Este fin de semana se casó Martínez Almeida, y por primera vez en la historia de la ciudad un alcalde, en el ejercicio de su cargo, no sólo ha oficiado bodas sino que ha sido él misso el contrayente. Sobre ciertos aspectos de la relación y enlace, como la diferencia de edad o la velocidad del noviazgo, tengo opiniones que no valen más allá del perímetro de mi boca, por lo que no sirve de nada que las exprese. Como en todas las bodas, espero que sean felices, se lo pasen bien y su relación de pareja eche raíces y se fortalezca. En estos tiempos mantener en pie una pareja empieza a ser casi heroico dada la tasa de rupturas y divorcios.
Lo que sí me parece reseñable es la reacción, especialmente en las redes sociales, ante el enlace. No me refiero a las bromas, memes y demás, que son normales ante casi todas las situaciones y que uno debe aguantar, sea el contrayente o invitado al evento, sino directamente a los insultos que Almeida ha recibido por tener esa forma suya de comportarse y ese aspecto, en ambos casos dotados de poca gracia natural. Era interesante, y muy hipócrita, comprobar el linchamiento que se producía a lo largo del sábado por parte de tuiteros anónimos a la figura del alcalde, pero era bastante peor leer comentarios directamente insultantes por parte de usuarios de las redes que, día sí y día también, tienen la palabra empatía en la boca, que no dejan de reiterar la necesidad de que todos nos apoyemos y seamos mejores los unos con los otros, y demás cosas que llenan los manuales de autoayuda basura con los que se nos inunda en estos tiempos. Personas que, en no pocos casos, hacen negocio de las necesidades afectivas, que denuncian la crueldad de la sociedad en la que vivimos, que demonizan el capitalismo como fuente de todos los males (también de gran parte de sus ingresos, ante eso callan) y que reclaman que no juzguemos a los demás por lo que aparentan ser sino por su interior, que no nos quedemos en la dictadura de la moda, de la imagen, de la estética impuesta como canon por muchos que dominan las redes, esos que son influyentes, y que debemos rebelarnos ante la dictadura de lo bello. Pues bien, este sábado tenían la perfecta oportunidad para poner en práctica su discurso comprensivo y benefactor, porque será lo que se quiera, pero Almeida no es guapo. ¿Y qué ha recibido? Sobre todo insultos, provenientes como antes decía de anónimos y de esos que reclaman la huida de la belleza dictada. Uno veía de refilón algunos de esos comentarios y no podía dejar de pensar en la rabia con la que estaban escritos, en el deseo de hacer daño que llevaban y la ira con la que quienes los colgaban realizaban sus actos. Y al ver eso me surgía una pregunta obvia que no encontraba respuesta. ¿Por qué? ¿Qué lleva a alguien a insultar a otra persona, en este caso, por su aspecto estético? ¿Qué gana alguien comportándose de esa manera? Como sucede por las redes sociales, en muchos casos es el anonimato lo que exacerba la pulsión destructiva que anima en cada uno de nosotros, en mayor o menor grado, pero los había que no se cortaban mucho desde perfiles no recónditos. El tema del acoso en redes sociales es de los más importantes que hay hoy en día, especialmente en el mundo de la adolescencia, y el que un grupo de imbéciles se dediquen a meterse contra alguien, cosa que en los institutos se ve casi a diario, suele ser fuente de grave frustraciones, y se relaciona en no pocas ocasiones con tentativas de suicidio, tristemente consumadas en muchos casos. Pues bien, en el mundo de los adultos hemos visto este fin de semana un comportamiento bastante similar al de una panda de gilipollas adolescentes contra otro adulto, por el mero aspecto que tiene y sus formas, y es cierto que a estas edades el efecto de este tipo de acciones es menor ante personalidades ya formadas, pero no por ello es menos desagradable e hiriente. Y sigo sin saber el por qué de estos linchamientos públicos
En el fondo, más allá de cuestiones políticas, Almeida me cae bien porque es feo, torpe y un fracasado en temas sentimentales, tres aspectos en los que coincido plenamente. Se lo que es que a uno las chicas le manden a la mierda varias veces por ser feo, pesado, incapaz y cosas por el estilo, y si a mi me tocase dar patadas a un balón en saques inaugurales lo haría como él, lesionando a alguien, o tropezándome yo mismo, que sigo sin saber botar un balón de baloncesto o darle con una raqueta a una pelota de tenis. Por las razones que sean, Almeida ya no está solo, y deja de pertenecer a mi club de colgados, en el que cada vez quedamos menos, por el mero hecho del paso del tiempo. Espero que sea feliz y que la gente que va por ahí insultando se pudra.
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