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viernes, julio 11, 2025

Treinta años de Srebrenica

Hoy se cumplen treinta años de la masacre de Srebrenica, localidad bosnia que fue masacrada por las tropas serbias durante la cruel guerra sucesiva que vivieron los territorios de la antigua Yugoslavia durante la década de los noventa del siglo pasado. Los serbios, ortodoxos, asesinaron de manera genocida a unos 13.000 residentes de esa localidad, de religión musulmana, en apenas un par de días, con el consentimiento de las tropas de pacificación de la ONU, que ya estaban sobre el terreno, principalmente integradas por contingentes europeos, sobre todo de los países bajos. La orden de eliminar a los habitantes de esa localidad se ejecutó con frialdad y eficacia. Fue el primer acto genocida en Europa desde el fin de la IIGM.

Hoy, tres décadas después, asistimos a una repetición a escala de lo que pasó en Srebrenica en muchas de las localidades del este de Ucrania, donde las tropas rusas asesinan sin piedad ni organización a civiles y a todo lo que se mueva de una manera burda, chapucera, pero efectiva. No existe una planificación estructurada de limpiar las poblaciones como sucedió en el pasado, o al menos no ha trascendido un plan consistente al respecto, pero el resultado es similar. Asesinatos fríos, indiscriminados, generalizados, en los que se busca reducir hasta la nada la población que en un momento dado ocupaba el asentamiento, para que sea sustituida por nuevos vecinos, provenientes de allí donde la raza es la correcta, serbia entonces, rusa ahora. Los testimonios de los supervivientes de Bucha, localidad al norte de Kiev, en su extrarradio, que estuvo bajo control ruso durante las primeras semanas de la invasión putinesca de Ucrania, y que son el testimonio más fiel de lo que sabemos que ocurre en las zonas sometidas al yugo del invasor, relatan unas primeras semanas de ocupación fría, de soldados algo perdidos, de episodios de violencia aislados, absurdos, crueles, pero esporádicos. No se cortaban los rusos en matar a civiles en Bucha, por las causas más peregrinas posibles, pero no lo hacían de manera generalizada. El miedo entre todos los residentes era enorme, porque no sabías qué es lo que te podía salvar la vida o hacerla perder en medio de aquella situación, totalmente inesperada. Muchos optaron por salir lo menos posible de sus casas, hacer como que allí no había nadie y no pisar el exterior para no encontrarse con soldados que pudieran hacer preguntas para las que no hubiera respuesta. Cuando las tropas rusas empiezan a perder posiciones en el entorno de la población la cosa cambia, y entonces sí se desata un proceso de asesinato generalizado. Nuevamente, a lo ruso: desorganizado, improvisado, desestructurado, ejecutado por críos o personajes que van vestido de militar pero que carecen de instrucción ni de tablas. Eso sí, saben que disparar es fácil y les sale gratis. Grupos improvisados de soldados empiezan a entrar en las casas, a sacar a sus moradores y a tirotearlos por la espalda, dejando sus cadáveres abandonados en jardines, aceras o calles, así, sin más. Algunos aún están vivos después de ser abatidos, pero mueren en medio del asfalto desangrados en medio de la indolencia de sus captores, que les dejan ahí tirados de camino a otra casa. Cientos y cientos de personas fueron asesinadas de una manera tan irracional como esta durante los días en los que la soldadesca de Putin tuvo que abandonar el enclave al fracasar la toma de Kiev, en las primeras semanas de la guerra. Las imágenes de lo que allí sucedió dieron la vuelta al mundo, y fueron negadas por sus ejecutores y por aquellos que, a sueldo o por creencia, defienden la visión imperialista de Putin. También muchos negaron las matanzas de Srebrenica. Allí, como en Bucha, fue decisivo el papel de los periodistas, los corresponsales de guerra, que actuaron como notarios para atestiguar un horror que escapaba a la comprensión y que requería pruebas sólidas para ser asimilado y que, en un futuro, alguna condena cayese sobre los autores intelectuales y ejecutores de aquel crimen.

Karadzic y Milosevic, cada uno en su papel, fueron juzgados y condenados por las atrocidades cometidas en Bosnia, pero eso no sirvió para que ninguno de sus actos se revertiera. Hoy, la posibilidad de juzgar a Putin o a cualquiera de los dirigentes civiles y militares rusos que ejecutan la carnicería de Ucrania se antoja como una fantasía. Sus crímenes permanecen impunes, y su número crece a cada ataque masivo que lanzan sobre el país, a cada pequeña aldea que conquistan y arrasan. No, no parece que hayamos aprendido mucho en el tiempo transcurrido. Las tierras de sangre, como las denomina Timothy Snyder, siguen chorreando.

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