jueves, marzo 31, 2016

Vivir sin aeropuerto

Es quizás lo de menos tras una matanza tan salvaje como la del martes 15, que ha conmocionado todo y a todos, y de hecho la propia Bruselas ya vivió un experimento similar tras los atentados de París de noviembre. Si recuerdan entonces, la alerta terrorista que pretendía buscar al Abdeshlam, el terrorista huido (y que sí se encontraba en Bruselas) decretó un cierre de la ciudad. Metro, autobuses, espectáculos públicos, todo echó el cierre durante varios días y las consecuencias económicas fueron duras. Ahora se vive otra situación similar con el aeropuerto.

No se sabe cuándo podrá reabrir Zaventem, el aeropuerto de Bruselas. No es una instalación muy grande (estuve en ella hace ya algunos años) y menos si se tiene en cuenta el tráfico que soporta la ciudad, sede de muchas empresas y de dos grandes instituciones supranacionales, la UE y la OTAN. Desde los atentados se encuentra cerrado al tráfico civil y apenas es usado por algunos aviones de carga y avionetas y jets privados, que no suelen hacer uso de las instalaciones de la terminal. Peritos de todo tipo llevan desde el día del desastre inspeccionado en qué estado está la infraestructura, que parece que ha aguantado el impacto, y sobre todo, las instalaciones, mucho más dañadas. La explosión tuvo lugar en el hall de salidas, donde se encuentran los mostradores de facturación, antes en todo caso de la zona de controles de tarjetas de embarque. Las imágenes que hemos visto de la explosión son engañosas, porque el desplome del techo falso, que es muy aparatoso y lo cubre todo, pero que no es realmente grave, oculta a la vista lo que probablemente sean los daños más importantes. Cableados eléctricos, instalaciones de seguridad, sistemas informáticos, mecánica relacionada con la facturación de maletas y toda la logística del complejo… los daños pueden ser profundos y complejos para poder ser reparados en breve. De hecho, ocho días después de los atentados, el aeropuerto sigue cerrado, sin fecha prevista de apertura y con el mensaje de que, cuando esta tenga lugar, será a medio gas, empezando por unos servicios mínimos que irán ampliándose poco a poco. Mientras tanto, los que viajen a Bruselas tienen que acudir a aeropuertos auxiliares, como el de Charleroi, sito bastante al sur de la ciudad, mucho más pequeño que Zaventem, destino habitual de aerolíneas low cost, o terminales de Holanda, Alemania o Francia. Cada día que el aeropuerto cierra son muchos los millones de euros que la ciudad deja de ingresar, y son miles de personas las que, directa o indirectamente, carecen de un trabajo que está asociado a los vuelos. No pensemos sólo en los empleados directos de la terminal, de todo tipo de profesión, que se encuentran con su lugar de trabajo cerrado, sino en el movimiento que una terminal genera, enorme, a su alrededor. Taxistas, transportes públicos, consumos de agua y electricidad, reponedores, servicios auxiliares…. En una gran ciudad el aeropuerto es una de las mayores empresas de la misma, una de las que más empleo y riqueza genera, y de las más estratégicas en todos los sentidos. Un cierre parcial de algunas horas, que habitualmente se debe a causas meteorológicas, genera impactos perceptibles, aunque fáciles de absorber. Un cierre indefinido supone un serio problema económico cuyas consecuencias pueden ser extensas en el tiempo y en todos los sentidos imaginables. Piense usted, mismamente, en el cierre del aeropuerto de Madrid, desde donde escribo, o en el de su ciudad, si lo posee, e imagine.

Y luego están las consecuencias, profundas, derivadas del aislamiento. En un mundo como el actual, y para negocios, empresas e instituciones, volar es como ir de un portal a otro caminando por la acera. Cerrar esa vía supone aislar, en gran parte, a una urbe, a sus negocios y empresas. En estos momentos es cuando la tecnología para videoconferencias y demás encuentros virtuales puede mostrar toda su potencialidad, pero es obvio que una situación así supone algo muy serio. De momento no se puede salir volando de Bruselas, ni llegar a ella por avión. Y eso es algo muy anormal que sólo genera costes y problemas.

miércoles, marzo 30, 2016

No se inmolan. Asesinan

Créanme que, por un momento lo he intentado, aunque me ha dado vértigo. Hoy mismo, viniendo en metro al trabajo. Ayer, por un momento, en el autobús en el que recorría media España de vuelta a Madrid. O en un pequeño instante de aburrimiento en la deprimente estación de autobuses de Bilbao, sobre todo el Miércoles por la tarde, en un espacio abierto, concurrido y con cientos de personas y maletas. Por un instante me he planteado lo que debe pasar por la cabeza de alguien que, en breves instantes, no sólo va a morir. Va a matar. Y no he sido capaz de mantener el experimento más allá de unos segundos.

En el metro, quizás, es el lugar más fácil para pensar en ello, donde menos seguridad hay y puede haber, por definición. Con vagones atestados en hora punta, anonimidad máxima, caras que a veces se repiten pero que, en muchas ocasiones, no se volverán a ver. Pasillos estrechos, espacio subterráneo, alta densidad humana. El terrorista llega a su andén, sito algunas paradas antes del lugar en el que tiene pensado detonarse, quizás una estación, quizás en el túnel intermedio entre ellas. Espera pacientemente junto con otros muchos ciudadanos que, a esas horas de la mañana, medio dormidos, tratan de llegar a su trabajo. Leen, oyen música, pasan el rato, esperan en definitiva. Él es el único que está ahí con una misión, con una llamada. Frente a la irrelevancia de los impíos que le rodean, él cree saber que ese metro que llegará en segundos le conducirá al paraíso. Se oye un ruido en la estación y la cadena de vagones del convoy penetra, en medio de un estruendo de maquinaria y frenos. Detiene su avance y se abren las puertas, de las que sale un río de gente que se cruza con todos los que quieren entrar. El intercambio de personas se produce y, a una señal acústica dada, el metro cierra las puertas y reanuda su marcha, abandonando el andén de la estación, la última que pisará en su vida. En esos minutos, segundos, el terrorista sigue vivo, como todos los que le rodean, y puede ver sus rostros, ojos, expresiones. Durante unos instantes va a compartir existencia con aquellos a los que va a matar, siendo plenamente consciente de ello. Mira sus manos, que como las de los que le rodean, se agitan en el aire, sostienen cosas o aprietan botones y pantallas, y sabe que será un gesto de su mano el que las destroce todas. En ese último momento, ¿cruzará la duda por la mente del suicida? ¿Sentirá un resquicio de remordimiento por lo que va a hacer? o peor aún ¿Estará cada vez más convencido de su acto? Cuando me planteo la situación, me hundo en el vértigo propio de saber que mi vida desaparecerá, y soy incapaz de calibrar el daño que sería capaz de hacer a los que me rodean. Para el terrorista, que ya atisba la llegada de su objetivo, su vida ya ha sido entregada a lo alto, en un sacrificio supremo, en el que es el mayor de los pecados posibles, y sólo restan segundos para que su acción se lleve a cabo en plenitud, y el paraíso prometido supla a la vida vacía llena de miedo y temor, de infieles, de pecadores, de enemigos. Las promesas que su guía y mentor le ha hecho durante todos estos años se van a ver, por fin, hechas realidad, y sólo queda recitar en su interior una última oración de despedida de la vida terrena, de recibimiento de la plena celestial, y esperar ese fogonazo de luz que acabará con los impíos y le llevará al cielo prometido. Llega el momento, vislumbra el objetivo escogido, y su mano actúa sin vacilación ni miedo.

Define el diccionario de la RAE el término inmolarse con tres acepciones, todas ellas referidas al sacrificio de una víctima a una divinidad en provecho u honor de alguien o algo. Por ello inmolarse es, resumidamente, dar la vida por los demás. Se inmola aquel que, por ejemplo, muere salvando a otros en un incendio o una playa, o el padre que pierde la vida para salvar a la de su hijo. Los terroristas suicidas, que mueren y matan, no se inmolan. Asesinan con sus cuerpos. No les cedamos una victoria con el lenguaje, no ensuciemos el concepto de inmolación con su barbarie. Asesinos son. De una inimaginable crueldad.

miércoles, marzo 23, 2016

Los islamistas de DAESH arrecian su campaña de terror

Lo expresó muy bien el primer ministro belga Charles Michel cuando aún reinaba bastante confusión sobre la dimensión de los atentados de Bruselas. El país llevaba esperando bastante tiempo un desastre y, finalmente, los peores presagios se han hecho realidad. Con gesto serio, Michel apenas dio información pero dejó bien claro que las horas que restaban del día iban a ser las más duras. A medida que el balance de muertos subía y que las imágenes que, a cuenta gotas, llegaban a los medios de comunicación confirmaban estos augurios, las palabras de un desbordado primer ministro se convirtieron en descripción de impotencia y horror.

