Pocas novedades en España, donde el desgobierno trata de amordazar a los medios que no le son favorables (desconfíen del medio que alabe al gobierno, sea cual sea el medio y el gobierno) y se las arregla para amnistiar a delincuentes o alterar sentencias para que condenados sean absueltos, en otra muestra de cómo, al menos en nuestro país, ser amigo del poder está recompensado, y para no pocos merece la vida traicionar todo lo que se pueda a cambio de cargos, prebendas, dinero extra, posición social y chulería subvencionada. Del mérito y la capacidad, obviamente, nada de nada. Por eso los mediocres lo desprecian, no lo necesitan.
Más interesante es lo que ha hecho Trumo escogiendo a su candidato a vicepresidente. Como su fuera una ronda eliminatoria del reálity que presentó en televisión, “El aprendiz” Trump fue el lunes por la noche, horario europeo, llamando a todos los que sonaban como candidatos para ocupar ese puesto, y los fue despidiendo uno a uno, frustrando los ejercicios de peloteo que no pocos de ellos habían realizado de una manera tan descarada como falsa durante los últimos meses (sí, lo de la mediocridad a la sombra del poder es humano, no se da sólo en nuestro país). Marco Rubio, Tim Scott, Ted Cruz, y otros nombres iban cayendo como fichas descartadas, y al final el elegido fue el senador por Ohio JD Vance, un personaje de lo más interesante, que puede dar mucho juego y que tiene bastante peligro si un pequeño porcentaje de las cosas que afirma se las cree y las lleva a la práctica. Vance, de treinta y nueve años, está muy alejado de la gerontocracia que representan Biden o Trump, y se le ha visto, tras este nombramiento, como el heredero de la corriente trumpista, el sucesor de un Trump que, a sus setenta y nueve años, tiene un problema de edad que no va a poder eludir. Vance tiene una biografía complicada, de esas de hombre hecho a sí mismo que tanto se lleva en EEUU y, de manera pacata, se desprecia aquí. Proveniente de una familia humilde, bastante desestructurada, muy lejos de las rentas altas, consiguió graduarse en derecho por Yale y ha estado alistado en los marines durante un tiempo. Logró salir de una zona desfavorecida y ha escalado a lo más alto de la política nacional, con una de esas historias que son atractivas para el votante medio y que, en los decisivos y divididos estados del medio oeste, puede ser fundamental para decantarlos hacia el trumpismo. Sobre todo, y por encima de todo, Vance es un converso. Alcanzó fama y notoriedad cuando publicó su biografía, Hillbilly, que se vendió mucho. El término que da título al libro es un mote despectivo dirigido a esos paletos del medio oeste, blancos, que fueron prósperos en el pasado y que ahora conviven con negocios quebrados y paisajes en los que las ruinas de lo que antaño fueron grandes fábricas dominan parte del horizonte. En ese texto de superación personal, que no he llegado a leer, explica por qué esas regiones son grandes caladeros de votos de Trump, y se muestra, ojo, radicalmente en contra del magnate. Lo tacha de populista, falso, peligro para la democracia y otro tipo de lindezas similares, con las que estoy plenamente de acuerdo, y que los demócratas han rescatado a toda velocidad para usarlas contra él nada más conocerse que resultó ser el elegido. Pero Vance, al igual que San Pablo, ha tenido su propia caída en el camino a Damasco, quien sabe si en forma de fiestorro en la residencia Trump de Florida, y desde hace un tiempo no sólo es uno de los más firmes defensores de Trump, sino que en ciertos aspectos le adelanta en la dureza con la que expone sus ideas. No esperen que, por tener la mitad de edad, Vance sea más dulce que Trump, ni mucho menos. Representa todas las esencias populistas y desquiciadas que enarbola el expresidente, desde la fe de ese converso que se ve obligado a exponerlas con la mayor de las vehemencias posibles para así curar el pecado de un pasado en el que no fue fiel a la palabra revelada. Vance es un extremista, fiel escudero del jefe.
El papel de vicepresidente en EEUU es anecdótico. Preside el senado donde, en caso de empate, cien escaños, posee un voto de calidad para determinar el resultado de la votación, y su principal cometido es estar ahí por si al presidente le pasa algo y tiene que ocupar su puesto, temporal o permanentemente. En su pasada presidencia, Trump escogió a Mike Pence (rima con Vance, ahora que me fijo) un tipo gris, evangélico profundo, que le servía para arrastrar el voto de esos fieles a la saca trumpista. Pence ahora abjura del Trump, en un proceso de descreimiento inverso al vivido por Vance. A expensas del discurso en la convención, Trump escoge un perfil duro y combativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario