lunes, julio 10, 2023

Bombas de racimo en Ucrania

La realidad es eso que hace que nuestros principios se estrellen y dejen de sernos útiles. Es fácil arreglar cualquier problema en una tertulia de café, y no digamos de barra de bar o twitter, pontificando sobre qué habría que hacer sobre lo que sea desde una posición externa, pero luego, a la hora de la verdad, ante los problemas reales, las cosas son mucho más complicadas, nos damos cuenta de que las decisiones que tomamos se ven influenciadas por muchas cosas que no habíamos previsto y tienen consecuencias reales, que van más allá de lo que esperábamos. Esto vale para el día a día de nuestras vidas y para los grandes problemas globales. La realidad no ofrece escapatorias.

Las bombas de racimo son un invento diabólico de efectos letales. Su forma es la de un misil gordo, no tan largo y más obeso de lo que imaginamos a un proyectil de ese tipo. Se lanzan desde un avión. La cola tiene unas protuberancias que, al caer, generan una corriente que permite al cilindro entrar en una muy elevada rotación. Llegado un punto de velocidad de giro, la carcasa del misil se desarma y muestra su interior, una sucesión de bandejas cobre las cuales, como si fueran frutas, se colocan decenas, cientos, de proyectiles, que, por la rotación y pérdida de las paredes del cilindro, salen disparadas en todas direcciones y llegan al suelo. Normalmente se incluyen varios tipos de proyectiles en una misma bomba, pero eso es lo de menos. El área cubierta por el impacto de las cargas es mucho más amplia de lo que sería el producto de un solo cohete, aunque la devastación general será menor. Las bombas caen de manera desordenada, imprecisa, sin posibilidad de controlarlas, arrasando una gran cantidad de superficie, bienes y personas, lo que allá en su camino. Es todo lo contrario a un arma de precisión. Se busca laminar una zona, aplanarla, exterminarla. Por la propia aleatoriedad del proceso, algunas de las cargas llegan a tierra y no explotan, convirtiéndose en la práctica en minas en superficie, visibles, fáciles de detectar, pero igualmente peligrosas. Su efecto en personas o vehículos que se vean afectadas al pasar sobre ellas es letal. Este tipo de armas, por su alcance indiscriminado y por las consecuencias a largo plazo, están prohibidas por varias convenciones internacionales, firmadas principalmente por países que no entran en guerras. Tres de los que no han firmado ningún acuerdo de este tipo son EEUU, Rusia y Ucrania. De los tres es Rusia el que más las ha empleado. Antes de la guerra de Ucrania fue Siria el campo en el que los rusos experimentaron con este y otro tipo de armas de diseño salvaje, cuyo objetivo era asesinar a mansalva y destruir poblaciones. Se mostraron muy efectivas para lograr dichos cometidos. Su empleo llevó a que los organismos internacionales calificaran de crímenes de guerra las acciones del ejército de Al Asad, o menor dicho, las acciones rusas efectuadas en nombre del gobierno de Al Asad, pero ya se sabe, un crimen no existe como condena si no hay juicio ni sentencia, y de esas declaraciones relacionadas con la guerra de Siria nada se ha traducido en hechos juzgados. Asad sigue en el poder y Putin ni les cuento. Desde que comenzó la guerra de Ucrania Rusia ha ido empleando todo tipo de material militar presuntamente condenado por las convenciones que de estos asuntos tratan, sin que le haya importado en exceso. También, desde luego, las bombas de racimo, usadas tanto contra las fuerzas ucranianas como contra asentamientos civiles, como fue el caso de Mariupol o Bajmut. Las víctimas causadas por esos ataques son incontables y, quizás, lo sigan siendo así durante mucho mucho tiempo. Ucrania, dentro de sus peticiones de armamento a los occidentales, también ha pedido este tipo de armamento, y los aliados se han negado reiteradamente a dárselo. Hasta este fin de semana, en el que EEUU ha decidido que se las va a proporcionar.

Países como España y Reino Unido se han mostrado contrarios a esta decisión. Otros, como Alemania y Francia, no la apoyan, pero comprenden. En general, desde la UE, se mira con malos ojos la idea de EEUU, porque la gran mayoría de sus naciones es signataria del tratado que las prohíbe, pero la realidad de la guerra y los ucranianos que mueren día a día vuelve a ponernos ante un dilema real. ¿Dárselas a Kiev para que las emplee como defensa o no? Sabiendo que los rusos sí las usan, ¿tiene derecho Kiev a emplearlas? La legítima defensa del que está siendo agredido, ¿otorga el derecho a realizar actos condenados por los acuerdos internacionales? Preguntas muy difíciles de contestar, incluso desde la comodidad de nuestras vidas, lejos del frente.

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