Resulta asombroso hasta qué punto es fácil matar gente y destruir la rutina de una gran ciudad, convirtiéndola en una ratonera. Apenas cuatro o cinco personas, dos objetivos sin control alguno, y sin posibilidad de tenerlo, unas cuantas bombas, la conciencia de entregar la vida por Alá, y se acabó. El desastre, la matanza, el horror. Bélgica, un país descontrolado, que ha sido escogido por DAESH desde hace tiempo como base operativa en Europa, vivió ayer sus horas más tristes y duras desde hace décadas por obra y gracia de unos malnacidos, sí, pero también de muchos otros que les han ayudado. No es necesaria una gran estructura logística para perpetrar algo como lo sucedido ayer, pero es evidente que esa organización existe, planea actuaciones, selecciona objetivos, y decide atacar cuando lo cree conveniente o posible. Algunos han relacionado lo sucedido ayer con la detención el fin de semana de Salah Abdeslam, el superviviente de los atentados de París. Y es posible que la orden de ejecutar el atentado se haya dado como respuestas a esa detención, pero el trabajo previo estaba hecho desde antes. Es como si DAESH tuviera organizados ya varios atentados, objetivos, pruebas de fuerza. Todo está testado y comprobado, y el día que me apetezca, hago la llamada o el acto que sirva de contraseña y lo pongo en marcha. La eficacia de la organización y el apoyo que posee, con cientos de fanáticos convencidos resulta asombrosa a la par que atemorizante. Asusta mucho también ver cómo DAESH responde ante las medidas de seguridad que se implantan y aprende (evoluciona, podría decirse). Si aumentamos los controles de acceso al embarque de los aviones y todo lo relacionado con el vuelo, no hay problema, nos hacemos estallar en el interior de la terminal, que es un lugar de acceso público, y que tiene víctimas potenciales en igual medida, y con el efecto deseado de dejar el aeropuerto fuera de juego. Si aumenta la vigilancia en centros de transporte colectivos, no hay problema, escojo una simple parada de metro, muy transitada, en la que por definición la vigilancia no puede ser intensiva, y cargo con una maleta explosiva y me detono, y se acabó el tren y, de paso, derrumbo el transporte público de la ciudad y la colapso. El mensaje de estos atentados es demoledor. No importa dónde y cuánto aumentéis las medidas de seguridad. Sabemos, al igual que lo sabéis vosotros, que la seguridad absoluta no existe, que las concentraciones de personas son inherentes a una gran ciudad, que los lugares públicos no pueden ser controlados, que las brechas de seguridad existen en todas partes, y que tarde o temprano nos colaremos por una de ellas. No hay posibilidad de frenar una riada de terror que, como el agua, no deja de buscar agüeros por donde meterse y que, finalmente, siempre los encuentra.

La única manera de evitar atentados como estos es el trabajo previo, el de las fuerzas y cuerpos de seguridad y de inteligencia, el de miles de horas de profesionales que espían, escuchan, siguen pistas y sospechas, y pueden llegar a desarticular células y comandos antes de que actúen, como una seguridad activa. Pero aunque detengamos a miles de ellos, basta con que uno se nos escape para que pueda hacernos llorar a todos de rabia e impotencia. El mensaje que, en un día como hoy, hay que gritar alto y claro es que no nos vamos a rendir. Que nos harán llorar una y mil veces, pero que no nos vencerán nunca. Que nuestras víctimas son la fuerza que nos impulsa para resistir.


Subo a Elorrio a pasar los días festivos y me cojo Lunes y Martes de la semana que viene, por lo que si no hay sorpresas, hasta el Miércoles 30. Disfrute, descansen, ojo a la carretera y, dado que hay malos profesionales entre nosotros, sean ustedes los buenos.

martes, marzo 22, 2016

Obama hace historia en Cuba

Abusamos del adjetivo histórico, lo sometemos a una inflación desatada que lo devalúa hasta el extremo y muestra lo corta que es nuestra mira y perspectiva. Sin embargo esta vez merece ser empleado, porque han transcurrido ochenta y ocho años, casi un siglo, desde la última vez que un presidente de EEUU, el ya olvidado Calvin Coolidge, visitó Cuba, el gran país vecino del Caribe. En aquel caso se trató además de un encuentro de grado menor enmarcado en una visita de otro tipo. Ahora la visita tiene todo el rango posible y, dada la coyuntura, relevancia. Sus posibles frutos, eso es otro tema, están por ver.

Obama pasará a la historia de los presidentes de los EEUU, al menos, por Cuba. Tras más de medio siglo de política de bloqueo, que se ha mostrado muy acertada si lo que se pretendía era que el régimen de los Castro se mantuviera, decidió el presidente norteamericano hace caso a Einstein y, para obtener resultados distintos, llevar a cabo políticas diferentes. Hace ya más de un año que, en un discurso simultáneo, Obama y Raúl Castro anunciaron, de civil y de militar, cada uno mostrando en su estética cual es la fuente de su poder, el surgimiento de un nuevo tiempo en las relaciones entre ambos países. Tras meses de negociaciones vimos como en 2015 se inauguraban embajadas en Washington y La Habana, y era sabido que Obama visitaría la isla antes del fin de su mandato. Esa vista empezó en la noche del Domingo, hora española, y acabará hoy, tras dos días de estancia en la capital, con un encuentro con la disidencia. Ayer tuvo lugar la reunión más esperada, entre Raúl Castro y el presidente, con rueda de prensa incluida, que ofreció la posibilidad, inédita, a los periodistas allí presentes de hacer preguntas a un Castro, y que un Castro dictador las contestase, bien que a su manera. ¿Qué busca EEUU en su nueva política a Cuba? Lo mismo que siempre y lo que deseamos todos, la caída del régimen de los Castro, la llegada de la libertad a la isla y el desarrollo económico de la perla del Caribe, del que los norteamericanos, obviamente, pretenden sacar tajada. La idea base es que, tras décadas de bloqueo, nada ha cambiado en el interior del país. La represión se mantiene, el régimen se ha convertido en una dictadura hereditaria, de momento entre hermanos, y la pobreza en la que viven los cubanos es ya de dimensiones siderales. La experiencia dicta que un desarrollo económico suele ir acompañado de demandas de libertad, y por ello la táctica que explora ahora Washington se basa en las zanahorias diplomáticas, que a su vez permitan que la economía cubana pueda resurgir, y con ello la población, más autónoma y libre, empiece poco a poco a rebelarse, en serio, contra la dictadura. Quizás piensen los gerifaltes de Washington en un proceso similar a España, en el que el desarrollismo debilitó las bases de la dictadura, y la muerte de Franco dio paso a un proceso de transición en el que la sociedad tomó las riendas de un país que, durante décadas, estuvo amordazado. Hay también contraejemplos a esta teoría, quizás el más relevante sea China, donde el crecimiento económico, de momento, no logra desbancar al Partido Comunista del poder omnímodo, pero lo cierto es que hasta ahora, la política norteamericana con Cuba sólo ha servido para fortalecer al régimen, vía la creación de un maligno enemigo exterior contra el que volcar la ira popular. Está por ver si la nueva estrategia funcionará y si tendrá continuidad, dados los cambios que puede sufrir la política norteamericana y el peso del exilio cubano en el país. En todo caso el proceso está en marcha y, como en la jardinería, habrá que esperar a ver si da fruto o no.

Una nota obligada sobre el nulo papel de España en este proceso. Asentadas las empresas turísticas nacionales en cuba desde hace años, contando con una ventaja enorme respecto a sus futuras competidoras, y con los amplios y fraternales lazos que unen a ambos países, resulta descorazonador comprobar que la diplomacia y política española no ha pintado nada, ni antes ni ahora, en este proceso de cambio que se vive en la isla. Podíamos haber sido un mediador privilegiado, un interlocutor de confianza, pero no hemos jugado ningún papel. No deja de ser triste y, también, revelador, tanto de nuestra insignificancia como, sobre todo, el nulo interés que prestamos a estas cuestiones. Vivir de espaldas al mundo exterior es un inmenso error en el que no podemos seguir incurriendo.

lunes, marzo 21, 2016

Otra carretera con flores en el arcén

Viajo bastante en autobús de línea. Al menos, una vez al mes, subo a Bilbao para llegar a Elorrio y retorno a Madrid. Son ochocientos kilómetros de ida y vuelta entre ambas capitales, más los ochenta que hay para ir y volver desde Bilbao a Elorrio. Este Miércoles volveré a hacer ese mismo trayecto para pasar unos días de Semana Santa. Nunca en estos años he tenido un susto en la carretera digno de mención. Apenas algún frenazo de esos derivados de un cambio de carril a la entrada o salida de Madrid. Años, miles de kilómetros, no los he contado en su totalidad, en la más plácida y aburrida de las travesías. Y que siga así.

Pasando por las carreteras uno encuentra, de vez en cuando, monolitos o altares improvisados, de mayor o menor porte, pero casi siempre adornados con flores frescas, puestas ahí por familiares o amigos de quien, en un momento dado, se estrelló en ese punto y se mató al volante. Si pusiéramos un mapa de España y señalásemos todos esos puntos convertiríamos a la red de carreteras en un rosario de víctimas, de túmulos y memoriales. Cuando de pequeño pasaba por alguno de esos lugares me extrañaban, me parecían sitios inhóspitos para velar a un ser querido, carentes de todo recogimiento, pero eran el lugar exacto en el que la vida de alguien se fue. Y para los suyos eso era lo más inhóspito, no el decorado. A veces, cuando el suceso había sido reciente, aún podías apreciar en la carretera la traza de los neumáticos que, de repente, pintaban el asfalto, fruto de una frenada tardía que ya poco pudo hacer. Con los guarda raíles arreglados tras el accidente, siempre quedaban algunos restos de cristales, hierros y matojos de hierba arrancados, señales de un choque violento, que poco a poco eran barridos por la lluvia y el tiempo. Pero ahí permanecía siempre el altar que recordaba el suceso. En mi familia nunca hemos tenido que lamentar la muerte de ninguno de los nuestros en la carretera, una muerte siempre sorpresiva y traicionera, pero sí conozco a personas a las que el asfalto se les ha llevado lo más querido. Y siempre el ritual, supongo, es similar, con una llamada sorpresiva, no esperada, habitualmente nocturna o próxima al amanecer si se trata de chavales jóvenes, en la que una voz a la que nunca has oído te empieza a contar cosas que nunca hubieras deseado escuchar. Esa voz no es sino un transmisor, un pregón, un pájaro de agüero funesto. Y luego el ritual de angustias, lloros, emociones, incomprensiones, infinitas preguntas por saber qué es lo que ha pasado, si iba sólo o no, si conducía él o lo llevaba alguien, si es el único fallecido o la desgracia es compartida. Todo el significado de la palabra accidente agolpado en preguntas que no pueden ser respondidas en ese momento y que, cuando lo sean, ya para nada servirán, porque el duelo ya se habrá instalado en el alma de las familias y amigos. Y llegará el día de los funerales, y luego, no se cuándo, si poco o mucho después, algunos familiares y amigos emprenderán el viaje hasta la curva, la recta o el cambio de rasante, y pondrán allí flores y piedras, honrando memorias perdidas, y ese punto kilométrico se transformará en altar permanente, en otra cuenta del rosario infinito que nos recuerda como las carreteras sirven para ir de un lado a otro pero, también, para descansar eternamente en ellas.

