Escuchar ayer a Sánchez hablando de la regeneración democrática o de la transparencia en los medios era como asistir a un festival del humor en el que el monologuista no deja de hacer referencia a cosas que es sabido que detesta y declara amar con todo su corazón. No está diseñado el Congreso para que acuda público en masa, afortunadamente, pero a buen seguro el presidente hubiera cosechado aplausos de los asistentes agradeciendo las risas que les hubiera causado su monólogo. Qué genio del humor, que maestro de la ironía el que nos gobierna, que finura de análisis y que estilo a la hora de hilar las guasas.
Supongo que, cuando Sánchez aludía a que no se puede consentir que las editoriales de ciertos medios se dicten desde los centros directivos de los partidos políticos estaba pensando en el tratamiento de las noticias que hace una TVE en la que la principal directiva es afiliada reconocida del PSOE y que ejerce como tal, o en los artículos de opinión, con o sin firma, de El País, convertido de un tiempo a esta parte en el BOE, pero sin fe de erratas. O en los diferentes canales autonómicos, donde el nivel de propaganda que se despliega a favor del gobierno regional de turno alcanza unos niveles de toxicidad capaces de dejarle a uno sin respiración. No, no, a lo que se refería Sánchez es a los medios que no hacen o dicen lo que él quiere que hagan o digan. En esto Sánchez no se diferencia demasiado de todo gobernante, que aspira a que los medios estén a su servicio, porque se cree en el derecho de imponerlo. La verdad es que debe ser justo lo contrario. El medio que se casa con el poder, por interés o convicción, acaba siendo utilizado por el poder, y convertido en herramienta de propaganda, y deja de ser un medio de comunicación. Cuanto más pequeña es la escala territorial en la que actúa y mayor el grado de dependencia económica más obscena es la situación, y como antes les señalaba, el caso de las televisiones autonómicas en nuestro país no es sino una auténtica vergüenza, un espacio en el que PSOE, PP, PNV o los sediciosos catalanes actúan con impunidad absoluta en el terruño en el que mandan. Es imposible ver el informativo de una televisión autonómica más de cinco minutos y no caer en el más absoluto sonrojo. Cuando Sánchez habla de la transparencia en la financiación pública a los medios, bienvenida sea, ¿se refiere a que va a cortar el derroche de dinero público que esas televisiones suponen? ¿Va a obligar a gobiernos autonómicos y nacionales a dar dinero a medios que no les son afines, y dejar de ayudar sólo a los que les hacen la rosca? El fondo de cien millones que anunció ayer, sufragado mediante los impuestos de todos, ¿va a ser la manera de comprar el silencio o, directamente, el aplauso de aquellos que lo reciban? Sánchez quiere unos medios que le hagan la rosca, que le digan todo el día que él es el mejor y el más guapo, y quien así se comporte sabe que tiene contrato laboral asegurado, ingresos y acceso a foros en los que la cercanía al poder le permite ostentar y creerse que es algo más que la nada que representa. Ya lo dijo Alfonso Guerra en los tiempos pasados, cuando ejercía el poder como pocos, al hablar de la diferencia entre la opinión pública y la publicada. Guerra consideraba que la primera era lo que él quisiera y la segunda, que no le era dócil, la que había que someter a sus designios. Los tiempos actuales, en los que la fragmentación, el desarrollo tecnológico y la muerte en parte del negocio han jibarizado a las empresas de medios de comunicación hasta valer menos que cualquier negocio online han hecho que el poder pueda condicionarlas más. Grupos como PRISA, editora de El País, Vocento, dueño de gran parte de los periódicos regionales y ABC, Godó, de La Vanguardaia, o los italianos de Rizzoli, dueños de El Mundo, son empresas que presentan unas cuentas próximas a la quiebra, con deudas enormes, márgenes escasos, ingresos menguantes y modelos de negocio que sobreviven a duras penas. El caramelito de los cien millones a cambio de la subordinación al poder es algo que, si puede resultar tentador para estas cabeceras, puede ser la única vía de supervivencia para otras que aún están en peor situación financiera. Nuestro inútil gobierno lo sabe, y en ello está. No en la regeneración, no, sino en la compra de voluntades mediáticas.
Me reitero, me da igual la ideología. Si un medio alaba mucho a un gobierno, no le hagan caso, está devolviendo préstamos o tratando de conseguirlos. En el espectro mediático tienen ustedes todo tipo de cabeceras y marcas, escoradas ideológicamente hacia todas las esquinas posibles, muchas de ellas son auténticas vergüenzas para su profesión, otras, antaño grandes, se hunden poco a poco en la irrelevancia. En general, los medios viven presa de su propia crisis en un entorno hostil, y el desgobierno quiere pescar ahí (y de paso que no se hable de Begoña) Vean lo que quieran, contrasten entre la propaganda y lo más próximo a la realidad, porque la verdad pura no existe en el mundo de la política. Y sobre todo, salvo que lo busquen, no se dejen engañar.
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