La noticia más comentada de esta
semana no tiene que ver con política, economía, ciencia ni nada por el estilo.
Es la de ese autobús fletado por la plataforma católica Hazte Oír con un
mensaje referido al sexo de los niños y niñas. Previa a cualquier consideración,
resulta curioso que, gracias al bombo y ruido en las redes que ha conseguido
esta campaña sus impulsores pueden estar plenamente satisfechos. Entre todos
hemos hecho que su mensaje triunfe y eso, como mínimo, debiera llevarnos a reflexionar
sobre el poder que tienen las redes, el uso que de ellas hacemos y quienes
logran aprovecharse de las mismas. Eso daría ya para muchos debates.
No me gusta la campaña de Hazte Oír,
ni en las formas ni en el fondo de su mensaje. Pero este asunto me pone ante
dos enormes dilemas que, de sencillo, no tienen nada. Uno es de la prohibición
de la misma. Prohibir es una palabra seria, que cada vez usamos con menos
recato y más firmeza. Si abogamos por la libertad de expresión y, como se dice
por ahí, el respeto a “todas las ideas” no tendría mucho sentido impedir que Hazte
Oír siguiera con su campaña, pese a que yo pueda opinar que es errónea. Con el
mismo argumento debiéramos prohibir a los grupos ultras que, en los estadios y
fuera de ellos, gritan consignas xenófobas, a los partidos que promueven la
discriminación, a los que enarbolan banderas que consideramos de odio… y eso,
en algunos casos se hace y en otros, como bien sabemos, no. Por eso la idea de
prohibir circular ese autobús, si se lleva a cabo, debe ser con todas las
garantías legales y siendo rigurosos con el procedimiento. La fiscalía ha
abierto diligencias al respecto, y si el proceso concluye con la prohibición,
estará hecha de una manera consistente, y con todas las garantías posibles para
los que, equivocados, enarbolan esa campaña y mensaje. Junto a este dilema se
me abre otro aún más profundo, y es mi incomprensión ante la obsesión que tienen
los grupos que se califican como religiosos, sea cual sea su fe, sobre la
conducta privada de las personas y la laxitud que muestran sobre algunos
problemas públicos de inmensa gravedad. La asociación directa y absoluta del
concepto de pecado con las conductas humanas, casi siempre relacionadas con el
sexo, y la comprensión ante otras conductas que, sin duda alguna, suponen un
quebranto de cualquier principio, sea religioso, moral, ético o lo que ustedes
deseen. Me preguntaba yo de pequeño, y sigo haciéndolo ahora, por qué los curas
no podían dar la comunión a una persona divorciada pero sí a un terrorista,
habiendo como había en mi pueblo personas de una y otra condición social. Me
cuestionaba, cuando apenas sabía nada, y sigo haciéndolo, ahora que creo que se
aún menos, que era ilógico que en un sermón en la iglesia de mi pueblo el
sacerdote opinara con tanta claridad sobre temas espinosos como el aborto
(luego vendría el tema del matrimonio homosexual) y nunca dijeran nada sobre la
violencia etarra, o en todo caso, al referirse a ella, lo hiciera con una
suavidad, y a veces disculpa, rayana en el perdón. Y así durante años y años.
En los ochenta, en la época de plomo del terrorismo, los curas que bramaban en
el País Vasco y resto de España contra el divorcio o la píldora se negaban a
oficiar funerales por las víctimas del terrorismo o, si lo hacían, buscaban
esconderlos de los ojos del público, como si fuera algo vergonzoso. Esa actitud
no cambió apenas en las décadas posteriores, salvo por el mayor número de
manifestaciones públicas en contra de algunas medidas sociales y el menor número
de funerales por la eficacia policial contra el terrorismo. Hubo excepciones, sí,
pero dentro de una regla general, y en ese caso la unidad de criterio que existía
entre la iglesia vasca y el conjunto de la española era tan férrea como paradójica.
Nunca un grupo de confesión católica
integrista, y no pocos son los que hay también en el País Vasco, fletó un autobús
en el que, aún en minúsculo, pusiera ETA NO. Por miedo, por cobardía, por
dejación, por “comprensión”, por acojone…. Nunca lo hicieron. Por eso ETA nunca
asesinó a ningún religioso. Quizás los miembros de esos grupos, como sugiere el
evangelio en las acusaciones de Jesús a los fariseos, disfrutan siendo fuertes
con los débiles y débiles con los fuertes, a sabiendas de que en ninguno de los
casos corren riesgos. Y todo eso, vestido con el ropaje de la religión, que es
un mensaje de amor y paz, hace que no entienda nada de nada.
Subo a Elorrio el fin de semana y
me cojo tres días festivos. Si no pasa nada raro, el siguiente artículo será el
Jueves 9 de marzo. Descansen y ojo al cambio de tiempo de este fin de semana.
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