Este fin de semana el kilómetro 333 de la AP7 en Tarragona se ha convertido en cementerio improvisado, en el lugar en el que un absurdo accidente (¿cuál no lo es?) ha segado la vida de trece chicas estudiantes de erasmus que venían, junto con un montón de amigos, de disfrutar de las fallas. En pocos meses esto ya no será noticia, pero a buen seguro no faltarán ya flores en ese lugar, venidas muchas del extranjero, de donde son las fallecidas, provenientes algunas de los lugareños que han ayudado en las tareas de rescate y acogida de víctimas y familiares. Todas esas flores recordarán esta tragedia cuando ya sólo los allegados la recuerden. Flores que no se marchitan nunca.

viernes, marzo 18, 2016

Se agrava la crisis en Brasil

Brasil ha sido, tradicionalmente, un gigante con pies de barro. Poseedor de una dimensión continental, riqueza infinita de recursos e inmensa población, la desigualdad y la corrupción política  han sido desde siempre lastres que han impedido el desarrollo del país, en el que la pobreza es una característica imposible de eludir, más allá de imágenes bucólicas de playas y señoritas de más que buen ver. Su inclusión en el grupo de los BRIC y su catalogación como emergente hace un par de décadas lo colocó, por fin, en los ojos de inversores internacionales, y poco a poco, su economía empezó a despegar.

La crisis de 2008 supuso, curiosamente, la puesta en marcha de la economía brasileña en formato cohete. Refugio de inversiones y destino de inmigración de muchas naciones europeas, la economía carioca se vio muy beneficiada por el auge de China, su principal cliente, comprador de todo tipo de recursos del apabullante sector primario local. Minería, petróleo, cosechas y cultivos, ganadería... Brasil produce cifras estratosféricas de proteínas y materias primas que el gigante chino devora con fruición. Esta simbiosis disparó la economía brasileña, redujo el paro, favoreció la inversión pública y generó unas tasas de crecimiento que, poco a poco, empezaron a reducir la pobreza local. Parecía que, por fin, Brasil escapaba de sus maldiciones de décadas pasadas para convertirse en una potencia global, dotada además de una muy buena imagen exterior, asociada a la samba, el carnaval y la buena vida (aunque reitero, sea una imagen engañosa). La concesión a Rio de Janeiro de los Juegos Olímpicos de 2016 (la primera gran derrota de Madrid en esa carrera) fue el espaldarazo definitivo por parte de la comunidad y economía global a un Brasil que encarnaba el triunfo. El tiempo ha demostrado que no todo relucía tanto como el oro que se buscaba en algunas minas de la Amazonía. La entrada descontrolada de capitales en el país no fue bien absorbida y muchos, o se desperdiciaron en inversiones faraónicas de nulo resultado o fueron a alimentar tramas corruptas o se perdieron por el camino. Los años de bonanza, de intenso viento de cola, debieron ser aprovechados para reformar la economía local y dotarla de dinamismo de cara a tiempos más oscuros, pero como sucede siempre en todas las fiestas económicas (y de eso sabemos muy bien en España) las oportunidades de cambio en los ciclos ascendentes nunca se aprovechan, y cuando llega el descenso siempre nos pilla a contrapié. La fortaleza del dólar, la debilidad china y el descenso del precio del petróleo son un cóctel amargo para Brasil, que ha provocado fugas de capitales que han huido en masa y quiebras en grandes empresas constructoras y ligadas a la exportación. La bancarrota del imperio de Eike Batista, el entonces empresario más rico del país, producida hace pocos años, fue una señal que indicaba lo que podía acabar pasando, y que muchos no quisieron ver. En estos momentos Brasil sigue en recesión técnica, con descensos del PIB que, en tasa interanual, se sitúan en el entorno del 3%, y sin visos de mejora significativa en el medio plazo. La crisis económica ha sido la espoleta que ha detonado la bomba política, generando aún mayor inestabilidad y ofreciendo día sí día también la imagen de un país que se tambalea, y que como en décadas pasadas, ofrece la peor de sus caras, la derivada de una sociedad aún muy desigual, con una estrecha franja de clase media que no parece ser suficiente para aportar la estabilidad debida a un régimen político y social que sea estable.

El patético vodevil organizado por la decrépita presidenta Dilma Rouseff y el expresidente Lula Da Silva, antaño figura adorada, hoy cazado en tramas corruptas, es el último de este proceso en el que la credibilidad de las instituciones y la capacidad de las mismas para regenerarse y volver a gobernar el país cada vez están más puestas en entredicho. Con unos juegos olímpicos este verano que pueden ser el escaparate de un amargo país, y muchas inversiones de empresas españolas atrapadas en una economía que no responde, Brasil corre el riesgo de convertirse en sinónimo de problema. Ojalá no sea así, porque el país tiene toda la potencialidad imaginable para afrontar estos retos, pero a día de hoy el panorama es bastante sombrío.

jueves, marzo 17, 2016

Los jefes del campo

Tristemente, hay muchas escenas donde poder escoger. En una de ellas se ve a un chico alto prendiendo fuego a un billete, parece que de cinco euros, mientras las mujeres lo rodean. Se ve al cara sonriente del incendiario y las espaldas de las desesperadas señoras, cuyos rostros no apreciamos pero podemos intuir. El chico agita el billete a medio quemar y lo suelta desde lo alto, cayendo a un suelo desde donde es cogido por las mujeres que, desesperadas, tratan de recuperar algún resto del mismo entre las cenizas y la descomposición. Es casi seguro que nada de valor pudieron salvar. El chico observa, encantado, el espectáculo.

Al ver estas y otras imágenes, sucedidas la tarde del martes en la plaza mayor de Madrid, protagonizadas por jóvenes holandeses y mujeres rumanas, la indignación ha acudido a la mente de todos, y los mensajes de protesta no se han hecho esperar. Bien por lo que protestan, mejor aún por los que, al parecer muy pocos, se enfrentaron o recriminaron a los holandeses su actitud, pero mal, muy mal, por todos nosotros, porque esas imágenes vuelven a retratar el monstruo que anida en cada uno de nosotros, la fiera que años de educación y socialización tratan de aplacar, de domesticar, y que apenas un par de copas y la indiferencia pública son capaces de despertar nuevamente con toda su fuerza y crueldad. Nada, en el fondo, diferencia esas escenas a las que podemos ver en los documentales de la Segunda Guerra Mundial referidas a los campos de concentración, o las que más recientemente contemplamos de soldados norteamericanos vejando a civiles y presos iraquíes en Abu Graib, o de las imágenes que no hemos visto, pero que se denuncia, de abusos por parte de tropas de la ONU, los cascos azules, en misiones de paz en medio mundo. Nada las diferencia, créanme. El grado de sadismo o de violencia empleada sólo indica el ritmo al que gira el motor del odio y de la superioridad, la intensidad con la que pisamos el acelerador, pero en todos los casos el mecanismo que provoca esas infamias es el mismo. La superioridad, el sentirse más que el otro, el considerar al otro como algo inferior no ya a mi mismo, sino como algo no humano, como un animal de feria, como un bicho, como una cosa con la que puedo jugar, reírme, disfrutar, abusar y romper como si nada pasase, como un residuo que se puede eliminar, destruir, limpiando así el entorno en el que yo, quien sí vale, quien sí posee, quien sí merece, ocupa. Una vez que la mente se ha acostumbrado a esta idea, el grado de incivismo, de salvajismo… no, de humana crueldad que se puede alcanzar no tiene límites posibles. Pegar, violentar, violar, matar, abusar, etc, son verbos que miden escalas de graduación en el acto de superioridad que ejercemos sobre los demás- En esas escenas del martes en Madrid los “jefes” se quedaron satisfechos con sus chanzas y mofas, quizás porque estaban en un entorno público en el que tampoco se iban a desatar del todo, pero ¿se imaginan ustedes de lo que hubieran sido capaces de no sentirse observados? ¿de estar en un territorio propio, sin control social alguno? Seguro que más de uno prefiere no hacerse siquiera estas preguntas por miedo a que la respuesta empiece a escaparse a terrenos de oscuridad tan espesa como, tristemente, humana.

