viernes, octubre 11, 2024

Rafa Nadal como estilo y ejemplo

Creo que habrá días de sobra para comentar las andanzas de Koldo, Aldama, Ábalos y demás presuntos corruptos de este desgobierno, así que vayamos hoy con Nadal, que anunció ayer su retirada. Probablemente sea uno de los españoles más famosos del mundo, su apellido es reconocible en todas partes y, en la historia del deporte, quizás sea el de nuestro país que más alto ha llegado. Ayer, la conocerse la noticia, anunciada por el mismo, los medios de comunicación de todo el planeta la difundían como si fuera un hecho de relevancia global, y en un mundo como el nuestro, obsesionado de manera absurda con el deporte, lo es.

No se si he llegado a ver más de una hora a Nadal jugando al tenis, apenas he seguido su carrera profesional, de la que obviamente me he enterado, porque es imposible no hacerlo, pero su trabajo, el tenis, me es ajeno y nada estimulante, como prácticamente el resto de deportes. No me interesa Nadal como tenista, me interesa como persona y como estilo de comportamiento. Agraciado con el éxito en su tarea, en este caso pegar raquetazos a una pelota, Nadal llegó muy deprisa a lo más alto y, seguramente, se vio tentado por todo eso que rodea a los que se llaman triunfadores, en forma de todo tipo de excesos y derroches, tanto económicos como personales. Te crees que por ser de los mejores en lo tuyo eres de los mejores en todo, y la corte de aduladores que surge a tu alrededor actúa para alentar esa idea, y de paso quedarse con algo del dinero que caiga desde lo alto. Nadal no ha sido así. Desde el principio su carrera ha estado dirigida por personas con cabeza, con estilo, con ideas asentadas, con la filosofía de que el tenis, como todo deporte, es un juego, no es nada importante, en el que uno se esfuerza lo más que pueda, se comporta con educación e inteligencia y obtiene el furto que su trabajo, el de sus oponentes, y la suerte, le otorguen. Nadal nunca se ha creído nada porque quienes le asesoran le han metido en la cabeza que nada debe creerse por el hecho de ganar partidos de tenis. Han sido esas mentes, especialmente la de su tío Tony, las que han forjado la personalidad de un luchador en su especialidad, alguien que se ha ido reponiendo de los problemas y adversidades, y que ha llegado a ser el mejor en lo suyo durante un tiempo, pero sobre todo alguien que sabe que las cosas importantes de la vida no son el tenis, los torneos o los títulos ganados. Nadal no discutía en los partidos, no se enfrentaba a los árbitros o al público. Si algo le salía bien lo festejaba, si algo le salía mal se callaba, rabiaba por dentro, aguantaba el dolor y seguía. Nunca ha echado las culpas a otros por lo que no ha sido capaz de hacer, ha reconocido el mérito de los adversarios y ha soportado derrotas que le han dolido con el estoicismo no de los manuales de autoayuda, sino con el que aporta la serenidad de haberlo hecho lo mejor posible y no haber sido capaz, porque el rival lo ha superado. Frente al comportamiento macarra que es habitual en el mundo del deporte profesional, reflejo en parte de la sociedad en la que vivimos, Nadal ha sido un ser extraño, que ha logrado forjar una profunda amistad y admiración con uno de sus mayores rivales, al que le ha dedicado elogios sin límites, en un gesto que es impensable en especialidades como esa en la que se pegan patadas a un balón o en muchas otras disciplinas deportivas, o de la vida. ¿Cuántos conocemos que alaben a un rival en lo profesional, le reconozcan méritos que el que los relata admite no poseer y lo considera superior? ¿En nuestros trabajos se dan comportamientos de ese tipo? ¿En nuestras familias? Seguramente la respuesta más frecuente sea que no, y eso es algo que hace a Nadal muy especial en nuestro mundo.

Ahora mismo, en medio de la epidemia de egocentrismo tan fortalecida por las redes sociales, en las que la apariencia lo es todo, la mediocridad se fomenta tanto como premia y la incultura ya no produce sonrojo sino orgullo, el comportamiento de Nadal se convierte en un extraño referente que suscita admiraciones declaradas, pero no tanto por lo que es sino por lo que ha conseguido en su deporte. A mi sus títulos me dan igual, lo que me importa es que Nadal, si se hubiera dedicado a cualquier otra profesión, sería igualmente excelente, entregado y generoso. Y, totalmente desconocido por todos, sería igualmente admirable. Ese es su máximo valor.

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