¿Cuántas veces ha ido usted al cine este año a ver una peli? Piénselo bien, no cuántas pelis ha visto, sino salas de cine que ha pisado. En esta muestra sesgada y nada significativa que es mi vida, les confieso que apenas una, con un amigo. He intentado ver otras dos o tres más, pero las ventanas de exhibición cortas, por las políticas de estreno de las plataformas, y lo imposible que se me hace entre semana ir a una sala por la tarde han hecho que mi presencia en los cines haya sido testimonial, ínfima. Apenas he contribuido a su negocio y, con unos cuantos como yo, la industria no es que tenga un serio problema, es que desaparece.
Viene esto a cuento de la noticia conocida ayer de que Youtube ha firmado un acuerdo para hacerse con los derechos de la gala de los Oscar, evento que la cadena de televisión ABC retransmite desde hace medio siglo, más o menos. Es todo un notición, porque independientemente del importe del contrato y de las modalidades de emisión que Youtube decida, si lo hará en abierto, será de pago o similar, el hecho supone todo un cambio en la industria audiovisual estadounidense, y un nuevo golpe profundo a la estructura televisiva convencional, a la de los canales lineales, cuya audiencia desciende suave pero constantemente, a costa del visionado en las plataformas, bien sean de producción de contenidos o de mera difusión de vídeos como redes sociales. También está ahora mismo en plena disputa la posesión del estudio Warner Bross, uno de los más importantes y míticos de Hollywood, por el que se están pegando, por un lado, Netflix, que oferta 83.000 millones de dólares por la empresas pero sin la división de televisión (eso deja fuera del acuerdo a Discovery y CNN, por ejemplo) y Paramount, que con el apoyo de contactos trumpistas ha elevado la puja algo por encima de los 100.000 millones por el paquete completo, cadenas de televisión incluidas. Que Netflix fuera la primera que hizo la puja vuelve a poner sobre la mesa el hecho de que, ya, son las plataformas de difusión de contenidos las que dominan el mercado, mientras que el clásico sistema de estudios de Los Ángeles decae, cuando no agoniza. La facturación de las películas no es ya, ni mucho menos, el mayor de los negocios en ese mundo. A veces hay excepciones, como fue el año pasado con Oppenheimer y Barbie, que lograron grandes taquillas, o este con alguna película de animación, pero, en general, los ingresos por exhibición de las cintas (que hace bastante que ya no son cintas) han ido menguando, tocaron fondo con la pandemia y no se han recuperado desde entonces hasta los niveles previos. Empieza a haber generaciones de personas para las que ir al cine ya no es un hábito de sus vidas, sino una rareza, algo incluso propio de mayores. El móvil y la pantalla de casa son los reyes del visionado, y los productos se elaboran para esos formatos y para formas de consumo en los que la demanda del consumidor sea la que determine cuándo y cómo se ve. Los atracones de capítulos, los maratones, ver la serie en el metro de camino al trabajo o de vuelta a casa… el consumo audiovisual se ha fragmentado en tiempo y forma, y en ese mundo la plataforma que distribuye el producto es la que es capaz de proporcionar a cada consumidor no sólo el producto que más le satisfaga, gracias al poderoso algoritmo, sino sobre todo cuándo y cómo le plazca, o directamente pueda. El ver una peli en un lugar físico determinado y a una hora dada del día empieza a ser algo muy restrictivo para mucha gente. Y eso puede acabar convirtiendo al negocio de los cines en una rareza, como la de la ópera, que sigue existiendo, sí, pero que no es relevante ni en lo económico ni en lo social.
Evidentemente todos estos movimientos también afectan a lo que se produce. Las plataformas conocen cada vez más los gustos de sus clientes y les dan visionados que les satisfagan, lo que muchas veces genera una burbuja de contenidos casi clónicos, en los que se hace realmente difícil distinguir entre una y otra serie. Si generan beneficios y satisfacen al consumidor, perfecto. Puede que la originalidad acabe refugiándose en el cine de toda la vida, cada vez con menos recursos, y por ello con la necesidad de experimentar para sobrevivir, y de ese proceso es donde pueden surgir ideas nuevas que, con el tiempo, acabarán siendo absorbidas por las plataformas y nuevamente clonadas hasta el hastío, y vuelta a empezar. El cine no se acaba, pero no creo que vuelva a ser nunca lo que fue.
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