Hoy
Mario Draghi realizará su última rueda de prensa como presidente del BCE desde
la ampulosa sede que la institución posee en Frankfurt, en un nuevo edificio
que se ha inaugurado durante su mandato. En
su última reunión decisoria sobre tipos y política monetaria Draghi va a tener
la sensación de que lo deja todo demasiado desarbolado, sabiendo que
impidió que sucediera lo peor, pero que no ha sido capaz de normalizar unas
políticas expansivas nada ortodoxas que se han convertido en la nueva
normalidad, y que mantienen a la economía viva pero enganchada al exceso de
liquidez, sin que inflación u otros fenómenos normales muestren su cara. Sabe
que lo deja y que nada es como pensaba que iba a ser.
Draghi
es el tercero de los gobernadores que ha habido de un BCE que, con el tiempo,
se ha convertido en la institución más poderosa, importante y beneficiosa de la
UE. El primero, Duisemberg, holandés, poco pudo hacer más allá de lanzarla a la
luz pública y empezar a dotarle de instrumentos, personal y recursos. El
segundo, Trichet, francés, se encontró a los mandos de una nave llena de
restricciones pero que iba viento en popa hasta que la crisis casi se la lleva
por delante. Subió tipos cuando la recesión ya era evidente y mostró que su
amplia experiencia, con años de mandato en el Banco Nacional de Francia, apenas
le sirvió para manejar el duro temporal al que se enfrentaba. Draghi llega al
BCE en 2011, con un currículum sólido y muchas suspicacias en torno a su
figura. Antiguo miembro de Goldman Sachs y gobernador del Banco de Italia, sus
críticos destacaban en exceso su nacionalidad, latina, y lo propenso que son,
somos, a la hora del relajo e incumplimiento de las normas. Los halcones del
norte estaban asustados porque un nacional de un país no estricto se hiciera
con los mandos de la nave del BCE. A su llegada a la presidencia, la situación
económica es desastrosa. La crisis de 2008 ha devastado gran parte de los
sistemas financieros nacionales y provocado la recesión global. Las medidas de
estímulo de una Reserva Federal norteamericana y la coordinación entre la dirigencia
de las economías globales parecen haber evitado la depresión global, pero no el
estado recesivo que afecta a casi todos. En el caso de la UE la crisis ha
generado un síntoma adicional que es el descontrol del mercado de deuda
soberana. La incredulidad respecto al sostenimiento de las finanzas públicas
hace que las primas de riesgo periféricas se disparen y que naciones como
Portugal o España bordeen la bancarrota, tras la quiebra absoluta de una Grecia
que empieza a ser demasiado conocida por todos. La crisis de deuda soberana
absorbe recursos, esfuerzos y gobiernos, y en España, el reciñen llegado Rajoy
se enfrenta a una debacle ante la que bien poco puede hacer. La prima española
se empieza a hacer insoportable y estrangula toda la economía. Sabe Draghi que
sólo el BCE tiene la capacidad para poder salvar esta situación, no sólo la
española, sino la de la UE, porque el destrozo del euro puede ser el de la
propia Unión, pero también sabe que sólo podrá actuar de manera efectiva si
rompe ciertos corsés mentales e institucionales que constriñen a su entidad.
Listo como pocos, trata de romperlos, pero para ello necesita tiempo, y en un día
que pasará a la historia, Draghi se hace con el control del reloj y salva la UE
y las economías nacionales. El 26 de julio de 2012, con todos al borde del
precipicio, pronuncia el discurso más importante de los expresados en Europa en
lo que llevamos de siglo. Anuncia que hará “todo lo necesario” (whatever it
takes) para salvar la economía europea y al euro “y créanme, será suficiente” (and,
believe me, it would be enough). Ese día las primas periféricas cierran a la
baja y desde entonces no han dejado de caer. Draghi da un golpe de autoridad en
la mesa mediática global y se inviste de poder suficiente para hacer que el BCE
empiece a actuar. A partir de ahí se producen no sólo bajadas de tipos que los
llevan al 0% en el que estamos instalados desde hace tiempo, sino medidas no convencionales
de todo tipo que disparan el balance de la entidad, lo convierten en el principal
tenedor de deuda soberana de la UE y le permiten estabilizar mercados
financieros, bursátiles y de divisas. Nada de lo que ha sucedido desde entonces
hubiera sido posible sin la determinación de Draghi ese 12 de julio y los
hechos que luego impulsó. Ese día Don Mario salvo nuestras economías, y no es
ninguna exageración afirmar algo así.
Hoy,
2019, a su marcha, observa Draghi un panorama que no le gusta. La extensión
antinatural del ciclo y las tensiones comerciales fruto de guerras de poder
entre EEUU y China golpean a la economía de la UE y la amenazan con volver,
sino a una situación de crisis, sí de absoluta anemia. El arsenal de la política
monetaria está devaluado por el exceso de uso y su efectividad es decreciente,
los mecanismos de transmisión monetarios a la economía real no funcionan como
indica la teoría y la situación es, como mínimo, seria. Draghi será relevado
por Christine Lagarde, que tiene una papeleta muy difícil por delante, y un
perfil en apariencia poco técnico y demasiado político para el cargo que ocupa.
Don Mario se va habiendo hecho historia. Todos estamos obligados a agradecerle
lo que ha hecho durante estos años. Echaremos de menos su figura.
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