Quizás se hayan olvidado de Lizz Truss, efímera primera ministra del Reino Unido, que apenas ocupó su cargo unas semanas en medio del desastre del partido conservador tras la convulsa caída de Borish Johnson y la sucesión de supuestos liderazgos que se encadenaron ahí. Si no recuerdan quien es, no se preocupen, casi nadie lo hace. Eso sí, es un caso de estudio, no lo puedo hacer peor durante su ínfimo mandato, aunque puede vanagloriarse de ser la última en su cargo que saludó a Isabel II antes de fallecer. Lo más parecido a la inepta de Truss es Trump. Mira, por el nombre parecen primos.
Truss llegó al gobierno con la idea de implantar un programa ultraliberal, o eso decía. Encargó a su canciller del Tesoro, el responsable de economía, la elaboración de un presupuesto de emergencia que tenía dos líneas básicas; recortes de gastos y de impuestos. La presentación de ese proyecto, creo que llego a denominarse minibudget, no estoy seguro, causó una gran polvareda, porque los gastos que se reducían tenían un enorme componente social, mientras que los impuestos afectaban más a los tributos de las clases altas que a los de las medias y bajas. Una de las primeras cosas que se vio es que si bien el gasto era reducido en el medio plazo, los ingresos iban a caer rápidamente, lo que suponía un incremento notable del déficit público. Truss y su equipo eran conscientes de ello, pero vendían que eso serviría de estímulo a la economía al aumentar la capacidad de gasto de los británicos. En todo caso, y para cuadrar unas cuentas que presentaban un ya abultado déficit, que se iba a disparar con estas medidas, el minibudget recurría, oh sorpresa, a la deuda como vía para obtener ingresos y ajustar las cuentas. No hizo falta un análisis muy profundo para darse cuenta de que las cuentas presentadas eran más fantasiosas que reales, y que lo único seguro era el agujero fiscal que iban a producir, en una economía renqueante y que ya arrastraba, lo sigue haciendo, problemas muy serios. La respuesta de los mercados fue implacable, con caídas en la bolsa de Londres y en la libra, y disparo del rendimiento del bono británico, derivado de las ventas masivas de los mismos por parte de unos inversores que no tenían nada claro que los títulos que poseían fueran a ser lo sólidos que les dijeron en el pasado. La tensión financiera en Reino Unido se disparó a la misma velocidad a la que caía la credibilidad de Truss, y entonces empezó el episodio de la lechuga, en el que un periodista, creo, colgó un post en redes de una lechuga fresca de un supermercado augurando que el vegetal aguantaría más tiempo fuera del refrigerador en ese estado comestible que Truss como primera ministra. El vaticinio se cumplió, y Truss dimitió en medio de una tormenta financiera y política, con el Banco de Inglaterra desesperado tratando de calmar a unos mercados que abjuraban de todo lo que tuviera que ver con los bonos británicos. El experimento ultraliberal, una mala manera de definir una mala idea peor ejecutada, se saldó con otro equipo de dirigentes del partido conservador abrasado, un tumulto en los medios y la certeza de que la economía británica, como la del resto de países, no podía emprender experimentos alocados, a sabiendas de que le iban a salir muy caros. Las deudas crecientes de los estados y su financiación en los mercados globales les atan a un cierto nivel de ortodoxia del que no pueden salirse. Sino, las consecuencias son tan aparatosas para el político de turno como peligrosas para la salud financiera de la nació y sus activos. Tras aquello, el partido conservador escogió a un nuevo líder, Rishi Sunak, conservador tranquilo, que se encargó de llevar las riendas del país hasta las siguientes elecciones, que perdió estrepitosamente, sin realizar por el camino ningún disparate económico. Truss desapareció y su imagen quedó sumida en donde debe, en el ostracismo.
Hasta ahora, donde Trump ha resucitado esa manera desquiciada de gestionar la economía. EEUU es el país más poderoso del mundo, su economía es la mayor y su moneda actúa como activo de reserva global, por lo que puede hacer cosas que el resto del mundo ni imaginamos, pero el infinito no es posible, y decisiones como las del pasado miércoles, que tomadas por otra nación supondrían la destrucción de su economía y gobierno, al estilo Truss, pueden acarrear consecuencias económicas nefastas para todo el mundo, mucho más allá de lo que impliquen para la economía norteamericana, que sufrirá con ganas todas estas medidas irracionales. Ya podría largarse Trump como lo hizo Truss, pero no, eso no creo que vaya a suceder.
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