Por eso, es importante que al ver estas imágenes nos sintamos mal, que entendamos por qué nos sentimos mal, pero eso no basta. Como en tantas y tantas ocasiones en la vida e historia, el mal no ha triunfado tanto por el hecho de que los malos lo hayan ejercido como por la desidia de los buenos, que no han defendido a los que debían. En campo libre el mal no encuentra frenos. Si algunos valientes se hubieran encarado ante los holandeses y les hubieran reprochado su actitud, probablemente el episodio no hubiera ido a más. Ahora vienen unas preguntas muy incómodas. ¿Lo hubiera hecho usted? ¿Lo habría hecho yo? Y para contestar no acudamos a lo políticamente correcto. Tomemos un tiempo y pensemos, con nuestra propia oscuridad presente.

miércoles, marzo 16, 2016

Política en serie

Ayer, en un bar de Malasaña, centro de Madrid, tuvo lugar una charla sobre política y series de televisión, con motivo del libro que libros.com está a punto de publicar al respecto. Moderado por Pablo Simón, uno de los creadores de la web Politikon y afamado politólogo, el acto consistió en coloquio moderado por Pablo, en el que tres de los autores trataban de responder las preguntas que él les lanzaba, y posteriormente el público tuvo la oportunidad de hacer preguntas, comentarios y sugerencias. No estuvimos más allá de las cuarenta personas, creo, y lo cierto es que buen rato que allí pasamos, cerca de dos horas, estuvo repleto de intervenciones sensatas, con mucho conocimiento de causa y bagaje. Aprendí mucho.

No se si estamos en medio de una burbuja de series, aunque algunas cifras que leí la semana pasada que contabilizaban en torno a las cuatrocientas las estrenadas esta temporada en EEUU podría indicarnos que sí, porque es realmente difícil que haya mercado para tanta producción. Es cierto que el canal de emisión se ha diversificado mucho más allá de la televisión, pero conseguir una masa crítica de espectadores que consiga hacer rentable el producto es, como siempre, un reto que a priori no se cumple. En lo que hace al subgénero de las series políticas, quizás sea en España donde ahora nos estamos fijando más en ellas, sobre todo desde que la inestabilidad económica nos ha traído la política, como una tercera o cuarta derivada de esa crisis que todo lo ha trastocado. En tiempos de dirigencia revuelta la ficción acude y nos muestra ejemplos de cómo pactar o acceder al poder y gestionarlo desde puntos de vista complejos, desde ópticas que no son novedosas, pero que sí se nos muestran como tales. Las tres series más citadas ayer, entre decenas de ellas, fueron El Ala Oeste de la Casa Blanca, House of Cards y Borgen. La primera de ellas es de hace algunos años, pero sigue siendo plenamente vigente, no tanto porque muestra una visión hasta cierto punto idealizada de la política, del servicio público, sino porque es, en mi opinión, la perfecta escuela para aprender cómo funciona un sistema parlamentario presidencial, cómo se organiza el poder y sus contrapesos, cómo las pulsiones personales entran en disputa frente a los objetivos políticos y, desde luego, para demostrar que los dirigentes, muchas veces, no saben ni tienen los resortes necesarios para actuar frente a los problemas que enfrentan, pese a que el aura de poder que les rodea lleve a suponer a muchos que a sus aledaños yacen que son capaces de todo. House of Cards es, por así decirlo, el reverso tenebroso del Ala Oeste, y es también a mi entender fruto de la crisis, del descreimiento de la política por parte del ciudadano que acuda a Washington, La Moncloa o cualquier otro signo de poder establecido de servirse sólo a sí mismo, no a los electores. Ante ese cinismo desatado en la ciudadanía, Frank Underwood, encarnado por Kevin Spacey con maestría, ofrece un personaje cruel, sádico, sin escrúpulos, y sin adversarios creíbles. La fascinación del mal que arrasa en una audiencia que lo odia pero no puede evitar admirarlo. La danesa Borgen, por su parte (línchenme, admito que no la he visto aún) muestra las negociaciones, la política de pactos, la necesidad de acordar en una sociedad compleja, dividida, en la que los referentes se han diluido y las mayorías son mero recuerdo de un pasado, que algunos añoran, pero que no volverá por bastante tiempo. El hecho de que ahora en España estemos en una situación tan parecida (aunque ya podríamos parecernos también a Dinamarca en otras cuestiones) ha elevado esta serie a visión obligada para los que quieren entender el contexto de donde nos encontramos. Ya tengo deberes.

Leí una vez, no me acuerdo donde, que la prensa no es sino la crónica diaria de la lucha por el poder. Ese relato, extendido en el tiempo y con argumentos cerrados, es lo que muchas de las series políticas ofrecen hoy en día, inspirándose todas ellas más o menos en los modelos que el gran Shakespeare dejó escritos ahora hace cuatrocientos años. Y es que las pulsiones por el poder, las ansias que desata, los efectos que genera en las personalidades, y el irrefrenable atractivo que produce su conquista son eternos. El bardo los versó como nadie. Y quizás hoy se interpretan para la pequeña pantalla como nunca. Eso sí, recuerden que en la vida real no hay guionistas. Por eso seguirla día a día es aún más apasionante.

martes, marzo 15, 2016

Cinco años de guerra en Siria

Si recuerdan, quizás ya no, hace algunos años hablamos mucho de las primaveras árabes, aquellas revueltas que comenzaron en un puesto de verduras en Túnez y convulsionaron toda la geografía árabe desde Túnez hasta Yemen, pasando por Egipto, Libia y otras muchas naciones. Pobreza, regímenes despóticos, ansias de libertad y necesidad de escapar de la triste y sometida vida de la mayoría de las poblaciones de estas naciones confluyeron, junto al uso de internet, para crear un movimiento de protesta que fue visto por occidente con recelo y optimismo. Años después, si exceptuamos a la valiente Túnez, el panorama de la zona es para llorar y no parar de hacerlo.

Hoy, hace cinco años, en Damasco, por aquel entonces una bulliciosa, turística y atractiva ciudad, una manifestación en contra del régimen de Bashar Al Asad, pidiendo libertades, un contagio de esa primavera que comentaba, fue duramente reprimida por la policía del régimen, causando algunos muertos y sirviendo, en su conjunto, de mecha para el inicio de unas hostilidades que no tardarían en convertirse en una de las guerras más sangrientas, infames, sucias y oscuras de las últimas décadas. Todos esos adjetivos son comunes a la mayor parte de las guerras, pero es en la soleada Siria donde adquieren todo su sentido. Es imposible saber lo que pasa en el terreno, en un mundo en el que la tecnología nos permite acceder, desde la palma de nuestra mano, a toda la información del mundo, porque los periodistas y demás profesionales de la comunicación han huido de un terreno en el que su vida vale menos que la de cualquier insecto. Asesinar o secuestrar periodistas (siguen retenidos varios españoles, mi recuerdo y apoyo a ellos y sus familiares) se ha convertido en algo muy habitual en Siria, y por ello los frentes y las batallas que allí se libran se conocen por ecos, por relatos de testigos que logran huir, pero sin que realmente sepamos nada a ciencia cierta. Es una guerra muy sucia, en la que todos luchan contra todos, en la que el régimen de Damasco recibe pocos apoyos internos y muchos internacionales, los opositores moderados, por llamarlos de una manera, no logran unificarse ni lograr un apoyo decidido de potencias extranjeras, y donde el islamismo, el mismo que al final trató de hacerse con el concepto de la primavera árabe, y casi lo consigue, campa a sus anchas, dividido en grandes facciones como Al Nusra, la versión local de Al Queda, o el maldito DAESH, que ha convertido a parte de Siria y de Irak en su territorio. Imaginar el tablero de guerra sirio es situarse en un terreno inhóspito, de ciudades aisladas en medio de la nada, unidas por corredores de comunicaciones, sobre las que tres, cuatro o cinco bandos se enfrentan mutuamente en una guerra de todos contra todos, donde el objetivo es matar y destruir a todo lo que se ponga por delante. Las estimaciones cifran en los trescientos mil el número de muertos, aunque es difícil precisarlo. El número de heridos es una cifra mágica, que puede llegar fácilmente al millón pero nadie es capaz de precisarla, y son muchos, muchos millones, los que han escapado del infierno en el que se convirtió su país, en un proceso que, con sus muchas diferencias, me recuerda a los sucedido en España en la guerra civil, otro enfrentamiento cruento y salvaje en el que el que podía huía y el que no trataba de sobrevivir por encima de cualquier otra cosa. De esos millones de refugiados sirios nada nos ha importado en estos años. Nada.

Algunos me dirán que esto último no es cierto, que llenan portadas y titulares informativos, y es verdad, pero lo hacen desde el momento en el que la marea migratoria de supervivientes logró acercarse a las fronteras de la UE, una vez que era imposible de contenerse en los países vecinos, convertidos en gran parte en improvisados y abandonados campos de refugiados donde millones de sirios se hacinan, se levantan cada día con el objetivo de que ese no sea el último de sus vidas, y nada esperan ya de un país en el que vivían, bien, mal o peor, pero que era suyo. Ahora Siria no existe como tal, y sigue siendo una quimera esperar un acuerdo de las conversaciones que se desarrollan en Ginebra. Desde hace cinco años Siria es el espejo que nos devuelve lo peor de nosotros mismos. La imagen del infierno que somos capaces de crear en la Tierra.

lunes, marzo 14, 2016

El mal se acerca al poder en Alemania

Ayer por la tarde acudí pronto, para coger algo de sitio, al concierto que se celebraba en una céntrica iglesia, dentro del programa de música sacra de este año. La violinista Lina Tur Bonet y Alchemica Lira ofrecían la primera parte de las sonatas del Rosario, de Biber (hoy interpretan la segunda) en una velada que resultó preciosa y muy instructiva. De mientras eso oía, el mundo ahí fuera se torcía, de manera imprevista, con atentados en Ankara y Costa de Marfil, y de manera ya predicha, tras el recuento de los votos en las elecciones de tres de los estados federados alemanes, donde las encuestas predecían, y acertaron, el ascenso de la extrema derecha.

Se mire por donde se mire, el resultado electoral alemán es un absoluto desastre. Estaban en juego tres estados, de nombres tan complejos como sonoros. Sajonia-Anhalt, Baden-Wurtemberg y Renania-Palatinado, y en todos ellos el partido extremista Alternativa por Alemania, AfD, ha alcanzado excelentes resultados. Son doce millones de ciudadanos, sobre más o menos ochenta millones, los afectados por estos comicios, por lo que la radiografía que muestran es significativa del estado del país. Y esa radiografía indica miedo. Miedo al extranjero, al extraño, al inmigrante, al que llega, al nuevo. Y castigo, impulsado por ese miedo, a las formaciones gobernantes, a los partidos clásicos, a los que, desde Berlín, dirigen a la nación. Los grandes derrotados de esta noche han sido el SPD, los socialistas, que han sufrido un varapalo tremendo, y la CDU, los conservadores de Ángela Merkel, que también ha perdido muchísimo voto. Más allá de la curiosa victoria de los verdes en Baden-Wurtemberg, el mensaje es claro. Los miles de inmigrantes que desean llegar a Alemania huyendo de la penuria, de la guerra y de la muerte no deben hacerlo. Desde hace meses el movimiento Pegida se manifiesta en numerosas ciudades alemanas exhibiendo proclamas nacionalistas y de corte xenófobo, luchando contra las políticas de integración que, desde el verano, han sido la bandera que ha enarbolado Merkel sin disimulo. Sus movilizaciones despertaban el fantasma de ese miedo al otro, al que podemos echarle las culpas de sus errores y, sobre todo, los nuestros, y evocaban escenas de épocas pasadas, que se creían olvidadas. Dado su mensaje, corto es el camino entre esas movilizaciones a la violencia. Y así empezamos a ver en torno a la navidad las noticias sobre asaltos a albergues de refugiados y el incendio de los mismos. Los sucesos de Nochevieja en Colonia y otras ciudades, con violaciones en masa, achacadas en un principio a bandas de inmigrantes, aunque luego se ha sabido que eran la minoría entre los asaltantes, dispararon la tensión, fueron gasolina para movimientos como Pegida, y llegamos a contemplar como hordas salvajes saltaban de alegría ante albergues incendiados e impedían que los bomberos hicieran su trabajo. AfD, lentamente pero sin descanso, ha ido capitalizando este brote social de descontento, y en la primera oportunidad electoral que ha surgido desde que estalló el tema de los refugiados ha logrado unos resultados electorales que, extrapolados a nivel nacional, y a un año de las elecciones a la cancillería, resultan espeluznantes. No han supuesto sorpresa alguna, porque las encuestas, que apuntaban a registros extremistas menores, ya señalaban que había un voto oculto ultra esperando. Pero han dejado helados a todos, como ese viento frío que esta mañana barre Madrid.

¿Y ahora qué? Buena pregunta. Merkel se enfrenta a un terrible dilema. Sabe que por humanidad y por intereses propios la llegada de inmigrantes es una posible solución al problema demográfico al que se enfrenta el país, y que esos miles de refugiados pueden ser los próximos trabajadores y cotizantes alemanes. Pero también sabe que ese proceso será lento, costoso y difícil de controlar por parte de los varios gobiernos que tengan que hacerle frente. Y desde hoy sabe, aunque lo intuía, que le cuesta votos. Otra vez un político debe enfrentarse a la elección entre lo que sabe que debe hacer porque es su deber frente a lo que tiene que hacer para ganar las elecciones. ¿Qué hará Ángela? Su futuro, y el de Europa, vuelve a estar en su mano. Que acierte.

viernes, marzo 11, 2016

Y Draghi cogió su fusil

Sorprendió a todos ayer el amigo Mario. Les comentaba en el artículo del jueves que se esperaban palabras y medidas por su parte, pero no tantas. La decisión de bajar los tipos al 0% es simbólica en lo monetario, dado que estaban en el ya ínfimo nivel del 0,05%. Bajó a también la tasa de depósito en el BCE, que es lo que paga a las entidades por dejar el dinero allí, del -0,3% al -0,4%. Este “menos” por delante significa que les cobra a los bancos por el dinero que allí depositan. Y avisó de que va a comprar más títulos en su plan de expansión QE, durante más tiempo, y de entidades no sólo financieras. Draghi se desmelenó del todo.

Sin embargo, si uno analiza con cuidado lo que ayer hizo el BCE y el discurso que Draghi mantiene desde hace meses, puede traducir las medidas de ayer no tanto como un grito de ánimo a la economía como un grito de desesperación. Algo así como “yo ya no puedo hacer nada más, os toca a vosotros!!!!” dirigido a los gobiernos y demás agentes económicos de la eurozona. La bolsa reaccionó disparada al conocer las noticias, rozando subidas del 4%, pero luego entendió ese mismo mensaje de desesperación y se desinfló por completo, cerrando plano el Ibex y bajando más de un 2% el parqué alemán. Los mercados conocen los datos que maneja Draghi, quizás un poco más tarde de que sean vistos en la nueva torre de Frankfurt, pero saben que pintan mal. Saben que la desaceleración global empieza a coger tintes de crisis, que afectará más o menos, pero en todo caso, a las naciones de la eurozona, y que para hacerle frente las políticas monetarias laxas pueden ser, quizás, condición necesaria, pero es seguro que no suficiente. Desde 2012 Draghi está haciendo todo lo posible para alentar el crecimiento en Europa, pero parece que lo único que logra es comprar un valiosísimo tiempo que los agentes no utilizan para reformar economías que necesitan ajustes y cambios estructurales muy serios para ser competitivas. Las condiciones de financiación que otorga el BCE son las mejores posibles para afrontar ese reto reformista, pero si no son utilizadas, no valdrán de nada. Draghi empieza a desesperarse, y cada vez hay más gente que así lo percibe. Sus llamadas de aviso caen en saco roto, y juega a un juego muy peligroso de desconocidas consecuencias. Mientras se desaprovecha ese tiempo que el compra, las distorsiones en los mercados financieros que provocan sus medidas no dejan de crecer, y como pasa en medicina, todo tratamiento de choque puede acabar provocando reacciones agresivas por parte de un cuerpo enfermo. El arsenal con el que cuenta el BCE está casi liquidado, sólo le falta ingresarnos directamente a los ciudadanos euros en nuestras cuentas corrientes (no lo descarten al paso que vamos) pero la atonía de los precios se mantiene, las ventas caen, las expectativas de crecimiento son bajísimas, el frenazo chino se acentúa, y una posible recesión en EEUU que tantos analistas proclaman se quedarían sin posibles respuestas por parte de una institución monetaria que, sinceramente, ya hace mucho más de lo que puede y, para muchos, debe. Draghi dispara con bazuca, sí, pero nadie avanza con él en la guerra contra la crisis.

En la Europa de hoy las disensiones políticas, el populismo que amenaza con hacerse con gobiernos o, como poco, paralizarlos, las tensiones derivadas de la gestión de los refugiados y la amenaza que supone, entre otras cosas, al espacio Schengen (vital para el funcionamiento del euro) el problema del Brexit y la parálisis de las instituciones comunitarias, la sensación de que ante los problemas las naciones europeas recurren a las vallas y a echar la culpa al vecino… Ninguno de estos problemas puede solucionarlos Draghi, ni el BCE. Su varita mágica da hasta donde da, y el hecho de que la invoquemos frecuentemente con esa expresión de cuento indica hasta qué punto estamos ajenos a una realidad que nos sobrepasa. Draghi, desde su torre, grita, pero por el miedo ante el peligro que detecta. Y está sólo.

jueves, marzo 10, 2016

El absurdo del Euríbor en negativo

Hoy se reúne en Frankfurt el BCE, y volverá a decidir sobre los tipos de interés, que muy probablemente sigan invariables en mínimos, y tendrá que pronunciarse sobre la convulsa actualidad económica. Tras un devastador inicio de año en los mercados, se ha dado una media vuelta desde, aproximadamente, un mes, y se han recuperado parte de las pérdidas, aunque no todas. La volatilidad sigue presente y las incertidumbres que hace poco eran comentadas por todos, pese a que no se mencionen en las últimas semanas, no han cambiado para nada. Quizás permanecen agazapadas esperando el momento para dar otro zarpazo.

