Ayer Robet Fico, el primer ministro de Eslovaquia, sufrió un atentado que le sigue teniendo a estas horas entre la vida y la muerte. Tras la celebración de un consejo de ministros en una ciudad mediana lejos de Bratislava, la capital, salió a la calle, donde se concentraba un número de ciudadanos, a los que se acercó a saludar. De repente, uno de ellos sacó una pistola y efectuó cinco disparos, alcanzando al político en varias extremidades y, uno de ellos, en el abdomen, donde se localizan las heridas más graves. Trasladado a toda prisa a un hospital, las últimas informaciones señalan que podrá salvar la vida, pero su estado sigue siendo muy grave.
Eslovaquia es uno de esos pequeños países europeos en los que no suele pasar nada que trascienda sus fronteras y se convierta en noticioso para el resto de la UE; menos para el mundo global. De hecho el propio Fico, quizás el político más famoso de aquel país, no es sino un desconocido para la mayor parte de nosotros. Su trayectoria en la política eslovaca lo ha llevado a ser prácticamente de todo, a entrar y dejar el poder en varias ocasiones, y a dar varios giros ideológicos, que le han llevado desde unas posiciones de social democracia clásica a la versión del populismo identitario que asociamos a personajes como el húngaro Víctor Orban. De hecho, tras la derrota de Ley y Justicia en Polonia, Fico era el mayor socio que le quedaba a Orban en su cruzada en contra de muchas de las decisiones de la UE y en sus coqueteos con el Kremlin, que es visto por ambos como un aliado más que como un enemigo. La oposición a la ayuda a Ucrania también está entre las posturas que ambos mandatarios defienden sin cesar. Por lo tanto, y como es casi seguro que estamos ante un acto de motivaciones políticas, no nos encontramos en este caso ante el sencillo y fácil supuesto de un político de centro izquierda que es atacado por un reaccionario de la extrema derecha, como ha pasado con algún candidato alemán en estas últimas semanas, sino puede que lo contrario, o en todo caso el atacado está en el grupo de los populistas que van a ser un gran quebradero de cabeza en el próximo parlamento de la UE. Lo más relevante del atentado de ayer, sin embargo, no es la ideología del atacado ni las presuntas motivaciones de su atacante, sino el hecho mismo de que se haya producido un ataque terrorista de cariz político contra un dirigente de la UE, y a tres semanas de los comicios europeos. El caldo de división, de enfrentamiento, de incomunicación creciente que se ha asentado en nuestras sociedades motivado por el sectarismo político empieza a hacer más probable que sujetos individuales decidan acabar con lo que consideran un problema político asesinando al que ven como fuente de su desgracia. Este pensamiento, irracional, estúpido, delictivo, es algo que durante décadas proliferó en nuestro continente de manera organizada, con bandas terroristas que enarbolaban supuestos argumentarios ideológicos para excusar el hecho de que deseaban alcanzar el poder. Años de persecución policial y deslegitimación social contribuyeron a acabar con esos movimientos, y llevar a la cárcel a sus integrantes, que es donde debían estar, pero tras décadas de tranquilidad, un nuevo germen de violencia parece estar anidando entre nosotros. Y esta vez es algo diferente. Es difuso, no se engancha a una corriente ideológica extremista, no es algo tan minoritario, sino que parece extenderse de manera liviana pero generalizada por amplias capas de la sociedad, donde no se ve con desagrado que un político pueda ser eliminado, dado que es el causante de todos los malos que nos atenazan. Como suele ser habitual, EEUU es el caso en el que todos nos miramos y de donde surgen muchas de estas modas, y el asalto del Capitolio del 6 de enero de 2021 es el inicio de la legitimación de la violencia política en aquella nación. Trump, que alentó aquel golpe, quiere volver a la presidencia para, entre otras cosas, amnistiar (vaya vaya) a los insurrectos de aquella fatídica jornada. Suena irreal, pero no lo es para un enorme porcentaje del votante norteamericano, puede que mayoritario en las elecciones del próximo noviembre.
La condena al atentado que ha sufrido Fico ha sido unánime y ha venido de todo el espectro ideológico europeo, lo que es de agradecer, pero es obvio que, con las elecciones europeas ya aquí, el miedo a que actos de violencia marquen la campaña se está disparando. La seguridad de las autoridades tendrá que ser reforzada tras este intento de magnicidio, y la sensación de que hay gente partidaria del uso de la violencia para arreglar problemas políticos nos debe reafirmar en que ese nunca, nunca, nunca, es el camino para arreglar nada. Supongo que acabaremos conociendo el ideario y motivaciones del atacante de Fico, pero eso no justificará su acto, sólo servirá de marco a un acto criminal que, esperemos, no llegue a sus últimas consecuencias.
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