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martes, mayo 28, 2024

Israel está perdiendo la guerra

Una de las novedades de estos tiempos respecto a las guerras es la disponibilidad, casi al instante, de imágenes de lo que sucede en los frentes. Si uno quiere, puede acceder a material grabado a casi a diario que los protagonistas suben a las redes. En él se recogen escenas de una atrocidad muchas veces insoportable, con el fondo de las llanuras ucranianas o las ruinas arenosas de Gaza, según se trate. De otras guerras, como la de Sudán, sabemos mucho menos, y vemos menos aún, pero los horrores serán muy similares. Simplemente, hay un consenso global de que esa matanza africana no nos da igual, mientras que la europea o la de Gaza sí.

Israel, como fuerza atacante sobre el territorio habitado de Gaza, debiera ser consciente de que va a ser fiscalizada con un celo mucho mayor que el que sufrirá Hamas, organismo fantasmal, red de asesinos cuyas cabezas se encuentran a refugio en naciones cercanas, e inexpugnables, como las monarquías del Golfo o Irán, su patrocinador. Además, Israel, como potencia occidental, debe tener un escrúpulo moral mayor que su atacante, que es un islamista radical dominado por el odio. Por eso, los errores, como los llama el gobierno de Netanyahu, le cuestan tan caros a ojos de una comunidad internacional que sólo ve civiles masacrados en medio de ruinas, civiles con aspecto palestino, que están tan indefensos como uno sea capaz de imaginar, y mueren de las maneras más crueles posibles a manos de un ejército que actúa sin miramientos. Realmente Israel no comete errores, su gobierno sabe que eliminar a cada uno de los miembros de Hamas puede costar una decena de veces o más su número en forma de civiles inocentes, pero le da igual. De hecho, para alguno de los componentes del gabinete hebreo, sólo es bueno el palestino muerto, y por eso sigue su ofensiva con el mismo ardor que en un principio, cercando cada vez más a la masa de población de una franja convertida ya en una escombrera. A medida que el horror crece, la imagen de Israel se deteriora en todo el mundo y el coste para el país se dispara, en términos económicos, sí, pero sobre todo en forma de oprobio global. Mi idea de que lo que buscaba Hamas con el horror que desató el 7 de octubre era forzar a Israel a una guerra que le hundiera emocionalmente ante el escenario global se ve reforzada a cada día que pasa. Las IDF conquistan una parte de la franja, la arrasan, convierten en refugiados a todos sus habitantes, los obligan a desplazarse a otro lado, donde en breve reemprenderán los combates, disparando el número de bajas, escombros y refugiados, y así localidad tras localidad. Y cuando se han conquistado ya tres zonas de la franja en la primera resurgen focos de resistencia de Hamas, que actúan contra las tropas y atacan, en la medida de sus posibilidades, territorio israelí, por lo que lo que parecía un terreno asegurado se vuelve frágil nuevamente para las IDF. Los secuestrados por Hamas siguen en el territorio, aunque con cada bombardeo las posibilidades de que sobrevivan se reducen, y la división cree en el seno de la sociedad israelí sobre la gestión de la guerra, los esfuerzos reales que se hacen para rescatar a los refugiados y el papel de un gobierno cuyo máximo dirigente y alguno de sus aliados están más cómodos si los combates siguen que si cesan. Esta es la secuencia de acontecimientos que se repite una y otra vez desde octubre, y que se profundiza cada vez que se conoce que un rehén ha fallecido, o que un nuevo error ha causado decenas de muertos en un campamento de refugiados civiles que ya tenían pocas posibilidades de seguir vivos al día siguiente por el mero hecho de no saber qué comer. El prestigio de Israel está tocado en lo más profundo, y cada vez más, para sus aliados, se está convirtiendo en una incomodidad. EEUU será el último que lo abandone, pero en la UE la secuencia de naciones que se ponen de frente ante la actitud de Netanyahu y su gabinete no cesa, y Francia y Alemania, los que acaban dictando la posición de la Unión en todas las materias, ya están más por el abandono a Israel que por seguir a su lado. Pocos dirigentes han hecho tanto daño a su nación como Netanyahu, pocos le van a causar una herida más profunda a su pueblo, confundido injustamente con la gestión de su líder político.

Al poco de los atentados de Hamas del 7 de octubre, un analista norteamericano escribía un artículo en el que decía entender el dolor por el que pasaba Israel, equivalente al que sufrió EEUU tras el 11S, pero les instaba a aprender de la errónea respuesta que la nación norteamericana dio ante aquel golpe. La invasión afgana fue correcta, pero todo lo que vino después fue un desastre que supuso décadas de enormes daños, evitables. Una nación tan poderosa como EEUU puede seguir adelante a pesar de tales errores, pero Israel, pequeña y dependiente, no. El afán de venganza ante el dolor sufrido y la horrenda manera de gestionar la guerra por parte de Netanyahu le están llevando a conquistar el terreno, y perder el combate. Es todo un desastre absoluto. Sólo los líderes de Hamas y sus financiadores pueden estar satisfechos.

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