El magnicidio en EEUU no es una tradición, pero no son raros los casos en los que se ha dado. En un país lleno de armas y en el que la violencia suele ser una vía recurrente para saldar cuentas los casos de atentados contra presidentes y otros cargos son numerosos. El de Kennedy marcó gran parte de la segunda mitad del siglo XX y se ha convertido, por derecho propio, en parte de la mitología del país, y más allá. Entre los frustraos recientes, destaca el que sufrió Reagan ya como presidente en 1981, al que sobrevivió tras varios días ingresado en el hospital para recuperarse de las heridas sufridas.
Este sábado por la tarde en Pensilvania, primeras horas del domingo en España, Trump volvió a nacer. Un Chaval de veinte años apuntó desde algo más de cien metros de distancia y le rozó la oreja en pleno mitin electoral, cuando el magnate se dirigía a sus fieles desde el estrado. Un gesto espontáneo de girar la cabeza, de moverse en el momento dado, es lo que le ha salvado la vida, la diferencia entre que la bala le haya rozado o impactase directamente en su cabeza, matándolo. La escena posterior es muy rápida, con el servicio de seguridad abalanzándose sobre la figura del presidente, herido, que gotea sangre de su lóbulo, pero consciente en todo momento. En paralelo, tiradores apostados en las proximidades del mitin localizan al atacante y lo abaten antes de que pueda volver a actuar. El disparo que hiere a Trump apenas se ve alterado por el roce con su cuerpo y sigue en trayectoria libre, y acaba matando a un seguidor republicando que asistía al acto político, y causando heridas de gravedad a un par de personas más. El balance incluye, por tanto, dos fallecidos, uno de ellos el atacante. Trum se incorpora rodeado del equipo de seguridad y logra arengar a los suyos, en medio del tumulto y la cara con chorretones de sangre, en una escena que la fotografía de un fotoperiodista que estaba siguiendo el acto logra captar y elevar a los anales del género. La confusión en el entorno del mitin se reduce cuando Trump aparee vivo, pero el acto, obviamente, se acaba, y empieza el miedo en el conjunto del país por lo que acaba de pasar y las consecuencias que puede tener. Las reacciones de condena empiezan a darse de manera progresiva en todos los estamentos de la política de EEUU y, a lo largo de la mañana del domingo, en una Europa que despierta amodorrada y que se pega de bruces contra la realidad de un atentado frustrado que ha estado a punto de acabar con la vida del que ahora mismo es el favorito para la elección de noviembre. A lo largo del domingo Trump emite un comunicado en sus redes sociales y se ven imágenes suyas en las que se demuestra que está bien, más allá de tener un enorme susto en el cuerpo. Las heridas eran sangrantes pero superficiales, y ese centímetro de distancia, o menos, que separa el lóbulo del cráneo, ha sido la distancia real entre seguir vivo o morir ante todo el mundo. Los llamamientos a la calma se suceden desde algunos de los mandatarios de ambos partidos y el temor a que el atentado genere una espiral de violencia y tensión está presente en todo momento. En paralelo, los analistas empiezan a hacer elucubraciones sobre el impacto del atentado en la campaña y los efectos que en los votantes puede tener un acto así. La opinión general es que si antes del ataque Trump llevaba ventaja esta ahora se ha ampliado, y que su campaña, que ha sobrevivido, se verá reforzada por el sentimiento que toda víctima genera en torno a sí. Los demócratas, inmersos por completo en la disputa sobre si Biden debe retirarse o no, observan atónitos lo sucedido y dan por sentado que no les beneficiara, pero al menos quita el foco sobre el marasmo en el que viven, lo que les reduce un poco la presión que soportan desde hace meses, exacerbada desde el desastre de debate de hace un par de semanas.
La violencia política no es política, es violencia. El atentado frustrado es lo peor que puede suceder en una campaña electoral, siendo lo peor el que el atentado logre su objetivo y acaba con la vida del objeto de ataque. La condena ante lo sucedido debe ser unánime, absoluta, radical. Atentar contra un candidato electoral es hacerlo contra la democracia y la nación que debe escoger a sus representantes. Nada, nunca, justifica la violencia política, y eso hay que decirlo desde España, donde ETA ha asesinado a mansalva en campaña y fuera de ella, y no pocos han justificado, aún lo hacen, los crímenes cometidos. Trump es una víctima de terrorismo, político, interno. Lo que pasó el sábado es de una gravedad enorme.
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