lunes, octubre 14, 2024

Enfrentarse a Gaudí en Barcelona

Gracias a un jefe de un amigo del trabajo, este sábado tuve la oportunidad de asistir a un acto relacionado con la Copa América de vela, y con ese motivo, mi amigo, un tercero y yo nos pegamos un viaje relámpago a Barcelona, en lo que ha sido mi primera visita a la ciudad y la segunda vez que, en mi vida, veo el Mediterráneo. Puede que no se lo crean, pero como decía Borges, mi vida es mucho más lo que he leído que lo que he experimentado, y aunque uno sea, entre otras cosas, amante de los clásicos y de todo lo relacionado con Grecia y Roma, el Mediterráneo como realidad física me es casi tan desconocido como la Antártida. Así son las cosas.

Ir a Barcelona es, sobre todo, llegar al centro del modernismo y el Art Nouveau en España y, desde luego, es encontrarse con Gaudí, al que nunca he visitado en obra alguna. Y sí, hay creaciones suyas no sólo en Barcelona, pero recuerden lo que les decía en el anterior párrafo sobre lo que conozco de haberlo visitado. Aunque el horario del día era ajustado, se podían ver algunas cosas relevantes de la urbe, y la más obligada es la Sagrada Familia, un templo como no hay otro en el mundo, y que requiere un ejercicio de introspección para contemplarlo que resulta imposible dada la cantidad de gente y vida comercial que lo rodea. La primera impresión, al verlo, es contradictoria. Se me hizo un poco más pequeño de lo que esperaba, pero al ir recorriéndolo en su perímetro, iba creciendo con volúmenes impropios y desatados, hasta alcanzar una majestuosidad propia de las catedrales que, sin duda, inspiraron a su creador. No pudimos entrar en el interior, por lo que sólo puedo contarles sensaciones de lo que la obra muestra a la calle. Y lo cierto es que consigue ser lo que pretende, un templo grandioso. Gaudí era un artista visionario, no tanto por el futuro, sino por una concepción muy propia de la arquitectura y el arte, una visión propia, en la que la religión ocupaba un papel fundamental. Creyente profundo, la fe era una motivación constante en su obra, y no son pocas las capillas que diseña y construye a lo largo de su carrera, pero planea esa Sagrada Familia como el culmen de toda su creación, como el no va más de lo que es capaz de hacer su ingenio y la técnica en la que se basa. Obsesionado con las curvas catenarias, esas que se forman cuando, por ejemplo, un cable se cuelga de dos extremos y es atraído por la gravedad en todos sus puntos, construye con ellas bóvedas y torres autosostenidas que no necesitan contrafuertes ni apoyos externos, lo que permite levantar naves altísimas sin nada que las esconda ni tape su rotundidad. La profusión de torres, representando apóstoles, evangelistas, Maria y Jesús, se suceden y agolpan, ofreciendo una imagen abigarrada, no de amontonamiento, pero sí de multitud congregada, y generan un acusado perfil vertical que, a medida que la construcción avanza, transforma el aspecto de la iglesia que había sido el más reconocible durante décadas. Las torres terminadas ya hace años que muchos identificaban como las de las portadas no lo son, sino que se encuentran en los laterales del transepto, y a medida que el proyecto avanza quedan convertidas en lo que fueron imaginadas, en acompañantes de la grandiosidad del cimborrio de Jesús, que cuando esté concluido, con unos 170 metros de altura, se convertirá en el techo de la arquitectura religiosa católica del mundo, superando la neogótica torre de la catedral de Ulm. El amasijo de grúas y andamios, que llevan viviendo con la obra desde sus inicios, no impiden hacerse una imagen del conjunto del templo, y los parques del tamaño de una manzana que se encuentran en sus laterales ayudan a imaginarse cómo es la iglesia en su totalidad. Otra cosa es lo que pasa en la calle Menorca, el lugar en el que debe erigirse lo que Gaudí soñó como la entrada principal que está apenas a un par o tres de carriles de una manzana de pisos que, creo, tendrá que ser eliminada para que la construcción, cuando se produzca, proceda a su invasión, no se si física, pero desde luego sí visual. Entonces la imagen del templo cambiará bastante respecto a la actual.

Inmersa en polémicas profundas por el resultado estético de las intervenciones modernas en la obra, sometida al problema de la pérdida de muchos de los diseños que Gaudí dejó hechos, y levantada en una época en la que la religión y fe, la fuente de su origen, han dejado de manar en la sociedad, el templo se convierte tanto en un museo al aire libre como en un lugar de experimentación, en el que cada añadido supone una aportación desde el tiempo en el que es insertado. Resulta inevitable desvirtuar el proyecto original del genio, que hace tiempo que no está, y no me opongo a que la obra siga y se concluya, y me parecen absurdas muchas de las discusiones al respecto. Cuando se acabe, si es que lo hace algún día, será grandiosa. Ya lo es. Ya lo era cuando nació en la mente de quien la soñó.

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