los antibióticos. La
efectividad de ambas armas frente a la enfermedad es inmensa, pero también la
necesidad de usarlas con cabeza y criterio para que rindan como es debido. El
caso de las vacunas es muy sencillo, hay que ponérselas y punto, y frente a las
irracionales y peligrosas campañas de antivacunación, promovidas por incultos,
o aún peor, iluminados, debemos insistir una y otra vez en la necesidad, la
absoluta necesidad, de que toda la población se vacune de las enfermedades para
las que existe esa herramienta. Sin excepciones. Los antibióticos presentan un
problema distinto, y es el uso generalizado que se hace de ellos. Si ante las
vacunas debemos luchar para que se prescriban y utilicen en masa, ante los
antibióticos debemos adoptar una estrategia opuesta, reduciendo el uso masivo
que hoy en día se hace de los mismos y prescribiéndolos sólo en los casos en
los que resultan necesarios, y obviamente sólo ante enfermedades. El uso masivo
de antibióticos en nuestros días no se da en las farmacias y hospitales, no,
sino en las granjas de animales, donde miles, millones de ejemplares conviven
en espacios muy pequeños y son atiborrados de esas sustancias para que no
enfermen, con el riesgo económico que una pandemia, transmisible casi al
instante a poblaciones tan concentradas, podría tener. Pero también se abusa, y
muchísimo, de los antibióticos en el consumo humano, bien por excesiva
prescripción como por automedicación, dos de los males farmacéuticos de nuestro
tiempo. Como su propio nombre indica, el antibiótico sólo es efectivo ante
enfermedades bacterianas, pero nada hace ante los virus. Por ello de nada sirve
tomarlo ante, por ejemplo, la gripe, que es una enfermedad producida por un
virus que cada año cambia. Repito, no sirve de nada, pero ¿cuántas personas
habrán tomado, o solicitado, antibióticos para tratar esa enfermedad a lo largo
de este invierno? Cada una de ellas no ha obtenido resultado alguno de la
ingesta del medicamento, ninguno, se lo crea o no, pero habrá contribuido a
debilitar la eficacia del medicamento. ¿Por qué? Nuestro amigo Darwin tiene la
respuesta. El ciclo de vida de las bacterias es corto, su tasa de reproducción
alta y, por tanto, sus generaciones no se miden en décadas como es nuestro
caso, sino a veces en días. Esa espectacular tasa de reproducción hace que la
selección natural funcione a cámara rápida, muy aceleradamente. Si en todo
momento, sin necesidad en muchas ocasiones, enfrentamos a muchísimas generaciones
de bacterias a un antibiótico llegará un momento en el que uno de los
individuos, por mutación o por suerte, quizás sea capaz de resistir el efecto
nocivo del medicamento, y con ello sus descendientes pueden ser capaces también
de sobrevivir. Y eso que con un uso normal de la prescripción, acabaría
sucediendo, pero en un plazo de tiempo lejano, se da ya en nuestros días, gracias
sobre todo al referido mal uso, por el abuso, de unas herramientas tan fantásticas
como los antibióticos.
La
OMS ha presentado recientemente en sociedad doce familias de bacterias, doce,
que a día de hoy resisten a todos los antibióticos conocidos y desarrollados
por la industria. Esto quiere decir que si esa bacteria nos ataca, hay
bastantes probabilidades de que nos mate, porque todo dependerá de cómo
trabajen EN SOLITARIO las defensas de nuestro cuerpo. Si hay suerte, bien, pero
sino, al hoyo. Las proyecciones futuras de mortalidad de estas bacterias son
para asustarse, por lo que urge actuar en dos direcciones. Una, la de la
ciencia, buscando nuevas herramientas, antibióticas o no, para derrotarlas. La otra,
médica y social, limitando el abuso en el consumo de antibióticos para que el
zoo de bacterias malignas no siga creciendo. Este asunto es mucho más serio y
grave de lo que parece.
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