Ayer, por los pelos, el senado de EEUU aprobó el proyecto de reforma fiscal presentado por el equipo de Donald Trump. Finalmente hubo algunas deserciones en el bando republicano y la votación final registró un empate a cincuenta, y ahí fue decisivo el voto de calidad del vicepresidente Vance, auténtico miniyo del trumpismo, que decantó la balanza y dio por aprobada la reforma, en medio de una considerable polémica sobre sus efectos, ya que, aunque recoge peticiones tradicionales republicanas, no deja de ser un engendro que puede tener peligrosas consecuencias para la economía de aquel país y para el resto del mundo.
De manera muy resumida, la reforma recoge una bajada de impuestos, mayor para las rentas altas que las medias y bajas, que para algo la ha diseñado un magnate, y con ello una reducción de la recaudación federal. Para compensar esa bajada de ingresos el equipo de Trump espera que sean los aranceles y lo recaudado por ellos lo que sirva como compensación, de tal manera que uno por lo otro, el nivel de ingresos se mantenga. Este escenario puede sonar asumible así escrito, pero no se lo cree nadie, ya que es imposible que los ingresos arancelarios sean del volumen soñado por los asesores de Trump. El efecto neto que todo el mundo descuenta de este proceso es el de una pérdida de ingresos. Si los gastos se mantuvieran las cosas serían más o menos sostenibles, aunque el déficit se incrementase, pero resulta que no, que el proyecto recoge un incremento en los gastos, no precisamente los sociales, pero sí todos los relacionados con defensa, seguridad y un montón de partidas similares. Muchos de esos gastos superiores son, en el fondo, demanda para empresas norteamericanas que producen los bienes de defensa que consume el país, por lo que generan un efecto de arrastre económico, keynesianismo de tanques si así quieren verlo, pero lo cierto es que un aumento de gastos y una reducción de ingresos sólo se puede cubrir con lo de siempre. Déficit, un déficit creciente que hace que la deuda pública del país siga creciendo a una velocidad fascinante. Actualmente el presupuesto federal tiene unos valores de déficit que superan ampliamente el 5% anual, y el volumen de deuda escala acumulando semejantes magnitudes hasta superar ya el 80% del PIB. Ese déficit genera un coste, el servicio de la deuda, que es lo que la nación, esa y todas las demás, pagan por los intereses de las emisiones de deuda que está en vigor, y esa partida alcanza ya unas cifras monstruosas, superando el presupuesto total del Pentágono. Sí, sí, EEUU es el país que más gasta en defensa del mundo, pero gasta aún más en pagar intereses por su deuda. De ahí la obsesión absoluta que tiene Trump contra Powell para que rebaje los tipos de interés y eso se traduzca en un alivio fiscal en la partida de pagos de la deuda. Todo el mundo está de acuerdo en que las finanzas públicas norteamericanas empiezan a ser un problema para el país y el mundo. En teoría, con la enorme ventaja que cuenta el país, su moneda es la de reserva global, las posibilidades que tiene de refinanciarse en los mercados son mucho más amplias que las de cualquier otra nación. No sólo la FED, su banco central, actúa como prestamista de último recurso, sino que los ahorradores de todo el mundo tienen a los treasuries, los títulos de deuda norteamericana, como un destino obvio para sus inversiones. Es, de hecho, el mayor mercado de deuda pública del mundo, el que más intercambia y en el que participan el mayo número de agentes. Esa ventaja da a los norteamericanos unas posibilidades que el resto no tenemos, pero como pasa siempre en la vida, es malo abusar de los privilegios. No es previsible que el dólar deje de ser la moneda de reserva global en el corto y medio plazo, pero su papel se puede ver erosionado tanto por las malas políticas de Trump como por las acciones de otras naciones en contra de su reinado o la presencia de otros activos como el oro o las criptomonedas que le drenen recursos. El ocaso del dólar está lejos, pero su cénit, probablemente, ya se ha alcanzado.
¿Puede darse una crisis fiscal o de deuda en EEUU? Es altamente improbable, por lo que antes les comentaba, pero parta nada es descartable, y el mero hecho de que Trump esté jugando con semejante irresponsabilidad con sus cuentas públicas es peligroso. El crecimiento del volumen de los pagos de los intereses de la deuda puede crecer de manera descontrolada, simplemente las matemáticas a veces son así, y no es descartable que el gobierno federal tenga que tomar medidas anómalas, como la emisión de bonos de duración inmensa (cien años) obligaciones de conversión y medidas por el estilo que, para cualquier otro país, les supondría algo parecido al default. En la crisis de la prima de riesgo de 2012 vivimos eso en nuestro pellejo. Veremos a ver qué pasa.
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