La estupidez sucedida ayer me recordó el tiempo que estuvimos perdiendo, también de manera estúpida, cuando el derrumbe de la burbuja provocó un debate nacional sobre si estábamos en una crisis o no. Desde el gobierno se insistía en que no y, de hecho, se prohibía el uso de esa palabra en los medios oficiales y sus seguidores. Decir crisis era de antipatriotas, mientras que las variables económicas se desplomaban y se perdía un tiempo precioso para poder haber puesto algunos remedios, puntales para evitar que el derrumbe no fuera total, como llegó a ser. Tiempo precioso que no supimos aprovechar.
Pues bien, ahora la situación se repite de una manera similar a cuenta del rearme. La última del personaje que ocupa la presidencia de nuestro gobierno es que no le gusta la palabra rearme. Al parecer no se ha dado cuenta de que donde nos hemos metido es en una crisis de seguridad derivada de una guerra, guerra, guerra, emprendida por el dictador Putin y el abandono de la seguridad militar que nos ofrecía EEUU como estrategia de disuasión ante el enemigo. Todo el problema es de armas, de cuestiones militares, de elementos que meten miedo a otros y que funcionan si el miedo que provocan es lo suficiente como para paralizarlos, ese es el concepto de la disuasión. Eso no se logra con tecnología innovadora, eficiencia, energías verdes y otro tipo de cuestiones que tienen su relevancia en ciertos aspectos, pero que en caso batalla son bastante irrelevantes. Las declaraciones de Sánchez, además de ser ridículas hasta un grado insoportable, muestran el adanismo del personaje, que no se entera del mundo en el que vive, y su obsesión por calmar a cierta parte de la corriente ideológica que le sostiene en la Moncloa, intentando para ello camuflar como no militar lo que sí lo es. Quizás sea eso, ropa de camuflaje, lo que sí vea bien Sánchez financiar dentro del esfuerzo bélico europeo. La verdad, es para llorar. La situación es de una gravedad enorme, existencial, y el presidente de la cuarta economía de la eurozona es un impresentable que busca que la UE le financie partidas que dice que van a ser para defensa para destinarla a otras cosas que pretende camuflar. Desolador. Lo cierto es que no acabo de ver en la sociedad una sensación de apremio ante lo que estamos viviendo. Quizás porque el frente del este nos pilla lejos, y sale gratis solidarizarse con Ucrania, cuando está a miles de kilómetros de distancia, y el efecto de los ataques rusos (salvajes esta noche en Odesa) ya no nos afecta al estar contado como una noticia más en los informativos, en medio de toda la morralla de nuestra actualidad nacional. Lo cierto es que la integridad física del proyecto europeo se encuentra en entredicho porque hay un actor principal llamado Rusia que busca la sumisión de lo que antaño estuvo bajo su órbita en el siglo XX para mantener su estatus de potencia imperial global, y hay actores menores, como Marruecos, sin ir más lejos, que pueden pretender reconfigurar sus fronteras con actuaciones en lugares como Ceuta, Melilla o Canarias, que quizás nos suenen más familiares que Kramatorsk o Kupian. Y todo ese miedo, que existía larvado en el pasado, o patente desde la cruel invasión rusa de 2022, se ha exacerbado debido a que EEUU nos ha abandonado, se ha ido, se ha pasado al otro bando. No queremos admitir que la seguridad de la UE ha dependido, desde 1945, de la presencia, física y no, de EEUU en nuestro continente, de su paraguas. Sí, de sus misiles nucleares y de todo su enorme poderío militar. En Europa hemos disfrutado durante décadas de lo que se llama el dividendo de la paz, la ganancia derivada de la estabilidad, de no haber necesitado gastar en defensa porque otro, EEUU, lo hacía por nosotros. Eso se acabó. Fin. The End.
Pero no, resulta que para nuestro presidente lo que importa es el término con el que nos referimos al esfuerzo económico que se nos viene encima. Y eso por no contar con los quintacolumnistas que, desde la extrema izquierda y derecha, colaboran con las fuerzas agresivas buscando la destrucción del proyecto europeo, que, como defensor de la libertad y democracia, es un obvio enemigo para sus objetivos totalitarios. Nuestro gobierno está formado por fuerzas que buscan la destrucción de la UE y lo preside un pusilánime narcisista obsesionado en mantenerse en él a costa de traicionar lo que sea, también, si hace falta, las doce estrellas sobre fondo azul que, por ahora, siguen siendo el emblema de un continente reunificado.
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