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martes, julio 02, 2024

El emperador está desnudo

Cada vez hay una mayor distancia entre la realidad que observamos y lo que los estrategas de la política quieren vendernos, y eso genera graves consecuencias, obvias, pero que son vistas con perplejidad por los que, dependiendo del poder, viven a cuenta de sus rentas. Se ha puesto de moda vender falsedades a pesar de que sea obvia la mentira en la que se basan, y el aforismo “dato mata relato” se viola incesantemente por parte de propagandistas bien remunerados. Al final la realidad se suele imponer, porque llevarle la contraria es como tratar de parar las olas del mar en un temporal, pero día tras día, se vende que el lago está quieto cuando la marejada es brava.

El viernes por la tarde me puse a ver algunos fragmentos del debate entre Biden y Trump. Mi intención era dedicarle un tiempo, pero lo dejé a los pocos minutos, no por estar enfermo de la ansiedad “tiktokera” que impide centrarse, no, sino por pura tristeza. Lo que veía era patético. Ante mi un señor mayor completamente superado ofrecía una imagen de decrepitud enorme, y lo único que hubiera tenido sentido en ese encuentro era que se suspendiera y que las asistencias médicas se llevasen al presidente a un lugar a descansar y olvidarse (aún más) de todo. El fracaso de Biden era total, y nadie podía negar lo que se estaba viendo. Tras varios días de encierro y preparación con su equipo, la imagen era la de la decrepitud, la de la imperiosa necesidad del relevo. A su lado un Trump chulesco parecía hasta sorprendido de la suerte que estaba teniendo al ver cómo su rival se derrumbaba sin ni siquiera él empujarle. Al terminar el debate empezó a levantarse el velo que, durante mucho tiempo, ha cubierto al bando demócrata, donde decir lo obvio, que Biden no está en condiciones de presentarse, era un tabú. Algunos comentaristas de ese bando empezaron a sacar columnas de opinión reiterando lo obvio, que se no debía haber llegado a ese debate, a ese desastre, y que Joe, que bastante ha hecho por ellos, ya debe retirarse. El goteo de opiniones de ese tipo empezó a ser creciente, y llegó un momento en el que, desde el aparato de la Casa Blanca y de las figuras relevantes del partido demócrata, se empezó a vender otro argumentario, el de la mala noche ocasional, el que lo que acabábamos de ver no era más que una anécdota, que no debía juzgarse los años de presidencia por unos malos momentos. En fin, una retahíla de consignas fabricadas por empleados cuyo sueldo depende de Biden y su equipo para tratar de cubrir el desastre de Biden y de su equipo. Lo de siempre, la hipoteca manda, pero esta vez el contraste entre lo que se pretendía vender y la realidad era tan obsceno que no ha colado como en otras ocasiones. La presión para que Biden se retire se mantiene, y ahora mismo hay una lucha entre los que, aterrados, ven que Biden es una derrota segura frente a Trump y el círculo del presidente, que hasta noviembre cobrará mucho y de manera segura, que tratan de mantener a su jefe en la carrera presidencial. Como en la fábula del traje nuevo del emperador, el debate ha mostrado la desnudez del actual presidente, su estado de relativa incapacidad, y ha dejado a las claras al electorado que, si ahora mismo no es seguro que sea él el que realmente gobierna el país, es una certeza que, de presentarse y ganar, no lo hará por no poder. El deterioro físico y cognitivo de Biden se va a ir acrecentando a cada mes que pase, es lo que tiene la edad, y en los albores de noviembre estará peor que ahora, no mejor. Si los demócratas quieren ganar las elecciones, que para eso se supone que trabajan, tienen que empezar a hacer cosas para no perderlas, y eso, que es tan obvio, pasa por la sustitución de un candidato ya incapacitado para el puesto y para la competición electoral. Parece simple, pero claro, no lo es, porque la caída de Biden antes de tiempo arrastrará, antes de tiempo, a muchos que viven gracias a que él está ahí.

En todas partes, criticar al poder establecido, decirle incluso la verdad, está vetado cuando esa verdad está reñida con la opinión del poder. En nuestras sociedades y tiempos, afortunadamente, esas discrepancias no se pagan con la vida, como sucedió en el pasado frecuentemente y aún hoy se estila en naciones dictatoriales, pero sí supone la pérdida de cargos, prestigio, privilegios, rentas, propiedades, contactos y todo eso que nos hace creernos ser algo más que apenas la nada que somos. Decir que el emperador está desnudo es algo que, en la fábula, sólo el niño osa, porque el niño no miente y nada tiene, por lo que nada el poder le puede arrebatar. Sólo su vida. En EEUU, aquí y en todas partes, el volumen de mentirosos que viven a cuenta de vender trajes inexistentes no deja de aumentar, pero la realidad suele ser tozuda.

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