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viernes, enero 27, 2023

Ataque yihadista en Algeciras

Afortunadamente, y dentro de la desgracia que supone todo lo que ha pasado, el ataque yihadista que tuvo lugar el miércoles por la noche en Algeciras y que ha causado un muerto y varios heridos no parece ser obra de un grupo organizado, sino de un individuo aislado, eso que se denomina “lobo solitario” aunque en este caso estemos más ante la acción de un desquiciado al que el mensaje yihadista ha trastornado del todo. La ausencia de estructura en el ataque es el consuelo que queda a los que lo relatamos, pero de nada sirve a los familiares del sacristán asesinado.

Asesinato que, por lo demás, tuvo el componente de sangre fría y obstinación típico de este tipo de ataques, en los que los terroristas involucrados no dudan ni frente a víctimas heridas, corriendo a darles un remate lo más eficaz posible. El autor del ataque, provisto de una especie de katana, atacó a varias iglesias cercanas entre sí en el centro de la localidad, parece que en busca de los sacerdotes de las mismas, y fue en la segunda en la que encontró a un religioso, no el cura de la parroquia, y contra él fue. Su víctima, herida, huyó del templo pero encontró la muerte en una plaza que debe estar casi en frente del lugar de culto. Cuando el atacante quiso asediar un nuevo templo, que afortunadamente se encontraba cerrado, las fuerzas de seguridad ya pudieron hacerle frente, reducirlo y detenerlo. Se trata de un marroquí que vivía en un chamizo de mala muerte compartido por otras dos personas, que han relatado cómo en los últimos tiempos se había vuelto un desquiciado en el tema de la religión, en la devoción, en el deber del musulmán, en un proceso habitual en todos estos trámites de radicalización que se dan en los que abrazan el yihadismo. No tenía trabajo, no tenía ingresos conocidos, vivía en la marginalidad. Su acto ha vuelto a poner de relieve el peligro del yihadismo, que teníamos algo olvidado, afortunadamente, por su falta de acción en nuestro país. Pese a ello, y aunque ahora no ocupe titulares, de vez en cuando se registra la noticia de una intervención policial que desarticula una célula, o intento de creación de la misma, con la detención de algunas personas, sin que luego la atención mediática, volátil como ella sola, permita saber cómo han evolucionado las pesquisas posteriores. Es cierto que tras la caída del desgraciado DAESH el islamismo salafista ha perdido fuerza. El reino del terror que creo el mal llamado estado islámico atrajo la atención de desquiciados en todo el mundo y sus medios, físicos y financieros, permitían la proliferación y abastecimiento de células yihadistas por gran parte de occidente, en las que jugaban un papel importante los retornados, personas que habían ido a la guerra santa para defender el califato y, con un entrenamiento militar sobre el terreno, volvían a nuestras naciones dispuestas a atacar con conocimiento de causa y capacidad de crear gran daño. Esto, unido a una red de mezquitas que trabajaban en colaboración con DAESH, y al efecto imitación que surgía tras algunos de los más mediáticos atentados, nos llevó a situaciones horrendas, siendo Francia el país más atacado en nuestro entorno. Poco a poco la amenaza ha ido a menos, gracias como antes señalaba a la victoria militar sobre DESH y a la eliminación de sus componentes, pero también a la callada y muy profesional acción de las fuerzas y cuerpos de seguridad, que en España, después del desastre del 11M, se pusieron las pilas y son capaces de actuar de manera preventiva desarticulando tramas y realizando detenciones. Cada célula disuelta es una potencial tragedia evitada, que no aparece en las noticias. Las que logran huir del radar policial pueden llegar a ser letales, como la de Alcanar, causante de los atentados de Barcelona y Cambrils de 2017. El trabajo de vigilancia no descansa, no puede hacerlo.

Ha sido la figura del lobo solitario la que, en los últimos años, ha cogido el protagonismo yihadista, y realizado acciones, o al menos intentonas. De las últimas, la más cruel fue el atentado contra Salman Rushdie en agosto del pasado año, que dejó al amenazado escritor en un estado grave. Charlie Hebdo, el semanario satírico parisino, ha vuelto a ser objeto de amenazas, esta vez por parte de la teocrática dictadura iraní, tras publicar unas viñetas en las que ridiculizaba a su sanguinario Ayatola, líder supremo de la represión. La vigilancia policial ante sus sedes y para sus miembros se ha reforzado, en el temor de un futuro ataque integrista. Esa pesadilla que no cesa, que parece dormida, pero que ahí sigue.

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