viernes, junio 13, 2025

Sánchez, un personaje psicótico

La compungida actuación de Pedro Sánchez de ayer pasará a los anales de la política española como uno de los mayores ejercicios jamás representados, pero no conseguiría nominación alguna a los Goya o a otro premio de interpretación. El mal actor Sánchez ya ha enseñado todos los recursos de los que disponía y su repertorio de gestos, poses, trucos y trampas está ya más que visto. Hacerse la víctima por la presunta corrupción de casi todos los miembros de confianza que le han rodeado han cometido es de una burdez que cuela en las guarderías, ante unos cuidadores saturados, y quizás en el núcleo duro de los sectarios que siguen en sus filas. Poco más.

Santos Cerdán cometió el imperdonable delito de corrupción y traición cuando negoció la ilegal amnistía con el sedicioso Puigdemont, por orden del sujeto que ocupa, desde ese momento de manera formal, pero sin legitimidad pública, el palacio de la Moncloa. Ese es, para mi, el delito imborrable de Cerdán. Lo que se supo ayer en forma de aplastante informe de la UCO es que, además, Cerdán era un ladrón, un estafador, un comisionista, y responsable parcial de una banda dedicada al saqueo de las cuentas públicas. Eso, con ser serio, y mucho, es para mi lo de menos. Que se le juzgue, ojalá le caigan varios años de cárcel, soñemos con que devuelva el dinero que se ha llevado (soñar es gratis, no sucederá) y confiemos en que no haya otro sinvergüenza que saque una norma para absolverle, como ha sucedido con los delincuentes de los EREs, rescatados por este indigno gobierno. Cerdán, Ábalos, Koldo y cía, con los personajes auxiliares de la trama, son los responsables del tinglado de extorsión y reparto del botín, al parecer en euros y carne, pero son piezas habituales en estas tramas, sujetos basura que se tirarían por un barranco si ven en el fondo una onza de oro o que no dudarían en arrojar a su madre, o a la de cualquier otro, a cambio de una mordida. Son basuras como las ha habido siempre, como fueron Correa y demás en el caso de la Gürtel pepera, o los comisionistas del 3% catalán, o casi todos los miembros del consejo de administración de la expoliada Bankia, sujetos carentes de escrúpulo que sólo piensan en dinero (bueno, en este caso curiosamente también en sexo, mucho sexo). Su devenir judicial será largo y rezaré para que se pudran en la cárcel el resto de sus días, a ser posible numerosos. Lo interesante no son ellos, no. Es su jefe, Sánchez, el que lo ha consentido y permitido todo, el que durante años y años, ya lleva más en la presidencia del gobierno que Rajoy, ha mantenido una estructura de poder en una organización, el PSOE, que ha convertido en poco más que una carcasa a su servicio, destruyendo por completo lo que antaño fue un partido político, una organización, para dejarla en poco más que cartel, logo y secta de prietas filas en torno al liderazgo cesarista de un sujeto que tiene una concepción de sí misma tan elevada que nadie llegará a ella. A Sánchez no le preocupa la corrupción, siempre que se beneficie de ella. A Sánchez no le preocupa el desempleo, siempre que no llegue al entorno de los suyos. A Sánchez no le preocupa la subida de los precios, porque va a tener ingresos en su entorno de sobra para soportarlos. A Sánchez sólo le importa el mismo, su persona, su imagen, su poder. Su soberbia es tan enorme que incluso ayer, ante el hundimiento de toda la estructura orgánica de las siglas con las que se ha presentado a las elecciones, optó por no asumir responsabilidad alguna. Eran otros los que habían delinquido, eran otras organizaciones las que habían fallado. Él, sacrificado hasta el extremo, se ofrecía a pasar el trance de pedir perdón por ello, pero otros serán los que paguen por los delitos que bajo su absoluto mando se han producido. Él ni adelanta elecciones ni cesa a nadie ni se plantea no ser nuevamente candidato. Él, por siempre jamás, será el que todo lo dirija, pero de nada se responsabilice. La comparecencia de ayer fue un ejercicio de psicopatía absoluta, estremecedora.

Era divertidísimo escuchar ayer a algunos, que hasta hace años se autocalificaban de periodistas, mostrarse indignados porque se sentían engañados por el PSOE y por la banda de Sánchez. Los más se rompían las vestiduras en público de una manera tan teatral como, seguro, temerosa, al ver que a lo mejor las prebendas que han disfrutado por parte de este gobierno (veremos si también de sus tramas) pudieran estar cerca de acabarse. El equipo de opinión sincronizada que controla (y seguro financia) Moncloa empezó ayer a agrietarse. Lo de que las ratas son las primeras que abandonan el barco cuando empieza a hundirse pasa en todos lados. También en el sanchismo cuando empieza a ser un concepto terminal.

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