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martes, julio 23, 2024

Kamala, candidata

Tras la multitud de apoyos cosechados desde numerosas partes del partido demócrata, no todas, pero sí las mayoritarias, Kamala Harris tiene prácticamente en su mano la nominación en la convención de agosto, al contar con suficientes delegados, que iban a votar a Biden, pero ya no pueden hacerlo. El que se hayan disparado las donaciones a su campaña es, sin embargo, el síntoma más evidente de será ella la que concurra a las elecciones de noviembre. Va a tener que pensar aceleradamente en cómo organizar una campaña electoral presidencial de urgencia y quién va a ser su acompañante en el ticket, su candidato a vicepresidente.

Diríase que el partido demócrata trata de hacer en un par de semanas lo que debiera haber estado trabajando desde hace años. Cuando Biden se presentó a la presidencia la figura de Kamala emergía como su relevo natural, y todo el mundo daba por sentado que el protagonismo de ella iba a ir creciendo a medida que la edad fuera incapacitando al presidente. Un mandato de transición, se dijo en aquel momento, para serenar el país tras los años de Trump y, sobre todo, tras lo vivido en el asalto al Capitolio del día de reyes de 2021. Pero no, las cosas no han sido así, Biden ha ejercido su cargo, en apariencia, mostrando la decadencia prevista, que ha sido negada por todos pese a que era evidente, y la figura de Kamala se ha desdibujado completamente a lo largo de este mandato. Queda la duda de si ha sido su propia incompetencia y lo que lo le ha dejado lo que ha convertido a la que se veía el relevo natural en un bluf de inconsistencia, pero lo cierto es que apenas ha tenido relevancia, no ha participado en actos de entidad, no ha hecho ningún discurso que se pueda destacar por nada en especial… ha estado medio desaparecida, y por lo poco que ha aparecido en los medios ha sido por dos asuntos negativos. Uno, esta irrelevancia que les comentaba, el otro, los frecuentes problemas denunciados por los empleados que trabajan a su cargo, que la han tachado de despótica y de imponer un esquema de trabajo basado en la coacción. No se ha llegado a denuncias de acoso laboral, pero sí de toxicidad. Eso ha impedido que contase con un equipo estable, sólido y conocido. Por ello, ya desde mitad de mandato, los analistas, aun los más conspicuos demócratas, la veían como una apuesta totalmente fallida y se enfrentaban a un horizonte en el que un Biden decrépito era una mejor alternativa que una Kamala fracasada. Esto es, lo que se dice, un menú para atragantarse. Los medios han ido construyendo la imagen de un Biden que era independiente de la edad y los achaques que todos veíamos en público, y esa farsa ha aguantado algo más de un año, hasta que se derrumbó en el debate electoral de junio, donde quedo clara la incapacidad del actual presidente para optar a la reelección. La renuncia expresa de Biden del domingo deja el camino despejado para que una candidata a la que nadie ha tomado en serio y no ha hecho nada para que eso se produzca sea la esperanza de los demócratas frente a un Trump crecido que llega con aires de venganza y que, a priori, sigue siendo favorito. Es probable que las encuestas muestren una cierta recuperación del voto demócrata, una vez que se ha frenado la sangría provocada por el enroque de Biden, pero la verdad es que el reto que tiene el partido y la candidata es enorme. A día de hoy sus posibilidades de éxito son escasas, por lo que cierto es que tiene un margen amplio para mejorar y lograr una sorpresa en noviembre, pero también es verdad que va a tener que cambiar mucho para que sea tomada en serio por el establishment de su partido, por el de los analistas y, sobre todo, por los votantes, que no han visto nada en ella durante cuatro largos años. Frente a una Hillary Clinton, poseedora de un enorme perfil político, Kamala Harris no llega ni al nivel de becaria. Cierto es que suscita menos odios que aquella, pero tampoco levanta pasión alguna.

Ante nosotros se presenta una elección trascendental en la que lo peor que puede pasar es que Trump gane, por lo que una victoria demócrata sería el menor de los males. Pero eso no sirve de excusa para ocultar que, en caso de victoria, y más allá del hecho histórico de que Kamala sería la primera mujer presidenta de EEUU, su perfil es tan bajo que da miedo pensar lo que sería su administración en un contexto global de hostilidades crecientes por parte de autocracias como la rusa o la china, que actúan coordinadamente. EEUU sigue siendo el país necesario para sostener el orden en el que vivimos. Trump se lo cargaría, ¿está capacitada Kamala para mantenerlo?

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