Este fin de semana y lunes han sido días importantes para la carrera espacial, tanto en lo que hace a la investigación avanzada como para el desarrollo de proyectos y, por qué no decirlo, ilusiones. El lunes despegaba, en un Falcon Heavy, la misión Europa Clipper, una enorme sonda que va a explorar esa luna de Júpiter. Tardará varios años en llegar allí, con varias asistencias gravitatorias de por medio, y su objetivo es analizar todo lo que pueda de ese satélite, acercándose mucho, buscando trazas de vida o restos de actividad orgánica en uno de los mundos más interesantes que tenemos en nuestras proximidades.
Pero lo que más revuelo mediático ha conseguido, y de manera justificada, es el último lanzamiento de la nave StarShip de la empresa SpaceX, del multimillonario Elon Musk. Ese enorme cohete está formado por dos partes, un lanzador que mide algo más de sesenta metros de altura, impulsado por treinta y dos motores raptor, y una nave adosada en parte superior, denominada así mismo StarShip (sí, todo el mundo se lía con el hecho de que la nave y el conjunto se llamen igual) de unos cincuenta metros de altura, que sería lo que se pondría en órbita de todo el conjunto, una vez que la primera fase la eleve hasta el punto en el que los motores de la nave le permitan alcanzar la posición deseada. En la prueba del domingo el objetivo era doble, colocar la nave en posición suborbital, ligeramente por encima de los doscientos kilómetros de altura, testando su comportamiento y la vuelta a la tierra, donde se preveía su amerizaje, destructivo o no (finalmente sí reventó una vez llegada al agua). El otro objetivo era el de recuperar la primera fase, el lanzador. SpaceX ha logrado, con los Falcon, convertir en rutina la asombrosa imagen de ver cómo la fase de lanzamiento de los cohetes no se destruye, sino que vuelve a la tierra, logra posarse en vertical en el punto deseado y, tras unas revisiones, puede volver a utilizarse, convirtiéndose así en una pieza de uso constante, lo que abarata de una manera tremenda los costes de cada lanzamiento. Antes la carga útil, el satélite o nave tripulada, que está en lo más alto del cohete y es lo más pequeño, era lo único que sobrevivía, quedando destruido todo lo demás. Era como si una furgoneta de reparto se volatilizara cada vez que un paquete llega a su destino, ruinoso. Las dimensiones del proyecto StarShip son gigantescas, porque es capaz de sitúa, agárrense, ciento cincuenta toneladas en órbita, algo apenas visto, pero su rentabilidad se basa en la recuperación, del propulsor, como en los Falcon. La idea de los ingenieros de la empresa es que esa primera fase retornara a la torre de lanzamiento y que quedase atrapada entre los brazos móviles de la inmensa construcción que Musk ha desarrollado en su base de Bocachica, en la frontera costera de Texas y Méjico. El del domingo era el primer intento real de recuperar un aparto de tales dimensiones, y desde la empresa y los expertos se señalaba que las probabilidades eran bajas, así que todos los que veíamos los acontecimientos en directo teníamos mucha ilusión, pero, también, temor a que sucediera algo. El contemplar como el propulsor bajaba a miles de kilómetros por hora era inquietante, pero algunos de los motores se rearrancaron cuando estaba previsto y la telemetría mostraba un intenso frenazo en la caída a medida que se aproximaba al complejo. A pocos cientos de metros de su destino la velocidad de caída se derrumbaba y, con una oscilación peligrosa pero no extrema, el propulsor se iba acercando a la torre con determinación. En pocos segundos la alcanzó, extendió unas aletas superiores, los brazos de la torre se cerraron y el enorme cilindro, de más de sesenta metros de largo, quedó colgado de las agarraderas situadas en lo más alto de la torre de lanzamiento. Los motores se apagaron y la euforia se desató en todo el mundo.
El domingo SpaceX prácticamente jubiló los sistemas de lanzamiento masivo que existen en el mundo, tanto los de la NASA como los de las agencias rusas y chinas, y mostró que está mucho más allá de todos ellos, tanto en precisión como, sobre todo, en rentabilidad. La posibilidad de que se puedan subir enormes cargas y grandes tripulaciones a la órbita con la frecuencia y coste a la que ahora mismo SpaceX realiza lanzamientos de satélites abre la puerta a posibles misiones en las que las estaciones espaciales orbitales lunares tipo Gateway o mismamente en la superficie de nuestro satélite, no son una quimera, sino algo técnica, y reitero, económicamente, viable. El domingo SpaceX revolucionó la carrera espacial.
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