La semana pasada, en Chicago, el partido demócrata celebró su convención para entronizar al candidato a la presidencia, un acto muy visual diseñado para que toda la nación conozca al que va a ser la opción de cada partido a las presidenciales (los republicanos hacen lo mismo) y a la figura de su escogido como vicepresidente. En este caso los demócratas afrontaban una convención extraña tras la renuncia forzada de Biden y la proclamación acelerada de Kamala Harris como su candidata, y la elección de Tim Waltz, el desconocido gobernador de Minnesota, como su ticket de cara a las presidenciales de noviembre.
Vaya por delante que mi opinión sobre Harris es mala, ha sido una nefasta vicepresidenta y un bluf absoluto desde que fue seleccionada para ese cargo hace cuatro años. Lo que sucede es que en la elección de dentro de dos meses y poco se enfrenta una mala candidata, ella, a un peligro peor, Trump, por lo que lo más sensato es escoger el mal menor y, en caso de tener que votar en las elecciones de allí, lo haría, con la pinza puesta en la nariz, a la candidatura demócrata. Cuando en 2020 fue seleccionada como ticket de Biden la elección de Kamala se vio como un revulsivo, por su origen, trayectoria y edad. El compromiso que los demócratas presentaban era el de alguien muy mayor con experiencia y una nueva imagen del partido que se iría curtiendo en los años de mandato de Biden, con la idea de que fuera su relevo natural. Al poco de que Joe ganara la elección y se superase el golpe asalto del Capitolio, y empezase realmente su mandato, se empezó a difuminar la imagen de Harris y a verse como el vacío que ha sido durante estos años. Se le encargaron algunas tareas de importancia, como por ejemplo todo lo relacionado con la frontera y la crisis migratoria, pero no llegó a solucionar problema alguno ni a ser noticia por sus logros. De hecho, lo único que salía en prensa sobre ella era la renuncia constante de personal de su oficina, entre rumores de malos modos, formas bruscas, talante dictatorial y cosas por el estilo. Pasadas las elecciones de mitad de mandato de 2022 Kamala era como una especie de fantasma, existía pero nadie sabía nada de ella, y Biden tenía cada vez más claro que quería presentarse a la reelección, aunque sus lapsus y fallos iban a más y la imagen que empezaba a mostrar era realmente lamentable. Los estrategas demócratas, asustados, empezaron por negar la mayor, la cada vez más obvia incapacidad de Biden, y centrarse en él como la alternativa al desastre que supondría la vuelta de Trump, y en todos los planes había una ausencia, la de Kamala, que se supondría seguiría siendo candidata a vicepresidenta pero que no se esperaba que hiciera nada de nada en la campaña electoral. El catastrófico debate de Biden de junio dejó claro que no era posible que repitiera como candidato, y supuso el derrumbe del trampantojo demócrata organizado en torno a su figura. La revuelta de varios de los mandamases demócratas forzó a Biden a la renuncia, sin que estuviera nada claro quién podría asumir su papel de candidato a pocos meses de las elecciones. Kamala surgió como alternativa obvia pero durante unas horas, tras el comunicado de Biden en el que renunciaba de manera expresa a presentarse, el vacío en el partido fue total. A partir de ahí se sucedieron los apoyos a la nueva candidata, aunque resultó llamativo el retraso con el que los Obama respaldaron a la nueva figura. Harris, al cabo de una semana, era la candidata indiscutible y no se iba a producir un proceso de primarias nuevo ni nada parecido. Con el plazo tan corto que quedaba para la votación los demócratas estaban forzados a hacer un ejercicio de unidad absoluto, fanático, religioso, en torno a su nueva candidata, aunque fuera un movimiento forzado y con dudas internas, y la convención de Chicago ha sido el último de los actos litúrgicos organizados, y el más importante, para encumbrar a Kamala y Woltz en el papel de nuevos apóstoles de la progresía global. Su misión, complicada, sigue siendo la de derrotar a Trump, que ya insulta a Kamala día y noche como la rival real que es.
Las encuestas, que eran muy prometedoras para Trump, muestran ahora un escenario indeciso, donde Harris ha remontado notablemente, subida a la ola de popularidad tanto de la convención como del ejercicio de unidad demócrata suscitado en torno a ella. Sin embargo, poco ha hablado la candidata de su programa, de sus ideas, de lo que quiere hacer, más allá de ser un muro de contención del trumpismo. La nada que supusieron sus pasados años en la vicepresidencia puede volver a aflorar y dejar a Kamala en poco más que lo que es ahora mismo, un interesante experimento de marketing. La elección de noviembre está reñida, y la calidad de los adversarios es ínfima. Así están las cosas a poco más de dos meses.
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