Consecuencia de todas las medidas adoptadas por el BCE y demás instituciones para tratar de salir de la crisis, de la que puede que hayamos escapado, pero siendo más pobres y muy diferentes ha como entramos en ella, una de las más significativas es el derrumbe de los intereses, y cómo eso afecta a la vida real. Todos han caído, tanto los que oferta el banco a los clientes por sus depósitos como los que cobra por los créditos, aunque en el caso de los créditos al consumo siguen siendo muy elevados (recuerden un consejo, salvo extrema necesidad, nunca los pidan, salen carísimos). Hasta hace poco meter el dinero en casa bajo el colchón era sinónimo de comportamiento carca y desfasado, y perdedor, porque se perdía la remuneración que otorgaba el banco y la inflación se comía el efectivo. Ahora la inflación está en negativo en muchísimos productos e indicadores, y los bancos ya no dan nada más allá de juegos de toallas o accesorios para móviles. Al paso que vamos acabarán cobrando por depositar el efectivo en ellos, y el señor del colchón adquirirá el estatus de gurú financiero, y su posición “sólida” será muy rentable. Vivir para ver. Pero sin duda, lo más asombroso de todo es asomarse a un indicador como el euríbor y comprobar que tiene valor negativo. Esa referencia de todas nuestras hipotecas, que junto con el diferencial indica el precio al que el banco nos cobra su préstamo, es negativa. Eso significa que, en ausencia de diferencial, como pasa en algunos de los contratos concedidos, el banco paga al cliente por darle un préstamo. El cliente gana dinero por pedir prestado y el banco pierde por darlo. Es el mundo al revés. Hace no muchos años empezamos a ver este (absurdo) fenómeno en las colocaciones de deuda soberana. Empezó en los plazos más cortos y en los títulos triple A de naciones seguras como Alemania y EEUU. Grandes titulares, manos a la cabeza, incredulidad. ¿Cobrar por pedir prestado? Eso es imposible, estamos tontos, etc. Y desde entonces ese (absurdo) proceso se ha ido extendiendo a colocaciones de distintos plazos y calidad de emisión. El Reino de España obtuvo sus primeras emisiones negativas hace un par de años, en letras a seis meses y un año. A medida que esa irracionalidad se convertía en normal, los mensajes que la tachaban de absurda fueron callando y la nueva normalidad reinó en los mercados y medios de comunicación. El último gran indicador que faltaba en sumarse a este baile de locos, el euríbor, llegó a tasa anual negativa al cierre del pasado mes de febrero. Pocas centésimas, sí, pero negativas. Con un “menos” por delante que destroza todos los modelos económicos, los lleva al absurdo, y que de haber sido supuesto por mi o por cualquier otro alumno en la facultad de Economía hubiera supuesto una nota de cero, no negativa porque “sería imposible” puntuar por debajo de cero. Sería absurdo.

Estos indicadores, y muchos otros, nos siguen recordando que estamos en un mercado y economía, además de intervenido, completamente irracional, en el que el sentido común hace mucho tiempo que salió corriendo. Seguimos esperando las reuniones del BCE y la FED como una especie de Semana Santa revivida, donde Draghi pronuncia el discurso de las siete palabras y los fieles actúan celebrando la buena nueva o llorando amargamente por la decepción. No tiene sentido. Un mundo en el que se gana dinero por pedir prestado y se pierde por prestar está abocado al desastre, y esto lo puede ver cualquier. Más allá de artificios, la distorsión generada por la crisis y sus soluciones han trastocado nuestro mundo, y no se ve la manera de volver a la normalidad

miércoles, marzo 09, 2016

Europa se blinda ante los refugiados

Todavía se está discutiendo en las capitales europeas, pero no descarten que el acuerdo, infame, alcanzado la noche del lunes sobre la gestión de los refugiados, se convierta en un mínimo, sobre el que se añadan aún más clausulas, condiciones y restricciones. Como bien comentó un analista en la radio esa misma noche de lunes, en la práctica hemos contratado a Turquía como portero de discoteca, por un salario de 6.000 millones de euros anuales, a cambio de que no deje pasar a nadie por nuestras puertas impidiendo que lleguen a las mismas. De la suerte de los refugiados, de sus condiciones de vida y sus penurias, nada importa. Salvo que no vengan.

El acuerdo, que les repito, resulta infame a mi modo de ver, no hace sino reflejar un sentimiento que anida en amplias capas de la población europea, que ante un problema de una complejidad enorme y de largo alcance, opta por la negación. A los pocos a los que les importa este asunto es para expresar su rechazo, en medio de la indiferencia colectiva. Hay un grupo de gobiernos en ejercicio, especialmente en el este de Europa, que levantan fronteras y vetos, enarbolando la bandera del egoísmo patrio, bandera llena de miedos propios y prejuicios de todo tipo. En frente a ellos hay otros gobiernos, débiles, que ven como sus políticas de acogida están siendo aprovechadas, sobre todo, por grupos opositores que llevan las mismas y peligrosas banderas que portan los primeros gobiernos, y que por lo visto no están a falta de miles de simpatizantes que las puedan enarbolar. Movimientos como los que encabeza Le Pen en Francia o Pegida en Alemania suben como la espuma por cada refugiado que es acogido en estos países, en medio de la indiferencia de gran parte de la población. Esos gobiernos débiles ven que si mantienen una política de apertura, por mínima que sea, les va a costar muchos votos, porque nadie está dispuesto a votarles por esa medida. Y luego están los países frontera, con Grecia e Italia a la cabeza, y nosotros bastante menos (ahora) que tienen el problema en su territorio, que acogen a miles y miles de desplazados sin medios, apoyo, infraestructura ni estrategia, que recolectan cadáveres en unas aguas mediterráneas convertidas en cementerios, y que saben que inmigrante muerto es sinónimo de un problema menos. Que saben que para los ciudadanos, de sus naciones y de las del resto del continente, cada niño muerto estilo Aylan es un motivo para derramar una lágrima de pena y un alivio (sí, sí, un alivio) porque ya no hace falta hacer nada ni para socorrerlo ni para acogerlo. No nos engañemos. Esto es así. El inmigrante que no llega, bien porque muere o porque se le impide la llegada, es el único que no causa problemas, ni genera costes. Desolador, desde luego, pero real. En esta tragedia, horrenda, que mancha el nombre de Europa y, sobre todo, a los que en ella vivimos, se vuelve a cumplir esa idea que tan bien expuso hace tiempo Muñoz Molina de que las tragedias, los desastres humanitarios no pasan tanto por la voluntad de los sátrapas o violentos que los perpetran como por la indiferencia de la mayoría que, pudiendo impedirlos, no lo hacen. No actúan, se quedan quietos, parados, indiferentes. Miran hacia otro lado, se rasgan las vestiduras, escriben frases duras (como estas) y no hacen nada (como yo) y luego, años después. Las sociedades realizan actos públicos de contrición, levantan monumentos y escriben libros, para aliviar la culpa de un drama que, en su momento, pudieron impedir y que, colectivamente, no quisieron hacerlo.

En el colmo de la hipocresía local, sigue colgando de la fachada del ayuntamiento de Madrid una pancarta que, en inglés, reza REFUGEES WELCOME, un texto que tiene casi tantas letras como refugiados hemos acogido en España a lo largo de un año. En la encuesta del CIS de ayer los refugiados eran el primer problema para el 0% de la población, página 7 del pdf que aquí pueden descargar, y la intención de voto que pueda significar una política de acogida a los mismos puede aproximarse, sin mucho margen de error, a ese mismo valor. La nada. Por ello, lo pero que tiene el infame acuerdo del lunes es que nos retrata, que es acorde a lo que pensamos como sociedad. Que sería votado en masa por nosotros. Que sí nos representa

martes, marzo 08, 2016

Adiós a Nikolaus Harnoncourt

Allá por diciembre, a los 84 años de edad, el director de orquesta austriaco Nikolaus Harnoncourt anunció, mediante una nota manuscrita, su retirada de la dirección y del mundo de la música porque su salud ya no le permitía seguir trabajando. A muchos nos entristeció la noticia, sobre todo porque dada la pasión y absoluta entrega de Harnoncourt por su arte, su retirada quería decir que se veía no ya en el ocaso de su vida, sino en su final. Sólo se iría si ya no iba a vivir mucho. Tristemente así ha sido. Apenas tres meses después, este domingo, el director fallecía y dejaba un legado y un hueco de dimensiones apabullantes.

Quizás muchos no conozcan a Harnoncourt, su nombre les suene raro, y frente a otras celebridades del mundo orquestal, su rostro se les antoje anónimo. Su carrera, de más de medio siglo, le ha permitido dirigir orquestas de primer nivel en auditorios inmensos, pero no era esa su especialidad, ni mucho menos. Por lo que pasará a la historia el gran Nikolaus es por ser un revolucionario. Sí, sí, un revolucionario en el mundo de la música clásica, en el mundo de la música, me atrevería a decir. Allá por los años cincuenta Harnoncourt no estaba nada a gusto por cómo se interpretaban muchas obras, o por el hecho de que directamente muchas otras ni se tocaran. Las grandes orquestas, de cien o más intérpretes, dotadas de instrumentos modernos, pasaban de un repertorio a otro, de un estilo y época a otra completamente distinta y distante en el tiempo sin otra distinción que el título de la partitura que interpretaban. Y él fue el primero en darse cuenta de que eso no podía ser. Amaba a Bach, como tantos otros, pero sabía que las cantatas de Bach se habían compuesto para pequeños conjuntos de instrumentos raros, que era lo que disponía la capilla musical de Santo Tomas de Leipzig, con coros pequeños de adultos y niños, que cantaban sin que las mujeres lo pudieran hacer, porque la liturgia se lo prohibía. Rabioso por saber que lo que se estaba haciendo era incorrecto, e incomprendido por casi todos, creo una agrupación, el Concentus Mussicus de Viena, y en compañía de unos fieles, comenzó a grabar e interpretar piezas barrocas con los instrumentos, ritmos y sonidos que él creía que debían ser los originales. Se embarcó en la reconstrucción de instrumentos perdidos, como sacabuches, cornetas, violas de gamba y muchos otros, buceó en los archivos para encontrar las partituras originales de aquellas piezas y descubrir qué anotaciones tenían indicativas de tiempo y de forma de interpretación… en definitiva, recreó una manera de interpretar y abordar una música que, por decirlo de una manera suave, era caricaturizada en su época. Creo lo que se dio en llamar la corriente historicista, que trataba sobre todo de ser fiel al trabajo de los compositores de aquellas épocas, que habían conocido otras técnicas, métodos, instrumentos y formas de trabajo muy distintas y que, obviamente, les habían condicionado en su forma de crear música. Al principio Harnoncourt fue tomado por loco, ridiculizado por los grandes baluartes de la música, visto como un macarra que buscaba hacer ruido, pero poco a poco su trabajo, y la inmensa belleza de la música que iba creando, música que sonaba completamente nueva, como si nadie la hubiera oído nunca, fue convenciendo a crítica y público, que pasaron de la extrañeza a la curiosidad y luego a la admiración. Y sin descansar nunca, Harnoncourt seguía investigando, descubriendo y creando, y una legión de files empezó a seguir sus pasos. Y puede decirse que a partir de ahí la música clásica cambió para siempre.

