Pues entre la mala y el peor, ha ganado el peor.
Lo más curioso de esta noche electoral, que llevo siguiendo desde poco antes de las cuatro de la mañana, es lo poco disputada que ha sido. Frente al escenario de un resultado incierto, disputado, en el que puñados de votos decidirían el saldo final, y se podría llegar a un proceso de impugnaciones diletantes y peligrosas, todo ha transcurrido con la normalidad que otorga una ventaja clara. En todos los estados donde se preveía que cada candidato ganase, lo ha hecho o está a punto de hacer, y en el resto, en los “swing”, los oscilantes, el balance es trumpista por goleada.
Trump, a la espera de que se haga oficial, ha ganado las elecciones con más margen del que se esperaba según los sondeos, y ha conseguido que la gran parte de esos estados bisagra se decante por su propuesta, en algunos casos con una escasa diferencia de dos o tres puntos porcentuales, en otros por décimas, pero, en general, con resultados claros e incontestables. Más allá de que pueda alcanzar un registro en el colegio electoral mucho mayor que los 270 necesarios, pudiendo llegar a los 300 si las cifras actuales se consolidan, puede conseguir la victoria en voto popular, que a veces no se da de manera concordante. Las cosas, por tanto, están bastante claras. El resultado ofrece pocas dudas y en breve se podrá analizar en detalle cuáles son los estratos de votos que han decantado el resultado, cómo se han comportado muchas de las minorías a las que, se presupone, se asignan votos determinantes para alcanzar el resultado, la distinción de lo escogido entre las zonas rurales y las ciudades, entre el voto de los que tienen muchos estudios y los que no, entre niveles de renta y otras muchas posibilidades, pero lo cierto es que Trump han ganado y Harris, los demócratas, han perdido. No he incorporado en la frase anterior el concepto de “los republicanos” porque la verdad es que el antiguo partido con ese nombre se ha convertido en un movimiento dominado por Trump, a su servicio, dejando las esencias de lo que antaño fue el llamado GOP (Great Old Party, grande y viejo partido) reducidas a su mínima expresión. La maquinaria ideológica, o más bien emocional, que Trump ha logrado crear en torno a sí mismo ha conquistado las estructuras del partido y lo ha convertido en una mera carcasa. Por ello, el republicanismo no ha ganado, lo ha hecho el trumpismo. El magnate vuelve a la Casa Blanca en una segunda edición de su gobierno a lomos de una victoria electoral de las de primera categoría y deja a los demócratas heridos, tras una presidencia de Biden que no ha servido para consolidar su discurso. El cambio de candidato a tres meses de las elecciones no ha servido para remontar un escenario que era de derrota. Durante un tiempo la nominación de Harris pareció levantar las expectativas de voto, girar las encuestas, y dar una ventana de oportunidad a los demócratas, pero se ve que sólo era un espejismo. La derrota siempre es cruel y dolorosa, y más cuando las expectativas creadas eran altas. Harris, una mala candidata, que ha sido muy criticada a lo largo de su papel como vicepresidenta de Biden, probablemente ha terminado su carrera política de una manera amarga, cosechando para las mujeres la segunda derrota, a manos del mismo candidato, Trump, tras la decepción de Hillary Clinton. Ahora mismo el partido estará en shock, y es de esperar que en los próximos días se enfrente a la cruel realidad de la pérdida del poder en toda su extensión. El Senado ha caído también para los republicanos y la Cámara de Representantes está en trance de seguir siendo controlada por ellos, por lo que el poder de la Casa Blanca será enorme. Las pocas posibilidades para los demócratas se centrarán en los estados en los que mantengan los cargos de gobernador, y ahora mismo no se me ocurre mucho más. La reflexión que se impone en el partido sobre la gestión de Biden y, sobre todo, a mi modo de ver, la segmentación que han generado en su electorado alentando las diferencias de género y otras cuestiones, es algo que van a tener que replantearse mucho. La inflación que han sufrido las clases medias también les ha penalizado, y no lo han sabido ver.
Así, deprisa y corriendo, uno de los primeros lugares en los que se va a notar el resultado electoral va a ser en el frente de Ucrania. Esta noche habrá sido de fiesta en el Kremlin, donde una victoria de Harris hubiera supuesto el mantenimiento del estatus quo, al menos en lo que hace a la ayuda militar a Kiev. Es probable que Trump abandone por completo a Zelensky y, siendo mucho más próximo a Putin, al que en el fondo admira, contribuya a asfixiar el esfuerzo bélico de Ucrania. La UE no está preparada para suplir a EEUU en ese papel (ni para nada de lo que viene de ahora en adelante) y es probable que el signo de la guerra empiece a decantarse claramente a favor de Rusia, y que una rendición ucraniana esté más cerca en el horizonte. Mierda.
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