En lo económico, y no sólo, probablemente el día más importante del año haya sido el 2 de abril. En esa jornada Trump organizó una ceremonia en el jardín de la rosaleda de la Casa Blanca, en lo que denominó el día de la liberación, para presentar ante un mundo asombrado unas tablas con los aranceles que les iba a imponer a cada país, para penalizar las exportaciones que EEUU realiza del resto del mundo. Esa acción grotesca generó una convulsión en los mercados, que les llevó a sus mínimos del año, y obligó a Trump a recular y a establecer negociaciones comerciales algo más serias, pero no mucho, para pulir esas tasas abusivas que pretendía cobrar.
Lo más relevante del acto en sí no fue el hecho económico puro, que también, sino la traición de EEUU al libre comercio, a la seguridad jurídica, al respeto a los acuerdos firmados y, sobre todo, a un mundo de reglas e instituciones económicas que permiten que la globalización en la que nos encontramos funcione y genere beneficios para todos. Las ideas autárquicas, proteccionistas, son un profundo error y surgen de un mundo arcaico en el que los bienes y servicios carecían de la inmensa complejidad con la que ahora se dota casi todo lo que tenemos en nuestras manos. Tras el golpe de Trump los tambores de recesión anunciada sonaron con fuerza en EEUU y otras economías, pero a lo largo del año esos augurios han sido desmentidos por unas economías globales que siguen creciendo, unos índices bursátiles que recuperaron sus caídas primaverales y llegan a final de año, en bastantes casos, en máximos históricos, y unos volúmenes de deuda pública global que, lejos de contenerse, crecen y crecen sin cesar en una espiral a la que nadie quiere ponerle freneo. En España la economía ha seguido creciendo por encima de lo que los analistas pronosticaban a principios del año, y lo ha hecho espoleada por alguna de las fuerzas que ya estuvieron presentes en ejercicios anteriores. El turismo sigue desbocado, aunque parece haber tocado techo, la entrada de población en el país, inmigración latinoamericana principalmente, se mantiene fuerte, y eso genera tirones en la demanda y un crecimiento de la economía, aunque sólo sea por la agregación de los factores. Hemos superado los 49 millones de habitantes. Los fondos europeos del plan de recuperación han seguido gastándose e inyectando fuelle a la inversión en gran número de empresas, aunque los datos a este respecto siguen siendo algo escasos para determinar el efecto global de este aluvión de recursos. A estas fuerzas de crecimiento ya no se le suma el sector exterior, que a lo largo del año ha ido alcanzado un saldo negativo, con importaciones crecientes y exportaciones contenidas. Lo de los aranceles y la demanda interna desatada explican parte de ese comportamiento, pero otra parte también viene de una pérdida de competitividad de nuestros productos por culpa de una subida de los precios mayor que en otras economías. La inflación no baja del 3% y eso se nota, sobre todo, al hacer la compra, donde muchos productos básicos se han encarecido bastante por encima de la media que supone el índice. La renta per cápita del país se mantiene casi estable, mostrando que las ganancias de productividad son muy escasas, y con rentas quietas las subidas de precios suponen detracción neta de capacidad adquisitiva y sensación de empobrecimiento. La economía nacional crece más que las economías de los nacionales. A esto se debe sumar el problema del acceso a la vivienda, que se ha agudizado a lo largo del año, dado que los precios no dejan de subir. Esto ya es un freno evidente no sólo para muchas cuestiones sociales y existenciales de la ciudadanía, sino simplemente para el desarrollo económico. Hay zonas en las que no se puede contratar gente porque nadie puede ir a ellas a trabajar al no tener dónde residir, y eso empieza a pasar no sólo en lugares turísticos en temporada, sino en grandes ciudades como Madrid o Barcelona. ¿Estamos llegando al techo del ciclo?
Con un Ibex en máximos históricos, por encima del 17.100, la pregunta que recorre a los analistas es si la economía global en 2026 se va a estrellar por la existencia de una burbuja en torno a la IA que puede reventar y llevarse las cotizaciones de las enormes empresas implicadas en esos desarrollos y dejar deudas impagadas de dimensiones monstruosas. Algunos de los implicados en el desarrollo de esa tecnología si muestran cuentas y gráficas propias de burbuja, pero otros no. Y ya saben, solo fue burbuja si reventó, no en caso contrario, por lo que habrá que ir viéndolo. El vaticinio para el 2026 es, a priori, positivo, pero con elevadas incertidumbres.
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