Su muerte es la última de una serie de maestros que nacieron tras su estela. Christopher Hogwood, Gustav Leonhardt, y otros tantos, recientemente fallecidos fueron sus primeros seguidores. Hoy en día es normal ver que repertorios de épocas diferentes, como el barroco o romántico, son interpretados por agrupaciones tan distintas como los pequeños “ensembles” o las grandes orquestas sinfónicas. Y eso, que es lo que debe ser, es obra directa de ese maestro llamado Harnoncourt, que dirigía sin batuta, sólo con sus manos, que subido al atril se transformaba, gesticulaba y se dejaba poseer por la música con una entrega absoluta, y que ha muerto este pasado fin de semana. ¡Es tanto lo que debemos agradecer a su trabajo! Sirvan las palabras de Antonio Muñoz Molina como despedida.

lunes, marzo 07, 2016

Lluvia a las puertas del Congreso

Este pasado viernes, sin pretenderlo, tras una tarde de trabajo más larga de lo debido y la frustrada posibilidad de acudir a un concierto del festival de arte sacro, dad la hora a la que salí de la oficina y la cola que me encontré al llegar al lugar del acto, me fui al Congreso de los Diputados, donde tenía lugar la segunda votación de la investidura de Pedro Sánchez. No había mucha emoción por el resultado de la misma, dado que los que votaron que no hacía un par de días lo iban a volver a hacer. Sólo cambió de voto Ana Oramas, la única senadora de Coalición Canaria, insuficiente para darle vidilla al recuento.

En la Carrera de San Jerónimo, esa calle en cuesta que cae desde Sol Canalejas hasta Neptuno, el ambiente era elevado. Muchas personas llenaban las aceras, amplias en esa zona, y prestaban su atención tanto al propio edificio del Congreso, en cuyo lateral se apostaban un montón de periodistas realizando sus crónicas como, en la acera ya más próxima al hotel Palace, los estudios de televisión improvisados que la mayoría de cadenas nacionales habían montado para seguir la sesión en directo. Poco antes la previsión meteorológica se había cumplido y gracias a ella no hacía el ridículo por llevar de la mano un paraguas, cosa que había sucedido a lo largo de casi todo el día, en el que el Sol había mandado sobre las nubes. Tras algún chubasco disperso chispeaba en la calle frente a los leones y allí, frente a la noticia, era muy difícil saber qué es lo que pasaba. La radio fue mi amiga y, auriculares en mano, pegado a la pared de uno de los edificios sitos frente al acceso lateral del Congreso, iba siguiendo la votación, a voz alzada, uno a uno, de sus señorías, por orden alfabético. Síes y noes se sucedían en secuencias aleatorias y, oyéndolas, era imposible distinguir cuales ganaban, aún a sabiendas de que la proporción final iba a ser casi de dos a uno a favor del no. Las gotas no iban a mas, y en un momento dado se pararon, y muchos nos acercamos al límite de la acera, donde ya el tráfico de coches nos impedía pasar, para intentar no ver algo, que era imposible, sino sentir lo que al otro lado de la calle pasaba. Móviles y auriculares lo dominaban todo, en un grupo de gente variopinto en el que la edad media no era muy alta, gracias a varios grupos de personas jóvenes que estaban allí con mucho ánimo y entusiasmo. Apenas había pancartas de ningún tipo ni manifestaciones ni gritos. Un silencio sólo roto por murmullos ocasionales. Cuando terminó la votación empezaron otra vez a hacer gotitas, sueltas al principio, acompañadas después, y abrí mi paraguas, uno de los pocos que estaban en las inmediaciones. Escuchaba como los miembros de la mesa de la cámara le pasaban a Patxi López el resultado de la votación y, cuando éste la leyó y se hizo público lo que todos sabíamos, la historia se hizo viva. Por primera vez en la reciente democracia un candidato a investidura era rechazado y entrábamos en aguas no cartografiadas. Y como para unirse a esa indómita navegación a la que nos enfrentábamos, el cielo decidió regarnos con saña. Fue leer el resultado de la votación y las gotas sueltas se convirtieron, de repente, en un chubasco de enorme intensidad. Una catarata de agua comenzó a caer del cielo y convirtió en pocos minutos las aceras del Congreso en láminas de agua que, como ríos, bajaban desbocadas camino a Neptuno, su Dios. El caos político recién inaugurado se escenificaba en el caos lluvioso del exterior de las Cortes.

En pocos instantes nos vimos desbordados por la lluvia. Un grupo de tres chicas y un amigo merodearon, al ser el salvador, poseedor de un paraguas de verdad en medio del diluvio democrático, y durante unos minutos estuve rodeado de la mejor manera posible. Sin embargo el agua no dejaba de caer y la acera era ya una piscina, así que mis acompañantes optaron por largarse corriendo en busca de un refugio donde tomar algo, y yo poco a poco fui dejando atrás las Cortes rumbo a Neptuno, camino al Metro, viendo como el agua formaba enormes charcos, mares de ciudad que, como metáfora, servían para que se hundieran en ellos las esperanzas presidenciales de Pedro Sánchez. Cuando llegué a casa ya no llovía.

viernes, marzo 04, 2016

Scott y Mark Kelly, vaya par de gemelos

Esta semana, dentro de un vuelo de rutina, han regresado a la tierra tres de los residentes que permanecían en la Estación Espacial Internacional, ISS en inglés. Sita a sólo 400 kilómetros de la Tierra, la distancia que hay entre Madrid y Elorrio, mismamente, la ISS es nuestra “casa” en el espacio, y lleva ocupada desde hace muchos años, por tripulaciones que se relevan en estancias de unos tres meses. Esta vez no ha sido así. De los tres retornados, dos de ellos, Mijáil Kornienko y Scott Kelly han pasado 340 días en el espacio, casi un año, tratando de averiguar, entre otras cosas, los efectos de la estancia prolongada en ausencia de gravedad.

El caso de Scott Kelly es muy especial. Quizás le hayan visto alguna vez por la tele, es un hombre robusto, de mirada afilada, calvo pelado…. O puede que hayan visto a alguien que se le parezca mucho. Y es que Scott tiene un hermano gemelo, Mark, que no es astronauta. La existencia de este par de gemelos le ofreció a la NASA la posibilidad de hacer un experimento natural muy curioso. Ya sabemos que para realizar la mayor parte de experimentos de, por ejemplo, medicamentos, se buscan dos poblaciones lo más parecidas posibles, a una de ellas se le da el fármaco que se quiere testar y a otra no, y se compara entre ambas qué sucede con la enfermedad que padecen. Este grupo de pacientes no tratados es lo que se denomina “grupo de control” y la prueba del éxito (o fracaso) del experimento es que el grupo tratado tenga un comportamiento significativamente distinto, y en el sentido deseado, que el grupo de control. Así, una vez que la NASA determinó que tiene que volver a entrenar a sus astronautas en misiones de estancia prolongada en el espacio, de cara a futuros viajes a Marte u otros destinos (ojala!) la agencia contactó con los hermanos Kelly para proponerles el experimento. Scott se iría al espacio casi un año, y Mark se quedaría en la Tierra, y ambos estarían constantemente monitorizados en un montón de parámetros vitales, con el objeto de que, dado que la carga genética y el cuerpo de ambos es el mismo, contrastar contra un cuerpo “de control” los efectos de la gravedad prolongada. La idea es muy ingeniosa, y se ha podido hacer gracias a la casualidad de que exista este par de gemelos, y la colaboración del que se ha quedado en tierra, que no ha viajado al espacio pero que ha estado controlado en todo momento. En todo este tiempo ha sido, parafraseando a Alberti, astronauta en Tierra, y es de suponer que su vida haya sufrido perturbaciones de uno u otro tipo. Ahora, con su hermano de vuelta, ambos serán sometidos a pruebas de todo tipo para contrastar su salud, estado físico y demás variables que ustedes puedan imaginar. Ya se saben muchos de los efectos que son provocados por la ausencia de gravedad, y la antigua URSS, con el uso de la MIR, llegó a registrar estancias de sus cosmonautas en el espacio superiores a un año, comprobando que la debilidad física que genera la ausencia de gravedad y la pérdida de diversas sustancias importantes para el cuerpo generaban problemas que iban a más con permanencias cada vez más largas, sin lograr estabilizarse. Hacer gimnasia allá arriba para combatir esa debilidad creciente fue una de las lecciones de esos experimentos. Ahora podremos aprender mucho más.


