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jueves, julio 10, 2025

Agonizar en Gaza

Ahora ya no, pero durante los meses del curso escolar no han sido pocas las veces en las que, al subir al metro de la parada de mi barrio para venir al trabajo, he coincidido con una chica joven que llevaba dos colgantes metálicos en su cuello con sendas placas. En una se podía leer “bring them back” que es el lema con el que los israelíes se manifiestan para reclamar la vuelta de los secuestrados tras los atentados del Hamas del 7 de octubre de 2023. La otra placa, ilegible para mi, estaba escrita en caracteres hebreos. Supongo que será el mismo lema en su propia lengua.

A tres meses de cumplirse los dos años de aquella salvajada islamista, la situación en Gaza y aledaños es, simplemente, desoladora. El número de palestinos que mueren cada día a manos de las tropas de Israel se cuenta por docenas, el nivel de destrucción de la franja la ha convertido en poco más que un erial lleno de escombros y la superioridad aplastante de las tropas del IDF respecto a los milicianos de Hamas se ha traducido en un constante abuso de la fuerza, siendo incontables los casos denunciados de violaciones de los derechos humanos cometidos en la franja por parte de las tropas israelíes. Hace tiempo que la guerra de Gaza dejó de ser un ejercicio de legítima defensa para convertirse en una venganza largamente rumiada por parte de la sociedad israelí, y las acciones que allí se han desarrollado han estado marcadas, sobre todo, por ese deseo de resarcimiento, de devolver el dolor sufrido una y mil veces, hasta la extenuación. El destino de los secuestrados, desde que empezaron las operaciones, ha sido la menor de las preocupaciones del gobierno de Netanyahu, que ha visto en esta guerra la oportunidad de oro no sólo de mostrar a las claras la extensión de su ideología extremista, sino, sobre todo, la vía para paralizar los procesos judiciales que le acosaban en casa por denuncias de corrupción. Bibi se ha envuelto en la bandera y subido al tanque para eludir a los jueces que le empezaban a cercar. Esta guerra, también por la actitud comentada de su gobierno, ha supuesto una partición profunda en la sociedad israelí, completamente unida respecto a la necesidad de rescatar con vida a los rehenes y traerlos de vuelta, el lema que lleva la chica del metro colgado al cuello, pero totalmente dividida en todo lo demás. Los sectores liberales de Israel contemplan con miedo como los más radicales de entre los suyos se han hecho con el control del gobierno y no han dudado ni un segundo en lanzar ofensivas militares a diestro y siniestro para asegurarse el control del territorio y, también, de la sociedad. Se repiten cada fin de semana en Tel Aviv las manifestaciones de ciudadanos que reclaman la vuelta de los rehenes y acusan al gobierno de Netanyahu de prorrogar la guerra de Gaza sin sentido, pero no es menos cierto que en el conjunto del país se ha instalado una especie de mantra de olvido respecto al sufrimiento de la población palestina de Gaza. Hay una especie de sensación, vista desde fuera, de que se están mereciendo lo que les pasa tras años y años de hostigamiento terrorista, y es muy difícil realmente saber hasta qué punto el país asume que lo que está cometiendo en Gaza no es un genocidio, no, pero sí una guerra de dimensiones injustas y llena de actos de absurda crueldad. Con su acción terrorista, Hamas ha provocado la destrucción de Gaza, la muerte de decenas de miles de palestinos y una especie de corrupción moral en el seno de Israel que está dejando herida a la sociedad civil, y que ha arrasado la imagen del país en el mundo. Para muchas sociedades y naciones Israel es culpable de cometer crímenes de guerra y su bandera el símbolo de un estado agresor. Esa nación, que se fundó como respuesta al mayor crimen colectivo del siglo XX, está ahora mancillada por la actitud de su gobierno y el silencio, en parte cómplice, en parte muestra de miedo, también de conmoción, de una parte significativa de su sociedad. Desde el 7 de octubre de 20213 el mal ha anidado de una manera nunca vista en aquella parte del mundo. Si ese era el plan de los estrategas islamistas de Hamas, enhorabuena, sus peores deseos se han hecho realidad.

Cuando coincidía con esa chica, que se quedaba en mi línea tras bajar yo de ella en busca de un intercambio que me acercase a la oficina, me quedaba con muchas ganas de preguntarle sobre todo esto, sobre si tenía vinculación con alguno de los secuestrados, sobre cómo ve la situación de su país y la actitud de su gobierno, sobre si apoya a los manifestantes sabatinos de Tel Aviv, sobre cómo valora lo que está pasando allí y cómo se observa desde las sociedades occidentales, tradicionales valedores de Israel, ahora en gran parte hostiles por la oposición de sus opiniones públicas a lo que ven que pasa cada día en Gaza. Muchas preguntas, que no formularé y para las que, al menos yo, no encuentro respuestas satisfactorias. Sólo una sensación profunda de dolor y pena. Nada más.

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