Comentó Carlos Santos el pasado
Jueves, en la presentación del disco de Judith Jáuregui (que una vez oído puedo
decirles que es magnífico) que su enfado ante la situación política y de
mangancia del país era inmenso, acrecentado al ver que en siglos pasados los
niños prodigio se dedicaban a la música y otras artes, y que ahora parece ser
se dedican a la estafa, engaño y robo, en una clara alusión a ese personaje de
vodevil al que se le denomina “pequeño Nicolás” y que con apenas veinte años ha
logrado reunir en torno a sí a una corte de personajes ansiosos de lograr beneficios
gracias a sus contactos. Menuda historia.
La
historia de este Nicolás es, en el fondo, muy vieja. Arribistas y trepas
encaramados en una absoluta falsedad los ha habido siempre. Listos como pocos,
capaces de estudiar a fondo a sus víctimas y tentarles con aquello que más
desean, medran entre poderosos o pobres, ricos o pensionistas, con el único fin
de obtener poder, prestigio y un dinero que no es suyo. A medida que la
información ha ido fluyendo más deprisa en nuestras sociedades este tipo de timos,
que es lo que realmente son, han ido disminuyendo, pero no cesan. Hace unos
años un italiano se hizo pasar por un aristócrata y pudo conocer a gran parte
de la élite de Nueva York, logrando enamorar a la actriz Anne Hataway y
desplumarla de todos sus ingresos poco antes de que fuera detenido cuando
trataba de salir de EEUU. Lo único cierto de su historia era su nacionalidad.
El amigo Nicolás ha demostrado ser un alumno aventajado de todos estos
personajes y ha conseguido en pocos años una carrera realmente asombrosa.
Rodeado de una masa de pillos, que es lo realmente significativo de esta
historia, Nicolás logró engañarlos a todos para su propio beneficio. No se si
fue fruto de una estrategia premeditada, o empezó un poco a la ligera y,
asombrado por su éxito, decidió crecer como buen emprendedor, pero lo cierto es
que desde no ser nadie hasta lograr dar la mano al Rey en la ceremonia de
proclamación hay un largo trecho en el que un traspiés te puede costar caro. Lo
más interesante de todo esto, más allá de la personalidad del chico, que ha
demostrado ser un genio para el mal, es como gran parte de la sociedad en la
que vivimos sólo se fija en las apariencias y se engaña continuamente para
medrar. Imagino a multitud de personas de todo rango profesional, pero siempre
bien posicionadas, que vieron en Nicolás la palanca para “ascender” en su
estatus, en su representatividad social. Como en una recreación perfecta de “La
escopeta Nacional” de ese genio llamado Berlanga a quien tanto echamos de
menos, Nicolás ha demostrado que seguimos en gran parte inmersos en una trama
muy similar a la que describía aquella película, de arribistas, timadores,
estafadores, señuelos e intérpretes que crecen en posición y riqueza gracias a
contactos, enchufes, amistades, compadreos e influencias. En ese caldo de
cultivo es inevitable que surjan personajes como Nicolás, de hecho seguro que
hay muchos más como él. En este caso el amigo “Nico” se pasó de frenada, quiso
abarcar demasiado y, por ambición o imprudencia, perdió el control de su propia
farsa, hasta que se estrelló contra los arrecifes de la realidad o, más
probablemente, alguien demasiado poderoso (o listo) como para ser engañado.
Siempre hay en la vida un rival contra el que no puedes, y Nicolás se lo
encontró.
Para completar la historia y darle el toque de
vodevil picante que encantaba a Berlanga, este fin de semana varios medios han
entrevistado a la
amiga “intima” de Nicolás, a la que apodan “la pechotes” lo que indica
bastante sobre su coeficiente intelectual y anatomía. Esta joven, relaciones públicas
(ejem) defiende con ahínco a su “Fran” y lo considera inocente y brillante. Lo
primero es incierto, pero en lo segundo “pechotes” tiene razón y quizás un buen
par de argumentos, porque lo cierto es que el personaje, que ha demostrado ser
capaz de estafar a todo bicho viviente, sería una fiera de tenerlo controlado y
trabajando al servicio de (nuestro) bien. Berlanga, Berlanga, lo que te estás
perdiendo
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