Entre manifestaciones y gritos de
reivindicación se
celebró ayer en todo el mundo el día de la mujer trabajadora, una fecha que
nos recuerda que la desigualdad, tema que tan de moda está en la economía, se
nos presenta a través de una de sus caras más amargas y cercanas en forma de
menores salarios para igual desempeño si el trabajo lo realizan las mujeres o
injustas asignaciones de la carga de trabajo, y la valoración de su resultado
en función del sexo de quien lo realice, y muchas otros ejemplos en los que el
sexo es el determinante de la calidad de vida y la profesionalidad, no el
desempeño de la tarea. Queda mucho por hacer, mucho.
Una de las facetas más sangrantes
de esta desigualdad, y no es ningún chiste, es la violencia machista que mutila,
agrede y asesina a mujeres. Este año 2017 está siendo especialmente crudo, ya
que a estas alturas llevamos la disparada cifra de dieciséis asesinatos machistas
confirmados, y uno del que hay dudas y se está investigando. Son cifras peores
que en años anteriores, pese a las campañas de información que no cesan, y nos
dejan ante la pregunta de qué estamos haciendo mal para que este odioso fenómeno
crezca. Reconozco que esta violencia me deja tan indignado como asombrado,
porque no la entiendo. Eso de que alguien mate por amor me parece tan absurdo e
imposible, tan contradictorio que se me escapa. Pero lo cierto es que sucede, y
probablemente sean los celos y el sentimiento de posesión lo que a muchos les
vence para realizar actos de odio tan infames como pegar a su pareja, y de ahí
en adelante lo que ustedes sean capaces de imaginar. Se le está denominando al
fenómeno “terrorismo machista” y, si bien es cierto que las consecuencias que
genera son similares, las causas y la forma de desarrollo de esta violencia
difieren mucho de la terrorista, y por ello creo que denominarla así es un
error. No hay una ideología pública ni un grupo erigido en su representante que
enarbole esa violencia para conseguir unos fines, ambos distintivos ineludibles
de todo fenómeno terrorista. No hay un perfil de captación ni de estructuras ni
nada por el estilo, que aun siendo todo lo diferentes que podamos imaginar,
estaba presente en las bandas terroristas clásicas nacionalistas de Europa,
tipo ETA o el IRA, y el actual yihadismo salafista. No, la violencia machista no
tiene perfiles ni estructuras ni detonantes externos. Se presenta en hogares de
clase media, baja y alta, entre personas letradas e incultas, en entornos
rurales y urbanos. Si uno examina los casos se da cuenta de que es imposible
encontrar un patrón claro que nos permita catalogar a priori un riesgo y
asignar prevención. Cierto es que personas con antecedentes violentos son más
proclives a ella, pero también que sujetos considerados como ángeles por su
comunidad se comportan como demonios de puertas hacia dentro de su casa. Esto
complica mucho, muchísimo, esa labor preventiva que, en otros casos, resulta
decisiva a la hora de impedir acciones “terroristas”. En la violencia machista
casi siempre se actúa a posteriori, a veces desde el hospital, demasiadas desde
la morgue, y eso hace que todos los esfuerzos sólo sean capaces de evitar, si
todo va bien, males mayores, apenas eliminar lesiones y dolores ya infringidos.
En todo caso, resulta necesario concienciar a las víctimas para que denuncien a
su agresor, que el miedo y el amor tan mal entendido no las ciegue, no las
frene, no las encarcele. Deben saber que la sociedad pone medios para
salvarlas, y que quien bien las quiere no debe hacerles llorar. Sin esa
denuncia poco se puede hacer.
Y tras esa denuncia los medios,
protocolos y demás herramientas policiales, judiciales y sociales deben
trabajar como un reloj, sin pausa, y de la manera más efectiva posible. No
pueden repetirse casos en los que la falta de comunicación entre policías y
jueces supongo la libertad errónea de quien, habiendo intentado matar, lo
volverá a hacer. No podemos permitirnos error alguno en la lucha contra esta violencia,
porque los errores se pagan en forma de vidas. Siempre denunciar y, en todo
momento, trabajo incansable en defensa de la víctima y persecución del
maltratador. Sólo entre todos podremos atajar esta sangría que no cesa. Y en
los colegios, mucha educación para que los críos no repitan esos horrendos patrones
de conducta.
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