Aún es pronto para cerrar el recuento de víctimas que ha dejado la DANA, especialmente en Valencia, pero es de prever que el centenar de fallecidos se supere con amplitud. Algunas localidades aún no han sido inspeccionadas por los servicios de emergencia, que siguen con enormes dificultades para moverse por una zona de estado similar a una bombardeada en una guerra, y es de esperar que haya desagradables sorpresas en bajos, garajes y otros lugares no visitados en los que algunos buscaron refugio ante lo que se les venía o, simplemente, fueron sorprendidos por el desastre sin que fueran conscientes del mismo. La tragedia es enorme.
Hay que señalar algunos puntos relevantes sobre lo sucedido para evitar algunas de las cosas que se escuchan por ahí, dado que el tertulianismo barato se ha extendido por todas partes. Esta DANA estaba perfectamente prevista. Ya desde el Domingo AEMET y un montón de aficionados y expertos meteorológicos indicaban que el riesgo de un episodio violento en el Mediterráneo era cierto, y que potencialmente podía tener dimensiones catastróficas. Las alertas empezaron a marcarse en toda la costa, desde Tarragona hasta Málaga, y es ahí donde se han producido las mayores incidencias, el lunes en la parte andaluza y el martes en la levantina. Lo que no se puede prever, ni con la tecnología que tenemos ni por cuestiones técnicas (dinámica atmosférica caótica) en que zona concreta, que localización precisa, va a tener un episodio de tormenta excepcional como el que se vivió el martes por la tarde en la provincia de Valencia. La configuración local de vientos, orografía, carga de humedad, frío en altura y otro montón de variables que no dejan de evolucionar en el tiempo dieron como resultado que en esa zona se produjo la combinación perfecta para generar el desastre. Y pudo no ser ahí, y pudo no ser, pero fue, y fue allí. No es posible determinar en una tormenta si se va a dar un tornado y, una vez creado, cuál va a ser su trayectoria. No es posible en una DANA precisar dónde se puede crear un tren convectivo de tormentas y, en su caso, cuándo y cuánto va a caer. Ante situaciones como estas lo único posible es seguirlas con la mayor precisión posible y, si se dan, avisar lo más rápido posible y salir corriendo para que no te pille. En el caso de los tornados en EEUU, donde el seguimiento meteorológico está a otra dimensión respecto a lo nuestro, la mejor táctica sigue siendo la huida cuando el monstruo se acerca a la población, porque nada se puede hacer ante su fuerza. Lo que ha sucedido en la comarca valenciana arrasada es algo mucho más extenso en dimensión que un tornado y de una mayor dificultad de control. Es probable que los sistemas de aviso a los móviles, que tanto impresentable critica cuando se usan, se hubieran tenido que disparar antes, pero también creo que, en una zona tan densamente poblada, y en un día laborable como el que era, y no siendo de noche, estaríamos ante un balance de víctimas igualmente aterrador. Hay que aprender de lo sucedido y, especialmente, de los sistemas de aviso, vigilancia y seguimiento, y de la acción coordinada de una serie de administraciones que deben ser las primeras en creerse que cuando los meteorólogos dicen que puede venir algo serio el riesgo mayor es no hacerles caso. Hemos visto hace semanas en Florida cómo se decretaron evacuaciones masivas frente a la llegada de un huracán enorme. Las DANAS son más capullas, por erráticas y acción mucho más restringida en el terreno, pero habría que empezar a pensar en diseñar protocolos para que, cuando se de la siguiente gran DANA, que la habrá, el mayor número de personas no esté en la carretera, o en el trabajo, o de ocio, o de lo que sea. Y contar con la suerte necesaria, sí, la suerte, algo incontrolable, para que el balance de víctimas sea el menor posible. Pero tengamos presente una cosa, podremos reducir el impacto de estos eventos, pero no eliminarlo. Tenemos que aprender a convivir con estas desgracias, que se escapan de nuestra capacidad de previsión y respuesta.
Se pueden replantear reformas urbanísticas y adecuación de ramblas, y bien vendrán, pero no quiero engañarles. Con precipitaciones monzónicas de 300 a 400 litros por metro cuadrado en una tarde, como lo que pasó el martes, no hay cauce ni infraestructura ni nada que soporte el embate que se puede generar. Nada. La única opción es subirse a lo más alto y cruzar los dedos. Un tercio de la lluvia que cae en un pueblo del Cantábrico como Elorrio (1.200 de media anuales) en una tarde es una bomba que lo arrasa todo, caiga donde caiga. No hay planificación posible ante eso. Genera impotencia, pero debemos asumirlo. Es lo que hay.