Un pequeño apunte sobre la vida de Mark Kelly que no quiere dejar olvidado. Alcanzó una relativa, e indeseada fama, hace algunos años cuando su mujer, Gabrielle Gifffords, congresista demócrata, fue tiroteada y gravemente herida por un fanático cuando pronunciaba un mitin electoral al aire libre. Giffords se salvó, casi milagrosamente, pero sufrió enormes secuelas, físicas y mentales. Tuvo que volver a aprender a andar, hablar, vivir, y en todo momento Mark, y su gemelo Scott, estuvieron allí para ayudarle. En esos momentos Mark vivió en el cuerpo de su mujer lo más parecido a un infierno. Ahora su hermano Scott ha regresado del cielo. Desde luego los Kelly son unos gemelos muy especiales. Y admirables.

jueves, marzo 03, 2016

Pablo Iglesias o la más rancia política

Pocas novedades pudimos ver ayer en la sesión de investidura de Pedro Sánchez en el Congreso, empezando por lo último, el resultado de la votación, con unos rotundos 219 noes frete a los 130 síes previstos y la abstención de Coalición Canaria. Con una elevada probabilidad, altísima, ese será el resultado que se obtenga en la segunda votación, la de mañana, a eso de las 20 horas. Y después, dos meses de posibilidades de acuerdos que empezaron a contar desde el momento de la votación de ayer. Eso, la puesta en marcha del reloj de descuento hacia nuevas elecciones, es el fruto más claro de la sesión de investidura.

Tampoco hubo sorpresas en lo que hace al comportamiento de los oradores, y eso tiene ventajas, porque nos permitió ver la cara auténtica de cada uno. En casi todos los casos es la misma que la que ya conocíamos, y sólo Pablo Iglesias se mostró diferente, aunque esa impresión sea falsa. De hecho ayer pudimos ver al Pablo Iglesias de siempre. El mitinero, el vocinglero, ruidoso, demagogo, faltón, irreverente, maleducado y populista hasta el extremo. El adorador de consignas vacías diseñadas para epatar a la audiencia televisiva, el que ve todo como si fuera un plató de televisión, y a todo dedica el mismo cariño, respeto y mesura, ninguna. Iglesias subió a la tribuna y se dedicó a echar la bronca a todo el mundo menos a él mismo, reflejo de una santidad inmaculada que él mismo se ha atribuido y que muchos ingenuos, llevados por un papanatismo impropio de quienes se dicen leídos, le otorgan sin rechistar. Subido en su ola populista en la que “la gente” es la protagonista, el pueblo es el señor y sus votantes son los únicos ciertos, Iglesias iba soltando diatribas y acusaciones a todo aquel que pueda interponerse en su camino hacia el poder absoluto, que es lo único que persigue. Insultó al PSOE, no sólo al candidato Sánchez, sino al partido, a sus cuadros dirigentes y a todos los que, en el pasado, han ocupado cargos públicos. Insultó al PP, aunque es cierto que le dedicó menos tiempo que a cualquiera de los asaetados miembros de la familia socialista, despreció con saña a Ciudadanos, en unas manifestaciones en las que sobre todo destilaba envidia y celos, acusándolos de ser la reencarnación de todos los avernos que el doctrinario comunista tiene escritos en piedra desde que la toma del palacio de invierno destruyó los símbolos de la dictadura zarista para suplantarlos por la leninista. En un tono de mitin duro, molesto, atropellado, lleno de consignas, lugares comunes y sentencias que rozaban la banalidad de Paolo Coelho con las arengas a las masas del líder supremo, Iglesias ofreció en el Congreso la imagen que miles y miles de vídeos de You Tube muestran de su carrera política, pese a los intentos realizados en los últimos meses de transformarse, disfrazarse, enmascararse en un líder “progresista” para tratar de captar votos de un espectro que vaya más allá de los afectos al régimen chavista, los radicales de extrema izquierda y los independentistas, violentos o no, que forman una extraña e incompatible amalgama que, curiosamente, en España logra aunarse de una manera impropia, porque ya me dirán ustedes qué puede haber más opuesto que la izquierda y el nacionalismo. En cada frase lapidaria Iglesias pegaba una patada no sólo a las posibilidades de acuerdo con un PSOE que lo necesita, sino a la convivencia, a la historia y a los logros del periodo democrático de estas últimas décadas. Su espectáculo, triste, antiguo, carca y completamente ajeno a la realidad, sólo tuvo utilidad para los historiadores, que vieron revivido a algunos de aquellos a los que estudian desde hace un siglo.

Como buen bolchevique de fábrica, Iglesias necesita la destrucción de la democracia para erigirse como líder redentor. Y ayer hizo muy bien su papel de agitador, de subversivo. Cada vez que lo oía me venía la imagen, para no buscar liderazgos en blanco y negro, de Donald Trump, otro demagogo que busca en la bronca y la agitación la victoria, y que también, tristemente, la obtiene. Ambos representan las vísceras de una sociedad que, sangrante, supura bilis y clama venganza. Sigo sin entender como analistas, periodistas sesudos y líderes de opinión con criterio y lecturas en su bagaje mantienen su admiración ante un personaje como Iglesias.

miércoles, marzo 02, 2016

Sánchez admite sus limitaciones

Me pilló de viaje el discurso de investidura de Pedro Sánchez, por lo que no pude oírlo en directo ni en su totalidad. Mientras el candidato socialista desgranaba propuestas y mensajes yo cruzaba en el autobús una Castilla regada y, a ratos, encharcada. No da tregua la política, pero sí el tiempo, que ha regado los campos que tanto lo necesitaban tras un seco y caluroso invierno, marcado por los ríos agostados y los brotes verdes de enero. Por seguir con el símil, en el levante se mantiene la sequía y el campo reseco, y en el Congreso, con alta probabilidad, no veremos fruto de esta sesión de investidura. No llega la lluvia a la política.

De lo dicho por Sánchez en su sesión dos son las cosas que me parecen más relevantes, más allá de las propuestas y mensajes, y en ambas admite algo que no le gusta. La primera es la asunción de que no tiene los votos suficientes para ser investido. Es una obviedad, pero no es menos cierto que admitirla pone en su sitio la sesión de ayer y el conjunto de esta semana. Sánchez se presenta a un debate en el que, salvo mayúscula sorpresa del viernes, no será elegido como presidente. Creo que esto tiene más consecuencias en el plano interno del PSOE y personal suyo que en cualquier otro ámbito. El discurso de ayer fue plúmbeo, poco motivador, muy leído, recibido por sus propias huestes con un entusiasmo moderado, pero no es menos cierto que en estas semanas Sánchez ha logrado acallar a la disidencia de su partido y, probablemente, fortalecer su posición en la secretaría general más allá de estos días, y de los que vengan en forma de congreso extraordinario. Ha logrado visibilizar su alternativa ante los suyos de una manera contundente, y quizás haya colocado una barrera lo suficientemente gruesa para que Susana Díaz y otros barones no quieran, ahora, meterse en el jardín de desbancarle. Por ello, el fracaso nacional de su investidura puede revestirse para él de un éxito en su partido. Si no gano la presidencia del país, al menos que no me echen de la de mi partido, puede que estuviera pensando ayer mientras “encandilaba” al mucho público concentrado en el Congreso. La otra asunción, mucho más importante, e igualmente cierta, es que no hay una mayoría suficiente de izquierdas como para elegir a un presidente, y menos que éste disponga de un gobierno estable, y mucho menos capaz de desarrollar reformas constitucionales. La suma de PSOE Podemos y resto de partidos de izquierdas, excluyendo a Bildu y los independentistas catalanes (letales para el PSOE, y que tampoco son de izquierdas pese a que así se vistan) no da como para hacer maravillas. Sí quizás para investir un presidente por mayoría simple, pero no para desarrollar un gobierno y llevar a cabo políticas de signo izquierdista. Esta es la frase de mayor calado, a mi juicio, del discurso de ayer, y la más certera. La mayoría que sea capaz de constituir un gobierno de mínima solidez y perspectiva debe estar arropada no sólo por fuerzas distintas, lo cual es obvio vistos los números, sino también por fuerzas ideológicamente opuestas. La idea de Podemos de un frente amplio de izquierdas, más allá de los dogmatismos y “carguitis” de Iglesias, está abocada al fracaso porque no presenta socialmente al país y, tarde o temprano, más probablemente antes, acabaría encallando en su propio marasmo y en la respuesta social a sus medidas, y en las nefastas consecuencias económicas de su gestión. Por tanto, es imprescindible un pacto transversal que sume fuerzas opuestas ¿Y cómo articular esto? Difícil, pero no imposible.


El acuerdo PSOE Ciudadanos, que puede que no sobreviva más allá de esta semana en función de los probables dos noes, es una vía que señala el camino correcto, el de la cesión y el acuerdo entre distintos. Un acuerdo así, que recoja la abstención o el voto afirmativo de PSOE y PP es, quizás, la única alternativa sensata a una coalición extrema o a unas nuevas elecciones que, a mi entender, serían la expresión del fracaso colectivo. Es muy probable que este acuerdo a dos pase por la renuncia de Rajoy y Sánchez al frente de sus formaciones para poder hacerlo posible. Pero hasta que llegue ese momento, hoy asistiremos, otra vez, a un desagradable enfrentamiento entre ambos, que sólo servirá para dañarlos mutuamente. Así de complejo y abierto está el panorama.