Ayer, en la quinta
de Mahler, una tienda que es sobre todo un proyecto de divulgación musical, un
pequeño grupo de locos nos reunimos para asistir a la presentación de Aura, el
nuevo disco de la pianista donostiarra Judith Jaúregui, el tercero de su ya
dilatada carrera. Aura es el proyecto más personal de la pianista, en el que
interpreta obras de Listz, Debussy o Monpou que han tenido un significado muy
importante en su vida, y que en cierto modo es la manera que tiene la artista
de mostrar lo más íntimo de sí ante el público. El trabajo representa, por
tanto, un esfuerzo profesional pero, sobre todo, emocional.
En la presentación estuvo la
intérprete acompañada por Rafaél Banús, uno de los locutores más veteranos de
Radio Clásica y Carlos Santos, periodista radiofónico y dicharachero conductor
de espacios, entrevistas y actos. No quiero hoy hablarles tanto del contenido
del disco y de la música en sí, como del hecho de rebeldía que supuso celebrar
un acto como el de ayer, y que tan bien glosó Santos en sus palabras. Uno al
pensar en rebeldía se imagina a un grupo de agitadores quemando cosas y
rompiendo escaparates, cunado eso es algo que se ha convertido en lo más
chabacano y ausente de contenido del mundo. En un mundo tecnificado hasta el
extremo, competitivo, amante del dinero, del prestigio social, de lo que
supuestamente está de moda y de otras muchas cosas vacías, lanzarse a la
aventura creativa grabar un disco, cosa que Judith ha hecho, es algo heroico, y
más si tenemos en cuenta que en este caso, como en el anterior, ella ha sido la
productora del mismo. Judith, que toca de manera delicada cuando la partitura
lo requiere, y enérgica cuando debe, sospecho que sacado fuerzas y furias de su
interior para vencer todos los obstáculos que se le hayan cruzado por el camino
hasta poder ver el disco encajado en su libreto y expuesto en los escaparates
de las escasas tiendas que aún venden discos. Ella, como muchos otros, bien por
vocación o por necesidad, se ha visto en la tesitura de hacerse emprendedora,
en su caso más meritoria por trabajar en un sector que, día a día, amenaza
derribo. Si la cultura ha sido un mundo en el que por cada rutilante estrella
millonaria había cientos de enanas marrones que subsistían día a día, la
situación de estos últimos años de crisis y avance tecnológico ha supuesto un
golpe tremendo a un mundo que se tambalea. La música, sobre todo, y la
literatura empieza ahora, han visto como el soporte de sus productos se ha
difuminado por completo, y con ello en demasiadas ocasiones, el precio que garantizaba
algunos ingresos. Interpretar se ha convertido en una odisea en la que todo es
perder dinero. La existencia de algunos patrocinios o festivales supone en muchos
casos la excepción a una forma de trabajo que ve como sus rentas se evaporan. Ante
esto sólo hay dos caminos. Desistir o Resistir. Muchos han abandonado porque no
podían hacer frente a los gastos, y otros tratan de aguantar, con imaginación,
con muchas ganas, renunciando a nóminas e ingresos con tal de poder hacer lo que
les gusta y saben; tocar, escribir, recitar, interpretar…. Algunas apuestas
culturales viven en un estado de incertidumbre financiera que resulta sencillamente
increíble de imaginar, y de pensar hasta qué punto pueden ser sostenibles en el
puro corto plazo. Judith representa un ejemplo de éxito, en el que el tesón, la
entrega y el inmenso sacrificio (la cabezonería vasca de una Jáuregui, jeje) se
han visto recompensados por un público fiel que valora unas interpretaciones de
primera magnitud, pero junto a ella debemos recordar que otros muchos intérpretes
y artistas quizás no puedan conseguirlo y acaben ganándose la vida de maneras
que nunca imaginaron ni desearon. Ayer en cierto modo celebrábamos en la
presentación un éxito, a sabiendas de que hay muchos fracasos.
Y, sin embargo, como recalcaba santos, una de
las labores que los aficionados a la música, y a cualquier otra manifestación
cultural debemos hacer, es el proselitismo, al divulgación, el conseguir que otras
personas que viven ajenas a ese mundo, que le dan la espalda, se giren, le
presten un segundo de atención y, quizás obrándose un milagro, descubran que la
belleza que se encuentra entre las notas, las páginas y los textos sea capaz de
hacerles soportar la mezquindad de una vida que, en su actualidad diaria, sólo
nos proporciona motivos para la tristeza colectiva. Ayer éramos poquitos, pero seguro
que si en cada concierto o nuevo libro hay un par de personas nuevas que se
acercan a lo mejor una de ellas ve que aquello no es un rollo, sino que le
gusta… y el milagro de la afición pueda surgir en su interior.
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