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lunes, junio 30, 2008

La EMT

Hoy voy a hablar de la EMT, y no me estoy refiriendo a la Empresa Municipal del Transporte del Ayuntamiento de Madrid, no, sino a la Enajenación Mental Transitoria que ha invadido a este país desde el pasado Domingo a cuenta de la Eurocopa de fútbol, que fue creciendo a lo largo de la pasada semana y se desbordó por completo anoche tras la victoria de España contra Alemania, y la conquista del título. Han sucedido muchas cosas extrañas esta semana, y para un acérrimo enemigo del fútbol como es mi caso la verdad es que ha sido una pesadez y un tostón insufrible, pero si es cierto que algunas escenas quedarán para la historia.

No vi el partido de anoche, ni los anteriores. A eso de las 22:20, previendo que si ganaba España habría espectáculo, bajé a los jardines cercanos a mi casa, y en una noche de verano puro, de calor y poco viento, el silencio se cortaba. Pese a que ya de por sí es tranquilo, a esa hora mi barrio estaba muerto, casi sin coches andando por las calles, y nadie paseando el perro por el jardín ni nada similar. Se oía esporádicos gritos de OEOEOEOEEEE y algún pequeño petardo suelto, pero poca cosa. De repente, se desató la algarabía, supongo que cuando se acabó el partido, y todo lo que hasta entonces era tranquilidad se desbocó en ruido y traca. Petardos y fuegos artificiales en un principio, acompañados de gritos, cánticos, sirenas y bocinas. Al poco empezaron a aparecer coches, llenos de gente que no dejaba de gritar y tocar la bocina, y los petardos aumentaban, y las tracas, y a eso de las 23:00 creo que toda la ciudad estaba sumida en un extraño marasmo de jolgorio y griterío. No estoy seguro, pero puede que esta noche se haya celebrado una de las juergas más grandes en todo el país, una de las borracheras colectivas más completas y profundas de las habidas en los últimos años, con miles de personas por las calles, desatadas, desinhibidas por completo, en medio del calor del verano. Era curioso ver ayer por la tarde grupúsculos de gente adornados con banderas nacionales, pintarrajeados y dispuesto a ir a Colón, el palacio de los Deportes, o a cualquier otro garito en el que hubiese una buena televisión para ver el partido. Había chicas, muchas chicas, más de las que yo hubiese imaginado, tan devotas, o exaltadas, como ellos, sólo que mucho más tractivas y estridentes. Y todo el mundo con la bandera por montera, por falda o chaquetilla, y es que esta ha sido la primera semana que yo recuerde en toda mi vida en al que llevar la bandera española encima no ha sido causa de que a uno le llamen fascista. Se me hacía extraña la imagen de cientos de personas rojas y amarillas, gritando España, como si nada, como si fuese normal, como si no vivieran en el país de los complejos, de las vergüenzas impúdicas, el de la constante autoflagelación.... quizás sólo por eso esta semana haya sido buena, y el que una generación de veinteañeros haya amado a su bandera por el fútbol, pasando de políticos, planes y discursos huecos es algo digno de estudio. De hecho hubo un instante ayer por la tarde en el que me dio la sensación de vivir en una nación normal, como cualquier otra, en la que sus símbolos son ondeados por sus ciudadanos, no se tiran contra nadie, y de ser destruidos, lo son por el alcohol, que en eso todas las naciones cada vez se parecen más.

Ahora vendrán los homenajes, los políticos se colgarán la copa en su medallero, y seguiremos pensando, ingenuamente, que hemos conseguido algo grande como país, y durante una semana no habrá crisis, y el papel analgésico del fútbol se habrá cumplido plenamente. El pueblo se puso ayer hasta arriba de opio de balón (“Queremos la Eurocopa, llena de farlopa” gritaba un grupo de críos ayer por la tarde en Alonso Martínez). Ya nos despertará el BCE con su subida de tipos el Jueves, pero en el consabido lema de pan y circo, ayer el pueblo romano de España tuvo uno de los mayores espectáculos jamás visto en las arenas del coliseo local. Al que le guste, que lo disfrute, que visto lo visto a lo mejor tarda mucho en celebrar otras así.

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