viernes, diciembre 16, 2022

Año de subidas de precios y tipos de interés

De mientras el desgobierno nuestro se enfangaba hasta el extremo y lanzaba acusaciones de todo tipo para esconder el nocivo efecto de sus reformas legislativas a la carta delincuencial, en Frankfurt se escribía parte de nuestro futuro, el del próximo año y siguientes, futuro al que el desatado populismo patrio no podrá poner en vereda. La subida de tipos del BCE fue la esperada, del 0,5%, pero no el mensaje de la rueda de prensa de Lagarde, que parece que acordó con Powell repartirse los papeles de esta semana. Si el miércoles el presidente de la FED estuvo serio pero conciliador, Lagarde hizo el discurso más duro desde que es gobernadora, y dejó claro que el 0,5% de subidas es algo que se va a reiterar todo lo que haga falta para controlar una inflación que, en la zona euro, roza la media del 10%.

Este año ha sido el de la subida de los tipos de interés, al calor de la subida de la inflación, que empezó intensa, siendo considerada por casi todos como transitoria, para ser un fenómeno persistente y peligroso. No estaba yo muy seguro de que las subidas de precios fueran algo que iba a dudar poco, pero si mi error ha sido pequeño, grande ha sido el de los que pontificaron que eso era flor de un día. Como era de esperar, no he visto escritos de mea culpa o similar de los muy equivocados. En fin. En enero la inflación española estaba en el 6,1, con una subyacente del 2,4. Las tasas se dispararon con el inicio de la guerra hasta el 9,8%, bajando luego suavemente y alcanzando un pico del 10,8% en julio, para luego moderarse hasta el 6,8% de este pasado noviembre. Al subyacente se ha quedado en una meseta del entorno del 6,3% desde julio, y se resiste a bajar. Ante estas cifras nefastas, y pese a ello mejores que las de varios países de nuestro entorno, es imposible que las autoridades monetarias se crucen de brazos. Todos los bancos centrales han ido endureciendo sus políticas, pillados por unos precios que se les han adelantado y puesto en jaque. Una de las lecciones de la lucha contra la inflación de las décadas de los ochenta y noventa es la del manejo de las expectativas. Si las autoridades monetarias se hacen creíbles, y muestran que harán lo debido, sin vacilar, para controlar los precios, los agentes actuarán como si eso se fuera a producir y no subirán demasiado sus expectativas sobre los precios futuros, de tal manera que la espiral de precios que se retroalimentan se puede cortar. El error cometido por todos que antes comentaba ha dejado a los bancos centrales con el pie cambiado y ahora deben esforzarse más de lo debido para embridar la situación. Una de las críticas más consistentes que se hacen ante su política actual es que, dado que la inflación que vivimos no sólo tiene causas monetarias (el shock de precios energéticos es fundamental) controlarla sólo mediante herramientas monetarias es un parche, y provocar una recesión de demanda para bajar los precios cuando estamos ante un problema de oferta resulta absurdo. Parte de este argumentario es cierto, y no debe desdeñarse, pero también es verdad que las enormes expansiones monetarias producidas antes y, sobre todo, durante la pandemia, han alimentado la actual espiral de precios. Y eso es un factor monetario. Además, los bancos centrales tienen las herramientas que tienen, que no son otras. Uno desearía poder tomar sopa con cuchara, pero si sólo tiene tenedor es probable que pueda comerla muy poco a poco, de una manera ridícula, dejando a cada intento más líquido goteando del que llega a la boca. En todo caso la subida de tipos de este año es de las más aceleradas de la historia, y ha venido para quedarse e intensificarse, al menos, hasta el primer semestre de 2023, y será en función de cómo evolucionen los precios en el próximo año como tengan que moverse las autoridades monetarias. Su situación ahora mismo es muy complicada, con unos mercados de renta variable tensionados, que no dejan de hacer apuestas sobre el “pivote” o momento en el que la FED dejará de subir tipos. Ese punto se aleja cada vez más en el tiempo, y no lo conoce nadie.

¿Cómo van a evolucionar los precios el año que viene? Dependerá de muchos factores. De cuánto ahorro pandémico les quede a los consumidores por sacar de sus huchas y gastar alegremente, de cómo se comporten los precios energéticos y de las materias primas, minerales y agrarias fundamentalmente, de la intensidad y duración de la más que probable recesión que afrontaremos en ese nuevo año, de si China tras retirar su política de Covid cero vuelve a tasas altas de crecimiento y tensa la demanda global y, desde luego, de imponderables de imposible predicción, entre los que la guerra de Ucrania sigue siendo el mayor de todos. De lo que pase en las llanuras del este dependerá mucho de lo que suceda en nuestros bolsillos.

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