Esto es lo que se denomina un artículo atemporal, da igual cuando uno lo lea porque refleja una realidad que se mantiene a lo largo del tiempo, no pierde su vigencia, y eso es malo, no para el texto, sino para lo que sucede que se denuncia, que es nefasto. Resulta triste, a la par que asombroso, comprobar como un servicio se puede ir degradando delante de los ojos de uno sin que nadie haga algo para evitarlo, estando todo el mundo de acuerdo en que no es posible que eso suceda y hay que actuar. No, el proceso de declive se agrava y empieza a fallar en puntos estructurales que lo van condenando poco a poco a no ser ya un servicio, sino un problema.
En España el sistema ferroviario siempre ha sido un poco de chiste. El tren llegó tarde, como todo lo relacionado con la revolución industrial, y la orografía del país, bella para el paisajismo, de pesadilla para el ingeniero, hizo que todo avanzase despacio y que los resultados no permitieran correr mucho. Antes de la llegada de la Alta Velocidad, el tren era un método de transporte residual, y exceptuando los núcleos de cercanías, su relevancia era muy escasa. El AVE y sus inversiones inmensas cambiaron esto, creándose el inicio de una red alternativa, fiable y moderna, que corría y llegaba a su hora, lo que lo convertía en un método de transporte competitivo. A medida que las ciudades conectadas con AVE han ido creciendo se han generado sinergias económicas, sociales y de todo tipo. En paralelo a estas inversiones, el resto de la red ferroviaria, de ancho nacional, distinto al europeo del AVE, se ha ido dejando de la mano, lo que ha supuesto el cierre de varias de las líneas regionales, que sólo generaban pérdidas, sometidas a su propio abandono. En los núcleos de cercanías las inversiones también han sido las mínimas, poco más allá de remodelar alguna estación. Las redes apenas han crecido y, frente a los entornos urbanos que se han expandido en espacio y población, se han quedado muy pequeñas. Saturadas y sobreexplotadas, sus limitaciones hace tiempo que son evidentes y basta con que se den pequeñas incidencias para que los colapsos se extiendan mucho más allá de la línea en la que se ha producido. De un tiempo a esta parte rara es la semana en la que no se estropea una línea completa en las cercanías de Madrid o Barcelona (los famosos rodalíes) y ahora, a ese desastre, se han ido uniendo las líneas de AVE, que empiezan a dar problemas propios de la alta explotación y la dejadez. Más de un cese se ha producido en la gerencia de ADIF, el operador de la infraestructura, pero la cosa no se arregla, y cada viernes quienes acuden a las estaciones en busca de su fin de semana lo hacen con los dedos cruzados por si esta vez serán ellos los perjudicados por la avería de turno. En los puentes o inicios de las operaciones vacacionales ya es un clásico el reportero que está en las grandes estaciones de tren relatando que por causas técnicas no se qué línea a no se qué ciudad no funcional, y que el número de pasajeros abandonados a su suerte llena los espacios de unos edificios colapsados en los que la ira y la incertidumbre dominan por completo. A veces es por mala suerte, otras por desidia, la mayoría de los casos por dejadez, pero si no falla una cosa lo hace otra, y el viajero de turno, que ha sobrevivido a la odisea que supone acceder a la web de RENFE (otro desastre infinito que jamás se arregla) se las ve y desea para poder llegar a su destino. Si viajaba por vacaciones es probable que estas acaben recortadas o, desde luego, en parte amargadas, pero si lo hacía por una necesidad personal, el daño puede ser realmente grave, y sólo imaginar que se deben hacer las reclamaciones pertinentes a través de los sistemas de RENFE o de las operadoras implicadas conlleva una depresión específica. Sin información, colgados, agraviados, con la sensación de volver a ser estafados, viajar en tren se está empezando a convertir en una desagradable aventura en la que las probabilidades de que todo vaya mal para el cliente son, cada vez, más altas.
Este fin de semana el caos en Madrid se desató el sábado por un descarrilamiento en el túnel de AVE que enlaza Atocha y Chamartín, de un convoy vacío que estaba siendo remolcado, y la presencia de un suicida en un paso elevado en Atocha, lo que obligó a cortar el servicio eléctrico en la estación y llevar a todo el sistema de trenes de la capital, fuera cual fuese su tipología, al desmadre. El número de afectados es enorme, contabilizable en AVE, imposible de cuantificar en cercanías, y hoy lunes sigue parte del lío, con reestructuraciones de servicios y cambios de cabecera, a la espera de que se retire el tren descarrilado el fin de semana. Pagamos impuestos, hay un montón de altos cargos, y las cosas cada vez funcionan peor. Esa es la sensación general.
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