Este domingo se celebran elecciones en dos estados federados alemanes, Sajonia y Turingia, en los que la ultraderecha de AfD tiene muchas opciones de ser la fuerza más votada entre todas las que se presentan. Justo una semana antes, el pasado sábado, se producía un ataque yihadista en Solingen, otra localidad alemana, en la que un sirio refugiado y radicalizado atacó con cuchillos a la multitud que acudía a un festival musical en el que se conmemoraba un aniversario redondo de la fundación de la localidad. El maldito estado islámico se atribuyó la autoría del ataque y el detenido, pillado un par de días después de los hechos, lo ratificó.
Lo más interesante de este atentado no es tanto la tragedia en sí, o que reaparezca la pesadilla de DAESH, hechos que también son muy destacables, sino que se produjera a una semana de las elecciones, logrando que la inmigración monopolice la campaña y, dado de lo que estamos hablando, favorezca las posiciones de ultraderecha. Los habitantes de Solingen lograron evitar que se produjeran escenas de enfrentamiento como las vividas en Reino Unido hace unas semanas ante un hecho similar en las formas, pero distinto en el fono. Pero ello no ha impedido que AfD capitalice la protesta pública ante un hecho que ha asustado e indignado a los alemanes a partes iguales. El detenido tenía una orden de repatriación en vigor, pero por fallos burocráticos no se había ejecutado y llevaba varios meses en una situación irregular, y conocida. Echar las culpas por ello al estado federal del atentado es una falacia, pero que logra ser vendida entre cierto público, necesitado tanto de explicaciones como de chivo expiatorio al que echarle las culpas de lo que sucede. Por un momento pudiera parecer, siendo uno muy mal pensado, que los organizadores del ataque escogieron no la ciudad, pero sí el momento preciso para sacarle el mayor rédito posible, buscando un endurecimiento del clima contra el inmigrante en Alemania que favorezca su discurso victimista y les sirva para captar más adeptos. Razonar sobre cómo unos criminales fanáticos organizan sus masacres no deja de ser un absurdo, pero la cadena de hechos y consecuencias es sugerente. Por de pronto, el gobierno federal ha empezado por realizar anuncios en los que se promete un endurecimiento de la legislación para agilizar las expulsiones, restringir las entradas y, en definitiva, imponer más mano dura a la llegada de inmigrantes a Alemania, pero eso no creo que sea suficiente para evitar una derrota de los partidos de la coalición de gobierno, ya muy debilitados, en la votación del domingo. Tampoco está nada claro que una victoria de AfD les permita alcanzar el gobierno regional, y desde luego es absurdo pensar que desde esa responsabilidad administrativa, si llegaran a lograrla, serían capaces de resolver el problema de seguridad que ciertos colectivos de inmigrantes suponen. AfD es populismo radical de derechas, tira de un recetario de corte cutre, duro, lo opuesto al buenismo de izquierdas en este tema, y que es tan poco práctico y resolutivo como la posición de no hacer nada, o de facilitarlo todo, que venden los partidos llamados progresistas. Tanto en Alemania como aquí la inmigración es un problema complicado, que se desarrolla de manera distinta en cada nación por las particularidades propias y por la tipología de inmigrantes que recibe, y que debe ser abordado de una manera integral, seria, responsable y de largo plazo, y con un mantra común. Da igual la procedencia de la persona, sea nacional o extranjera debe cumplir la ley, y ser castigada si no lo hace. Sólo con esa idea de fondo se puede empezar a articular una política de inmigración seria, adaptada en cada caso a lo que corresponda. Huelga decir que AfD no tiene nada de eso en mente, sólo vísceras y oportunismo.
A este tema de fondo se le suma, en el caso alemán, la situación general de un país, locomotora de Europa, que acaba de firmar una caída del PIB del 0,1% en el segundo trimestre del año. Golpeada en su pilar industrial por la competencia china, con el caso sangrante del automóvil como el dolor que no cesa, dañada por la creciente ola de aranceles que ralentizan el comercio global, con unos precios de la energía que allí no dan freno, tras la renuncia al casi regalado gas ruso, y con la guerra de Ucrania mucho más cerca, la economía alemana no sale de un prolongado estancamiento, la UE lo nota, y la sociedad germana está apática. Caldo de cultivo ideal para populistas.