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martes, diciembre 16, 2025

Enajenación

La historia demuestra que el poder es como el alcohol, algo que apenas deja inmune a quien lo prueba. La borrachera de poder se traduce, entre otras cosas, en una egolatría desatada que hace que el gobernante pierda poco a poco el contacto con la realidad y se crea un mundo fabricado en su mente, un mundo que puede ser relativamente real en su entorno, donde quienes habitan dependen de él para seguir y no hacen otra cosa que adularle para mantener en pie sus privilegios sociales o económicos. Siempre llega el momento en el que ese castillo imaginario se derrumba, a veces de manera suave, no pocas con estrépito y furia.

La comparecencia de Sánchez de ayer, adelantada con respecto a lo habitual para, muy probablemente, librarse de dar explicaciones sobre el resultado del PSOE en las elecciones extremeñas de este próximo domingo, fue un ejercicio perfecto de esa irrealidad en la que vive el gobernante encastillado en su fortaleza, ajeno a lo que pasa fuera. La mayor parte de los presentes en el acto cobran un excelente sueldo mensual por loar a quien estaba subido en la tribuna, y casi lo mismo se puede decir de no pocos de los que acudieron al evento en calidad de lo que antes se llamaba periodista. Un discurso el del presidente evasivo, en el que empleo varias veces esa nueva fórmula, inventada por el departamento de comunicación y propaganda de Moncloa, que consiste en decir que se asumen responsabilidades por las cosas que pasan, pero no se hace absolutamente nada. Un nuevo juego de prestidigitación basado en palabras huecas, falsas, que no dicen nada. A la catarata de escándalos, tanto de corrupción económica y política como de encubrimiento de acosos sexuales, la respuesta del líder consiste en decir que nada es culpa suya, que si ha habido fallos otros serán los responsables, y que, en todo caso, fuera de la organización que el preside con autoridad extrema, las cosas son mucho peores. Nulos ceses, nada de dimisiones, todo es maravilloso y cada elección futura se convertirá en el abrumador respaldo de la sociedad española al mejor dirigente que en su historia ha habido, él mismo, por si tenían alguna duda. Fuera de ese recinto, de ese grupo de personas subvencionadas que contemplan con pánico la posibilidad de que se les acabe el chollo del que viven, y que su tren de vida descarrile al estilo de las Cercanías de RENFE que ya nunca pisan, el país vive ajeno a las palabras de un mandatario que ha resultado ser, para muchos, uno de los mayores fraudes de la historia moderna. Un excelente vendedor, genio del marketing, que subido a la ola de escándalos y fracasos de un PP noqueado, consiguió montar un discurso que aunó muchas voluntades en la idea de una regeneración, modernidad y cambio de estilo, que se han demostrado la pantalla perfecta para que la corrupción se mantenga en muchas de las instituciones y procedimientos administrativos del país, sin sonrojo alguno. Sánchez ha sido una maestro en eso que ahora se llama el uso de la realidad alternativa, convertir en verdad, a fuerza de machaqueo mediático, lo que para él, en cada momento, conviene que sea la verdad. Lo que era inconstitucional e imposible el martes por supuesto que es plenamente legal el miércoles, y así todo el día, de fracaso en fracaso, manteniendo el puesto de la presidencia del gobierno a pesar de las derrotas electorales y del incumplimiento de unos compromisos que han mostrado el nulo valor de su palabra. Sánchez ha inaugurado una nueva manera de hacer política en España que es nefasta, y que tras su marcha, me temo, otros emplearan, porque si el objetivo es permanecer en el cargo, es evidente que le ha funcionado durante no pocos años. Abrir esta espita en el paisaje político nacional, la de la destrucción absoluta de la verdad por mera conveniencia personal, es un peligro. Será una de las peores herencias que nos deje.

Curiosamente, aunque dicen mantener posiciones ideológicas muy distintas, en esto Sánchez y Trump son muy similares. Ambos tienen un problema de egolatría absoluta, de narcisismo desatado, de necesidad de ser los únicos a los que el resto del mundo deba prestar sus ojos, y para ello no dudan en mentir, manipular y usar todas las herramientas a su alcance para corromper la legalidad en su propio beneficio. Su personalidad es lo único que les domina, carecen de empatía para el resto de sus semejantes, y son peligrosos para sus sociedades. Dado el poder que maneja, el peligro que supone Trump es, evidentemente, mucho mayor, pero nuestro sociópata particular al mando no es poca cosa, no.

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