No hubo sorpresas en las europeas del pasado domingo, y las encuestas de verdad, no la patraña manipulada del CIS, estuvieron atinadas. El PP ganó con el margen de votos suficiente para salvar los muebles, pero sin el necesario para darse por satisfecho, el PSOE perdió, pero no quedó noqueado, y el resto fracasaron en mayor o menor medida, a excepción de Alvise, el agitador de Telegram, que se llevó tres escaños y se convirtió en el nuevo Pablo Iglesias. Diez años después, tenemos a otro iluminado demagogo, amante de la bronca, que cosecha un excelente resultado electoral. Ahora vestido de populismo de extrema derecha.
En el resto de Europa tampoco hubo grandes sorpresas, y el ascenso de la extrema derecha se dio como se esperaba pero no tanto como se temía. En Francia es donde las consecuencias electorales han sido mayores. Ganó Le Pen, como señalaban todos los pronósticos, y, en la misma noche electoral, Macron activó el botón y convocó a elecciones legislativas. Ojo, no presidenciales, no deja el cargo, y seguirá en él tres años más, pero sí llamó a votar a la Asamblea Nacional, el parlamento de la república, que tiene importantes competencias, entre ellas la de elegir el primer ministro, pero que está algo subordinado al poder de la presidencia imperial de la república, tal y como la concibió De Gaulle. Hasta ahora el partido de Macron era la primera fuerza en la asamblea, pero no tenía mayoría absoluta, por lo que algunas normas las tenía que negociar, y otras votaciones las perdía, traduciéndose eso en imposibilidad o no para el presidente en función del tema de que se tratara. El mensaje electoral del domingo fue claro, la representatividad que tiene ahora la asamblea no es la que salió de las urnas, por lo que algo hay que hacer, y Macron ha optado por la jugada más arriesgada de todas, una apuesta al todo o nada por el que llama a los electores a elecciones, son mayoritarias por distrito a dos vueltas, en la esperanza de que la concentración de voto anti Le Pen le permita revalidar unos resultados en la asamblea que mantengan en pie su agenda de gobierno. ¿Le saldrá bien? Ahora mismo la mayor parte de las apuestas señalan que no, que el votante francés está muy cabreado con el rumbo del país, y que Le Pen ha conseguido conectar con él, y que ese miedo a la extrema derecha que, hasta ahora, ha funcionado como cortafuegos para impedirle el ascenso a la presidencia de la república ya no funciona como antaño. Los cordones sanitarios, favorecidos por el sistema electoral, han permitido que votantes de ideologías muy dispares acabasen votando de manera conjunta para que la candidata extremista no llegara al poder, pero es probable que eso no suceda en las próximas semanas. Se ha producido ya un primer acuerdo entre las formaciones de izquierda, débiles y radicalizadas, para presentar una candidatura conjunta, y lo más interesante es la fractura que ya ha surgido entre la derecha conservadora convencional, que es una sombra de lo que fue, a la hora de apoyar o no a Le Pen. Algunos de sus cuadros dirigentes sí optan por la unión al caballo ganador, mientras que otros reniegan completamente de esa postura, se mantienen fieles a lo que ha sido su estrategia en los años pasados y amenazan con fracturar el partido. Si lo que antaño fueron los republicanos, el PP de allí para entendernos, era ya una formación secundaria, tras el resultado de la bronca que están viviendo las posibilidades de volver a ser algo en la política francesa se convierten prácticamente en la nada. Curiosamente, puede acabar como el Partido Socialista francés, convertido en poco más que una marca comercial sin apenas dirigencia, votos ni poder. La capacidad de Le Pen de absorber todo el electorado de derecha, sea cual sea la intensidad de su sentimiento, es muy elevada.
El partido de Macron, la Francia en Marcha, cuyas siglas, EM, coinciden con el nombre de su máximo dirigente (no, no es casualidad) sale como perdedor en todas las encuestas, y es posible, a día de hoy, que la derrota sea la única de las realidades que ser afronte desde el Eliseo a principios de julio, tras la segunda vuelta electoral. Con un sistema de doble vuelta en cada uno de los más de quinientos distritos en los que se divide el país, el partido mayoritario puede conseguir una representación mucho mayor de lo que un sistema proporcional otorgaría. Esto, hasta ahora, ha penalizado sobre todo a Le Pen, pero puede ser, por primera vez, su gran baza para vencer. La parálisis política se cierne sobre una posible Francia en cohabitación. Y eso es malo para toda Europa.
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