Tenía pensado en esta semana dedicar un día a contrastar el
sistema de elección del presidente en el país más poderoso del mundo de una
manera democrática, que es lo que hemos visto en Estados Unidos, frente a la
forma en la que la dictadura china, que gobierna el segundo país más poderoso
del mundo., procede al relevo de su dirigencia mediante el típico cambio de
cromos en una nomenclatura, contrastando así la naturaleza de los dos regímenes
y las ventajas que tiene, siendo dominado en todos casos, que te sometas a un
tipo de país u otro, pero el discurso de aceptación de Obama de ayer me obliga
a hacer algunos comentarios.
Ese discurso, que pueden ver
íntegramente aquí y leer
aquí, por ejemplo, es otra de esas piezas maestras de las que de cuando en
cuando nos suelta el presidente norteamericano y del que es imposible dejarse
llevar por la emoción, tanto por lo que dice como por cómo lo dice. Había
momentos ayer viéndolo que no tenía claro si estaba asistiendo a una nueva
temporada no estrenad de “El Ala Oeste de la Casa Blanca”, en la que el genio
de Aaron Sorkin había vuelto a coger el teclado y otra vez hacía que sus
personajes derramasen de su boca frases majestuosas, llenas de profundidad,
belleza y estilo, de esas que encandilan y que hacen que los que de vez en
cuando tenemos aspiraciones literarias nos convenzamos de que no hay forma de
superar lo que estamos oyendo. Ayer se vio a un Obama más pragmático, pero no
menos ilusionado, a un Obama consciente de que la victoria ha sido por un
estrecho margen y de que ha sufrido una gran sangría de voto popular, pero
sabedor de que por sus manos pasa el destino de su nación y consciente de la
responsabilidad que eso significa. Llenó de esperanza al auditorio que le
escuchaba entregado, que no necesitaba oír mensaje alguno para alabarle, y que
aún así se emocionaba al escuchar las palabras de su líder. Sí, ayer Obama
volvió a demostrar que es un líder, muy por encima del mediocre panorama de
liderazgo y gobernanza que nos rodea en occidente, tanto en el mundo político
como en el empresarial y social. Es una figura de gran talla, pero en medio del
erial sobresale como un árbol en la planicie. Como hace cuatro años, se
enfrenta al hecho de que la realidad puede acabar con parte de sus ilusiones de
una manera muy drástica, y muy decepcionante para muchos de sus votantes, y el
problema fiscal de final de año será su primera prueba de fuego (así lo señaló
ayer Wall Street, cayendo más de un 2%). Sin embargo confío en que Obama supere
la prueba, no tanto por el sino por nosotros. Y superar la prueba no quiere
decir que se convierta en el amado presidente que pase a la historia en letras
de oro, no, sino que consiga encauzar su país, arreglar algunos de los
desastres económicos y sociales que ahora afligen a Estados Unidos, y que
muestre al mundo, con sus grandezas y miserias, de lo que es capaz de hacer esa
gran nación. Ayer lo dijo muy bein en una frase que debieran grabársela en la
frente todos los políticos de este país, España, asolado por el paro. “Nos
habéis elegido para que nos centremos en vuestro trabajo, no en el nuestro”. Si
solamente cumple eso la elección habrá sido un éxito, y su mandato también. Tan
simple y tan difícil como eso.
Oyéndole, y luego mirando la actualidad de nuestro país,
daban ganas de irse a vivir a EEUU ya. La frase con la que acabó, soberbia, es
uno de los mejores argumentos posibles para lucha contra el fanatismo
nacionalista que en toda Europa, y no digamos España, amenaza con su eterna
cantinela de agravios y discriminaciones: “No importa que sea negro, blanco,
hispano, asiático, indio americano, joven, viejo, pobre, rico, capacitado,
discapacitado, gay o heterosexual; en Estados Unidos, si está dispuesto a
esforzarse, puede conseguir lo que sea”. Y no me digan que no dan ganas de
sacarse el pasaporte, un billete y volar hacia allí….
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