Este domingo noche, hora española, se conoció la detención de un hombre apostado en las afueras del club de golf de Donald Trump en Florida. Esa noticia iba acompañada de la decisión del servicio secreto de proteger al expresidente y la sensación, confusa en un principio, de estar ante otro altercado serio en el entorno de la seguridad del candidato presidencial. Después del atentado que casi lo mata en julio cualquier precaución es poca, y el miedo a un incidente similar se disparó. Dos días después sabemos que la situación de seguridad no era tan grave como en Pensilvania en verano, pero sí que era otro intento de magnicidio, afortunadamente frustrado.
Al detenido se le incautó un fusil automático, mira telescópica, bolsas con munición y una cámara con la que, probablemente, pensaba grabar su fechoría y lucirse como un héroe. No llegó a disparar, pero con el arma que llevaba la distancia de algunos centenares de metros que le separaba de su objetivo era algo fácilmente superable. El sujeto es un viejo conocido de la policía, con antecedentes múltiples y que ya hace bastantes años protagonizó un encierro con armas en el que la intervención de las fuerzas de seguridad fue necesaria. Muy involucrado en todo lo que pasa en Ucrania, parece que quiso enrolarse como voluntario en esa guerra a favor de Kiev, pero no se sabe si llegó a lograrlo y si, de hacerlo, participó en combates. Está detenido e ileso, por lo que, frente a lo que sucedió con el abatido tirador de julio, este sí va a poder ser interrogado y sabremos, se supone, las causas que le han llevado a tratar de cometer ese asesinato, y si ha contado con algún tipo de colaboración o ayuda. Una vez sofocada la emergencia, y a expensas de lo que se vaya sabiendo de las motivaciones del personaje, vuelve a la palestra el papel de los servicios secretos de seguridad, que esta vez han abortado un nuevo intento de ataque antes de que se produzca, pero que siguen en entredicho tras el clamoroso fallo de Pensilvania y, sobre todo, ofrecen una imagen de escasa seguridad en el entorno del expresidente y candidato Trump. Dos intentos de asesinato en dos meses no es ninguna tontería, y a dos meses escasos de las elecciones la tensión no deja de subir, y es probable que, visto lo visto, alguno más quiera probar suerte para ver si él lo logra y pasa a la historia. Trump, que ha pasado una mala semana electoral tras el debate en el que perdió (sin admitirlo) y los bulos sobre los perros y gatos, ha visto como una nueva oportunidad este ataque fallido, y desde su red social no ha dejado de gritar en defensa de sí mismo, de los suyos, de su campaña, de que no dejará de intentarlo, que se mantiene fuerte, y que, lo más importante y grave, todos estos ataques se deben al clima sembrado por Biden y Harris. Es evidente que el nivel de violencia política que está mostrando esta campaña norteamericana es anómalo, grave y muy peligroso. Si se considera como normal que cualquier concentración política, en este caso de Trump, pueda ser objeto de un atentado, nos estamos deslizando por una pendiente peligrosa que puede restar valor al resultado electoral. ¿Qué ocurriría si, perdiendo las elecciones, Trump no lo admite y cree que estamos ante un atentado de otro tipo? ¿Hasta qué punto sus fieles serían capaces de responder con violencia ante una llamada de su líder? Hay ciertas preguntas que casi es mejor no hacerse, pero la verdad, el desarrollo de esta contienda electoral muestra tintes muy preocupantes sobre la salud no ya del sistema electoral norteamericano, sino sobre la propia cohesión de su sociedad. Estos atentados pueden acabar consolidando la idea de que el poder no se conquista con los votos, sino con la violencia, y pueden ser la excusa para acciones muy graves. Y Trump no necesita muchas excusas para subvertir el poder establecido, las convicciones sociales y la seguridad pública.
Tenemos en mente el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, unas imágenes horrendas en las que el legislativo de aquel país es invadido por una turba golpista alentada desde la Casa blanca por quien iba camino de ser expresidente. No se lo que va a pasar de aquí al 5 de noviembre, ni quién será presidente electo el 6. A día de hoy kamala tiene algo más de probabilidad de ganar, pero está todo muy muy reñido, pero lo que suceda a partir de entonces puede ser tan delicado como inimaginable. La violencia jamás es un argumento válido en política, ni aquí ni allí ni en ninguna parte. Eso, que EEUU lo ha tenido claro durante siglos, puede empezar a debilitarse.
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